No hubo
excesivo romance, sí comunión de intenciones. El y yo sabíamos cual era el
objetivo a cumplir. Ambos consolidamos un nido abandonado y lo adecuamos para
su función. Cuarenta y seis días después, cinco minúsculas formas se movían en
el nido. Mi ardilla macho nos abandonó para que pudiera estar cómoda con las
criaturas. Ellas mismas encontraron los pezones
y el abrigo de mi cuerpo. Durante las siguientes seis semanas mi vida
fue una continua búsqueda de alimento, procurando siempre no ausentarme
demasiado porque cada minuto fuera del nido era un riesgo para mis recién
nacidas.
A los dos
meses las pequeñas ardillas salieron por sí solas del refugio. Todo el verano
fue un campo de aprendizaje para ellas. Aprendieron de mí y de sus errores, el
bosque fue la cuna de sus primeras experiencias. Yo disfrutaba re corriéndolo con ellas a mi espalda. Me sentía bien siendo guía y lucero en la noche de su
entendimiento. Tan pronto como la luz llegó a sus ideas, una tras otra fueron
desapareciendo en el bosque en busca de su propia identidad. Catorce semanas
después de su nacimiento me encontraba sola en un apartado lugar del bosque,
muy lejos del nido donde di a luz. Sentía haber cumplido un ciclo exacto de mi
existencia, un día yo nací y ahora otros de mí lo hicieron. En ese intervalo de
tiempo adquirí ciertos grados de experiencia, pero no era suficiente como para
dejar pasar la vida contemplándola, debía seguir caminando. Conocía a la
soledad, ella curtió mi carácter hasta hacerlo resistente a las adversidades.
No la deseaba como un lastre sino como una buena compañera. Con ella pude pensar,
sentir con más intensidad, y de ella saqué la fuerza necesaria para caminar muy
unida a mi propio criterio. La marcha de mis pequeñas ardillas no me abrumaba,
eran libres de desarrollar sus vidas y de elegir su destino en el bosque. Yo
también podía elegir; si vagaba por entre los árboles, seguro que encontraría
un sector adecuado para vivir y refugiarme en el próximo invierno. Pero si de
algo sirve la experiencia es para saber maniobrar con tus pasos en una
dirección meditada. Sabía que los seres humanos no eran de fiar; es
imprevisible su reacción ante tu presencia, pueden hacerlo con sorpresa,
admiración, curiosidad, ternura, violencia. Sin embargo, tener amigos entre los
hombres era una fortuna. Reconocía en el hombre al mejor aliado del reino
vegetal y animal, siempre y cuando su voluntad fuera de crear y no de destruir.
Mis amigos de la masía no eran violentos, de ellos podía esperar un refugio
para mi libertad. Era absurdo desaprovechar tan hermosa oportunidad. Decidí
volver a la masía. Mientras Eva y su familia existieran, allí nadie limitaría
mis movimientos y jamás me faltaría cobijo y comida si no la encontraba en el
bosque.