jueves, 26 de junio de 2014

Poema: Esos magos

Quizás nos avisen las estrellas
de los pasos que en la vida damos.
Quizás por el reflejo de ellas,
bien recto o torcidos caminemos.
Jugamos a ser sabios, casi dioses,
sin saber siquiera como somos.
Pretendemos que la suerte nos inunde,
y escondemos la miseria tras careta.
Vanidosos a los magos recurrimos
para que nos regalen la meta.
Esta vida aparente caprichosa
que nos llena de alegrías y pesares,
complicada... simple, también hermosa,
extendida más allá de los hogares,
se escapa del control de los mortales.
Y las estrellas siguen en los cielos
y el hombre de espaldas al misterio,
tan simple, tan sencillo, tan humano,
como estar tras el delirio
de ser franco auténtico y hermano.
¡Ah!  los  magos que escudriñan las estrellas,
que sondean el perfil de los enanos
y penetran diáfanos y sin querellas
en el corazón del hombre enamorado.
Venidos desde la lejana historia,
seguiréis saltando el empedrado
de un presente sin gloria,
porque el hombre persiste atolondrado,
egoísta, lento y sin memoria.




miércoles, 25 de junio de 2014

Poema: El sentido

Sentido tiene tu vida,
porque en ella estás...
y existes.
Sentido tiene tu muerte,
porque hacia ella vas
y existe.
Pero antes de hablar
de muerte,
encuentra en la vida
su sentido,
porque la vida llega,
por el Don de haber nacido.
Porque la muerte llega,
por el Don de haber vivido.

martes, 24 de junio de 2014

Meditaciones al alba: Observar


Respirar para vivir no cuesta nada... y porqué en ocasiones pagamos tan alto precio por la vida

No es necesario obsesionarse en el estudio y el aprendizaje... estamos a años luz de saberlo todo

Poco a poco, poquito a poco...lo importante no es tragar sino asimilar bien las cosas.

Se aprende cuando se vive,se vive cuando se está despierto, se está despierto cuando se observa, se observa cuando se aprende...



Poema: Flor vacía

Te lo dije Aurora, no lo hagas.
Pero tu te dejaste vencer.
Flor pálida pero hermosa
quisiste descubrir cualquier cosa
sin antes saber porqué.
Tu alma estaba vacía,
tu aliento falto de amor,
tu sentido aturdido y lo sabías.
Navegaste sin recuerdo atormentada,
buscando un algo con firmeza
por lugares extraños con maleza.
Anulaste el esfuerzo y la confianza,
perdiste la fe acomplejada.
Quisiste con belleza abrir las puertas,
y tu cuerpo sufrió sin la tibieza.
Poco a poco la sonrisa heló
y la dulzura anulada se perdió.
Buscaste las nuevas sensaciones,
experiencias gratas pero frías,
fuiste atándote a la droga
de ese algo, que nunca alcanzarías.
Estéril, acabada, ya no abogas
ni ofreces confiada tu belleza.
Perdida en la ignorancia te terminas
sin poder levantar la cabeza.
¡ Aurora, Aurora. . .   vuelve
flor pálida, pero hermosa,
no quieras alargar tu agonía.
Acaba rápido con tu vida
o acéptala con valentía.
Que puedo hacer yo sin tu armonía
sino sufrir dolorido la agonía
de una flor pálida, que fue hermosa.


lunes, 23 de junio de 2014

Novela: "La lámpara en la penumbra" Extracto primer capítulo.

Era una decisión que más tarde o temprano debía de tomar.  Me encontraba agobiado, ultrajado moral y físicamente por una situación que  me estaba desbordando. Años  luchando por un objetivo quizás equivocado y ahora sentía que el tiempo se me escapaba.

Meses atrás me habían hablado de ella y me dieron su teléfono anotado en un papel, dicen que era una psiquiatra excepcional, había abandonado las ramas clásicas para dar un enfoque muy personal a su trabajo, quizás por eso habitaba fuera de la ciudad. Vivía  lejos de los agobios de la metrópoli, fuera del lugar donde curiosamente podía tener el mejor caldo de cultivo para su profesión. Ella me podía ayudar y si no era así, nada perdía por intentarlo.

Dejé atrás mi ciudad, tomé la autopista, salí  de ella y tras recorrer con mi automóvil cuarenta kilómetros de curvas interminables, llegué a un pequeño pueblo rodeado de una frondosa serranía de encinas y pinos. El pueblo era de aspecto medieval, con calles estrechas y casas de piedra cubiertas de tejas viejas. Lo encontré solitario y envuelto en la fría bruma del invierno. Notaba que me hallaba en un punto  tan poco convencional como la psiquiatra que habitaba en la casa número 7 de la calle del Sol, donde nada hacía presagiar que dentro existía una consulta.  

Toqué el  timbre y esperé respuesta. Me notaba encogido, no tanto por el frío, sino más bien por la turbación que representaba enfrentarme a algo nuevo para mí.    Ella abrió la puerta y me invitó a entrar con una franca sonrisa que afloraba de sus labios. 

      -  ¿Es usted el Sr. Miquel?

-        

-         Pase por favor.

“La casa parecía agradable, vigas de madera, suelo con baldosas de barro cocido, muebles antiguos, plantas y un ambiente  relajado.  Seguí sus pasos hasta lo que podía ser un estudio. Ella fue a sentarse tras una mesa y me hizo una suave señal con la mano hacia un sillón para que hiciera lo mismo”.

     -   Póngase cómodo,  puede dejar su abrigo en el colgador.

-         Gracias.

“Me senté lo más incómodo que pude. A ella la notaba tranquila, quedó en silencio como esperando alguna reacción por mi parte”.

-         Sabe, nunca he estado ante una psiquiatra, ni siquiera se como llamarle.

-         Por favor, no se encuentra ante ningún consejo de guerra. Usted sabe como me llamo, tenga libertad para dirigirse a mí como lo crea conveniente.

-         ¿Doctora?

-         Doctora está bien.

-         Veo que tiene usted el clásico diván.

-         Sí, es muy probable que lo necesitemos.

-         Pues, yo he venido a visitarla porque…

-         Sr. Miquel, lo que ahora le ocurre no es lo más importante.

“Parecía evidente que la Doctora Cardiel  había adivinado mis pensamientos, me disponía a contarle todos mis problemas”.

-         Verá usted, un psiquiatra no es ningún confesor, ni siquiera representa una panacea para los problemas. Según yo entiendo, un psiquiatra no es más que un conductor, un ordenador de las emociones.

-         Sí,

-         Es importante que lo entienda, es más, debe usted saber que el moderno concepto de  psiquiatría dista mucho de la génesis de la palabra: del griego “psyché” –alma, “tatrós” – médico. Si dijéramos: Voy a ver a un médico del alma, sonaría extraño, ¿verdad?

-         Sí, más bien tenderíamos a relacionarlo con un sentido espiritual o religioso.

-          Y sin embargo, relacionamos a la psiquiatría con el “prozac”

-         Es cierto, parece que los psiquiatras calman los ánimos basándose en medicamentos, pero eso no es lo que he venido a buscar en usted.

-         ¿Y que es lo que ha venido a buscar?

-         Ayuda.

-         Bien, entienda que lo que ahora vamos a empezar no es un interrogatorio, puede usted continuar en el sofá o si lo prefiere intente relajarse en el diván.

-         Estoy bien aquí, gracias.

“No me resultaba fácil sentirme cómodo en mi asiento, quizás tendría que haberme inclinado en el diván. Pero de alguna manera debíamos empezar, realicé unos extraños movimientos con los hombros, moví torpemente los glúteos y me dispuse a escucharla”.

-         Tomaré algunas notas, por supuesto que son confidenciales, las necesitaré para hacer el seguimiento de su proceso.

-         Entiendo.

-         Primero de todo, dígame usted en que año nació.

-         Bueno, no creo que importe eso... pero ya he cumplido los cincuenta.

-         Acepto su coquetería... solo era para situarle en una época determinada.      Ahora, quiero que me cuente algunos recuerdos suyos de la niñez.

-         ¿Por donde empiezo?

-         Puede usted empezar por donde quiera.

-         Bien, nací en un pueblo lindante con…

-         No, no es preciso que se vaya tan lejos, luego nos dirigiremos allí. Ahora necesito saber solo cosas de su infancia.

-         Recuerdo pocas cosas, creo que no fui  feliz.

-         Eso puede ser una consecuencia, intente fijarse en algunos detalles.

“Me sentía intranquilo, abrumado, quería pero no podía fijarme en los recuerdos. Se me hacía una montaña volver a mi pasado”.

-         Sr. Miquel, todo es empezar… Tómese su tiempo, procure recoger una imagen, algo que le introduzca en su pasado.

-         Un biscuter, si… recuerdo que pensaba que sólo los médicos iban en biscuter… sabe, aquel pequeño automóvil descapotable.

-         Lo conozco, recuerdo haber visto alguno. Siga, por favor.

-         Bien, Yo era algo enfermizo, y nuestro médico siempre venía a visitarme en su biscuter. Le hablo de cuando posiblemente tendría unos cuatro años… Creo que era un crío cariñoso y algo introvertido. Estuve un tiempo viviendo con mi abuela materna
en un pueblo de los Pirineos, antes de trasladarme con mi familia a Barcelona. Se que primero vivimos en el altillo de un taller, estaba en un callejón de tierra, posiblemente debía ser algún familiar que nos ayudó. Luego nos trasladamos a vivir con los abuelos paternos.

-         En esa época, supongo que recalaría en algún colegio… Recuerda donde estudió.

-         Si claro… me llevaron a un colegio de educación religiosa.

-         ¿Tiene algo que decirme es ese colegio?

-         No fue agradable estudiar allí, fui educado  de una manera que no comprendía. Se me impedía desarrollar mi imaginación, no podía tragar las lecciones de “carretilla”…

-         ¿Carretilla?

-         Sí, estudiar las lecciones como un loro. Los profesores “martilleaban” los temas, era un auténtico suplicio para mí. Cuando por ejemplo soltaba mi imaginación en los exámenes de Historia, por apartarme del texto no recibía más que suspensos y reprimendas.

-         Luego volveremos a ese colegio, me gustaría que intentara recordar algún aspecto de cómo se sentía en esa época.

“No se bien donde se encontraba mi mirada, quizás en mis rodillas, en el suelo, en el aire, o tal vez en el misterioso hilo conductor con mi pasado. Aquella pregunta me hizo volver a la realidad, y pude darme cuenta de que ya me encontraba cómodo en el suave interrogatorio a que era sometido, quizás influyera el haber visto algunas películas de psiquiatras, incluso leer “El príncipe de las mareas “ de Pat Conroy. La Doctora Cardiel, con sus gafas de presbicia sobre la punta de su delicada nariz, aunque no se parecía en nada a  Barbara Streisand, si era de mediana edad y poseía una constitución fuerte. Su cabello era liso, moreno y muy bien cuidado. Sin ser una belleza tipificada, a mí me pareció bastante atractiva. Lo que sí notaba como algo nuevo, era el curioso efecto balsámico que me producía recordar momentos nada agradables de mi infancia, algo aparentemente contradictorio. Mi mente, ahora parecía recrearse en esa sensación; era obvio que me había distraído, ella se encargó de recordármelo con una sonrisa”.

-         Son recuerdos tristes, dormía con mis padres y dos de mis hermanos, en una misma habitación. Todavía me parece sentir la humedad que salía de las manchas en la pared.

-         ¿Algún recuerdo más?

-         Sí…, algo muy extraño que me ocurrió… Pasó cuando jugaba en la plazoleta con otros niños… La pelota se escapó, cruzó la calle y al ir a buscarla… recuerdo que me vi volteado por una  moto, subí al aire y caí de cabeza sobre el asfalto… Ignoro si a eso se le llama perder el sentido, porque, entonces me percaté de los terrados planos y de las antenas de televisión en forma de T.

-         ¿Puede usted explicarse mejor?

-         Lo siento, quiero decir que es como si mi conciencia se expandiera y volara por encima del accidente…

-         Siga por favor…

-         Puede que sea producto de mi imaginación, pero eso es lo que recuerdo, hasta que… presentí, que allá abajo en aquel corro de gente, algo me pertenecía. Entonces, desperté, todo eran pies de personas rodeándome, nadie me tocaba, quizás pensaban que estaba muerto. Mi reacción fue salir corriendo, no lograron atraparme. A cien metros de allí se encontraba mi casa, llamé con insistencia, me abrieron y logré llegar al lavabo donde me encerré. El pobre hombre que llegó tras de mí contó a mis padres lo que pasó, fui al hospital y me trataron de una conmoción cerebral.

-         ¿Contó a alguien entonces su experiencia?

-         No, no lo hice…

-         ¿Por qué?

-         Cuando desperté en el suelo me encontré muy asustado y desconcertado. Luego ya me olvidé de todo, pero años más tarde aquella extraña sensación tras el accidente, despertó en mí muchas incógnitas.

-         Bien, dejémoslo ahí… Ahora, Sr. Miquel, le pediría que hiciera un intento por encontrarse con el primer recuerdo de su vida. Quizás se sentiría más cómodo y relajado en el diván.

“Una vez conseguía responder a la Doctora Cardiel, se producía un corto espacio de silencio antes de la siguiente pregunta. Nada parecía precipitado. Esos instantes de calma, servían para que encontrara cada vez más serenidad y mis recuerdos fluyeran a través de mi memoria. No me fue difícil aceptar el ofrecimiento, despacio, me erguí del asiento y fui a reclinarme en el diván. Sin que ella me lo indicara, cerré los ojos y coloqué ambas manos recogidas sobre mi vientre”.

-         Tómese su tiempo, deje que el recuerdo llegue por sí solo…

“Me dejé llevar, sumido en una especie de trance…Fue como entrar en una larga espiral negra y espesa, hasta que de pronto se rompió el velo y todo se despejó, entonces… aparecieron”.


-         Unos peces rojos, si, ese es mi primer recuerdo… Siento una extraña fijación por ellos…La habitación es oscura y fría, se mueven circularmente dentro de una lámpara que despide una tenue luz. La soledad me acompaña hasta que unas manos torpes me dan de comer, debo tener solo unos meses de vida. Esos peces siempre están allí, incluso cuando ya me veo gateando en la misma habitación. Se podría pensar que la situación es diferente, pero no es así, sigue el frío y la soledad, y ellos continúan moviéndose circularmente sin parar, entre la penumbra. Solo ha cambiado la perspectiva, ahora los encuentro un poco más altos sobre la misma mesita. Mi libertad siempre acaba al borde de una pronunciada escalera que se enfila  abajo, hacia lo desconocido. Más de una vez me he quedado con mi pequeña cabecita y las manos entre unos barrotes que me impiden seguir, esperando oír pasos familiares que suban a mi encuentro. Creo que aquello lo vivo como algo natural,  la soledad, las manos torpes que me dan de comer, la penumbra, y los peces rojos, eran tan normales como la luz del día... 

Poema: A ti... yo soy la poesía

A ti,  o ser bien hallado
entre calles estrechas,
entre piedras del pasado,
entre naturaleza maltrecha
que aún conserva su legado.
Yo…, soy la poesía
quien te rinde pleitesía.

Aunque sintiendo la miseria
de un mundo confundido
que no encuentra su gloria,
yo …, la poesía, aun vivo
y te animo a que sonrías.
Abre tu corazón al sol,
sacúdete pronto la pereza
que en ti hay un crisol,
y ama a la vida en tu camino
pues la evolución siempre ayuda
a quien hace del amor su sino.

Poema: A cierta clase dirigen - te


  1. A cierta clase dirigente,
    esos que nublan las mentes
    y rompen los puentes
    para que nadie se plante
    ni puedan ser fuertes.
    De verborrea farsante
    y postura prepotente,
    suelen estar ausentes...
    de la realidad latente.
    Vuestro imperio elegante
    corrompido y cargante,
    si no se hunde en el presente
    lo hará en el futuro pendiente.
    Y el hombre sano y eficiente
    surgirá allí, enfrente
    junto al árbol y la fuente,
    para convertirse en gigante
    y besar la frente
    al compañero sufriente.
    Y como es evidente,
    estaremos sonrientes,
    seremos integrantes
    de una vida expectante,
    trabajosa y constante.
    y vosotros, ignorantes
    aunque mil años os cueste,
    pensarlo... es sugerente:
    La naturaleza es contundente
    si no se sigue la corriente
    de una vida... coherente.

Poema: Rosa

Tu nombre es una flor,
en el tallo espinas.
Para llegar al color
sé que lo adivinas,
una herida... y dolor,
pétalos de hebras finas
delicado y fragante olor.
Sí... lo imaginas
te hablaré de amor
y de todo aquello
que te dé calor.
Tu cuerpo es bello
transmite candor
pero... y eso
que deseas con fervor.
Como siento que lo sientes
y como quiero que lo cuentes
en una tarde al sol,
tranquila y relajada
desde tu crisol.
Sabes, mi bien hallada
te creo enamorada
y no puede la vida
dejarte, sin morada.

Meditaciones al alba: Fundamental

Me preocupan las religiones, su tendencia es cerrarse en lo fundamental. Mientras que un ser libre, sin dogmas, suele abrirse desde lo fundamental

Poema: Dedicado a las madres de los desaparecidos

  1. ¡Calla, calla! hijo/a no insistas,
    he de ir a "voltear".
    Mientras la salud resista
    no debo dejar de andar.
    Años ha que no te veo
    y aun sigues en mi mirar.
    Cada paso de mi camino
    me anuncia tu despertar....
    ¡Vives, vives! no insistas
    aun... no puedes descansar.
    Cada gota de tu sangre
    es manantial de ansiedad.
    Cada grito de tu agonía
    es anuncio de su final.
    ¡Basta de tanta iniquidad!
    Pondré tu sonrisa en mi solapa
    y empezaré a preguntar:
    ¿Saben donde está mi hijo/a?
    ellos son... la libertad.
    Cuando aparezcan...
    dejaré de caminar.

Poema: Círculos viciosos

Cuantos y cuantos lo hacemos,
caminar sin ver adonde,
sin comprender lo que fuimos,
sin pensar en lo que somos.
Seres vacíos, cerebros huecos,
viajando perdidos por rutas marcadas,
sin saber que repiten sus vidas erradas.
Jugando con caprichos,
nos cansamos, aburrimos
de vivir insatisfechos
para morir sin provecho.
Esos pasos que circulan
por trayectoria viciosa,
que hacia el ego pululan
con maniobra dudosa.
Esos pasos que no llegan
a alcanzar la esperanza
de aquellos que aman
un futuro con confianza.
Esos pasos que amagan
la evolución inmediata,
porque tienen mucho miedo
tras el círculo que les ata.



Meditaciones al alba: Tensión y atención

En todos nuestros actos cotidianos, no está de más vigilar la tensión porque algo puede romperse...mientras que si los realizamos con atención, algo puede construirse.

domingo, 22 de junio de 2014

Novela: La última cumbre... - extracto primer capítulo -

La tarde era fresca y transparente, apetecía andar. Los colores, después de la tormenta del día anterior resaltaban por doquier invitándome a usar mi cámara. Pensé en las buenas instantáneas que podría sacar sobre la puesta de sol.  Caminaba sin prisas, tranquilo, respirando el ambiente, la soledad; escuchando al viento, el  leve crujido de las ramas, observando el inquieto oteo de las marmotas. Sobre la altura de un pico el sol a punto de esconderse aun irradiaba  luz sobre el valle. Mientras tanto el cielo poco a poco se iba inundando de tonos intensos de color carmesí.

Aproveché el momento para sacar un sinfín de fotos.  Satisfecho dejé atrás el collado donde me encontraba y  dirigí mis pasos hacia el valle. La luz solar iba tocando a su fin y aunque el conocimiento del camino, el día despejado y la tenue claridad de la luna me iban a ayudar, no era cuestión de perder demasiado tiempo. Mis pasos se agilizaron un tanto, pero no lo suficiente como para que perdiera ese particular estado de meditación que me producía caminar en soledad. Me sentía parte integrante del paisaje, con mis cinco sentidos expandidos de tal manera que podía percibir como me fusionaba en el entorno. Lejos de sentir temor, podía identificar cada ruido, cada variación de desnivel, cada olor, cada movimiento de un animal, aunque estuvieran lejos como los rebecos buscando su refugio. No había un alma humana por donde me encontraba, solo la naturaleza y yo.

Crucé un arroyo cuya corriente provenía de un pequeño Ibón. Iba descendiendo por un roquedal, camino de otro Ibón mucho más grande. Estaba a punto de retomar el sendero que bajaba en diagonal entre pinos y piedras sueltas, cuando una extraña sensación me hizo detener. 

No era exactamente un zumbido porque no percibía ruido alguno. Era algo similar a una carga eléctrica en el ambiente, como ocurre justo en medio de una tormenta... pero no había nube alguna en el cielo. Me quedé quieto, agudizando mis sentidos, casi ni respirando. Ladee la vista lentamente en todas direcciones. No observé nada extraño. Lo que fuera estaba más arriba, sobre el ibón pequeño.

Por encima del escarpado roquedal había una depresión del terreno con una ligera hondonada. Allí estaba el pequeño lago que se alimentaba del deshielo de la montaña. Conocía el lugar, era especialmente hermoso; por encima y superando la depresión del terreno, te encontrabas en un balcón sobre la cadena montañosa justo en la base de un majestuoso pico.

Vino a mi memoria una leyenda: “Dicen que en las noches de San Juan, si subías a un determinado Ibón, podían encontrarte con el espíritu de una joven mora danzando sobre las aguas del lago. Ella se quedó allí cuando se perdió entre las montañas, huyendo de las luchas entre moros y cristianos. Pero no todo el mundo la podía ver, la visión solo estaba al alcance de unas pocas personas”. Curiosamente estábamos a finales del mes de Junio, quizás esa extraña sensación que tenía obedeciera a la magia de la mora que estaba danzando allá arriba.

Decidí subir... no existe nada mejor para salir de dudas que ver con tus propios ojos. Mientras lo hacía notaba cada vez más cerca esa sensación. Observé como el vello de mi cuerpo se erizaba; en la muñeca portaba un reloj que a la vez tenía una función de brújula. La manecilla indicadora se volvía loca girando descontrolada. Evidentemente estaba padeciendo efectos magnéticos... que demonios pasaba.

Ya estaba llegando al final del promontorio desde donde podía dominar el terreno. Los últimos metros los subía con sigilo procurando no desprender piedra alguna, ignoraba lo que me iba a encontrar. La luz escaseaba, pero mis ojos estaban lo suficientemente dilatados como para poder observar a una cierta distancia. Asomé la cabeza… y mi boca, los ojos y las manos se abrieron en una expresión de asombro. Quieto y mudo exhalé un profundo suspiro. No era de alivio ni de susto, el suspiro representaba la viva expresión de lo incomprensible. No sentía miedo ni amenaza, estaba tranquilo extrañamente tranquilo. Era como si aquel objeto y yo estuviéramos en el sitio correcto; pero sin embargo tenía claro que no podía anunciar mi presencia, debía seguir allí, observando.

El aparato aún emitía ese zumbido casi imperceptible pero se fue disipando poco a poco hasta desaparecer. Se encontraba aposentado sobre unos apoyos muy cerca de la orilla y a no más de cincuenta metros de mi vista. En un principio no  aprecié a nadie a su alrededor, pero fijándome acerté a adivinar presencias humanas cerca del objeto. Se movían con parsimonia. Eran tres… a juzgar por sus gestos parecían tenerlo todo controlado, no se sentían amenazados. Pese a lo extraño de la situación seguía percibiendo la sensación de calma, pero aun así procuré mantener la cautela. Uno de ellos portaba un objeto no muy largo y estrecho, parecía tomar muestras del terreno. Otro en la orilla también daba la impresión de que hiciera algo parecido con el agua. El tercero observaba el entorno y con algo que tenía en las manos tanteaba el aire. Evidentemente parecían estar allí con alguna misión. En la distancia y por la poca luz, no acertaba a vislumbrar sus rostros ni marca alguna en el aparato. Un aparato de forma circular, cuatro o cinco metros de alto y cerca de veinte de ancho. No emitía luz alguna y su color se asemejaba al gris. Me era imposible ver más detalles. Entonces se me ocurrió usar la máquina fotográfica. Pensaba que con una exposición larga podría recoger alguna imagen. Tan solo me preocupaba el inevitable “clik” de la apertura del obturador sobre el silencio del lugar,  quizás ellos me escucharan.

Me decidí a hacerlo, monté el minúsculo trípode adecuadamente, encuadré el objeto y disparé. Fruncí el ceño como esperando la respuesta de ser sorprendido. Tras unos segundos el “clik”… y ellos no manifestaron por sus gestos haber captado el sonido. Eso me animó a hacer más exposiciones. Cuando llevaba tres o cuatro la tarjeta gráfica me avisó que estaba llena. Despacio la saqué de la máquina para guardarla en uno de mis bolsillos. Podía haberme dado por satisfecho sin embargo recordé que tenía otra ya empezada que me podía servir. La coloqué y me dispuse ha hacer más fotos. Fueron unas cuantas más. En un momento determinado, la persona que parecía recoger muestras del aire se giró en mi dirección como si me hubiera observado. En un impulso recogí la máquina y agaché la cabeza. Instintivamente y de un tirón recogí el trípode y la máquina para colocarme debajo de la roca. No estaba seguro de que me hubieran visto pero  lo más prudente era salir pitando de allí. Bajé lo más rápido que pude procurando no tropezar. Unos metros más abajo me detuve para recuperar el aliento. Preocupado miré hacia arriba pero no observé señal alguna de que me siguieran. En esos instantes de quietud tuve tiempo para recapacitar:   “que extraño — me dije — justo antes de llegar allá arriba la brújula andaba loca y sin embargo, el mecanismo de la máquina fotográfica no se vio alterado cuando realizaba las exposiciones. Cuando subía mi vello estaba erizado pero no cuando hice las fotos…  y esa extraña sensación de percibir un zumbido sin oírlo.”  Lo que fuera era de índole magnético y sin duda ellos lo controlaban a su antojo.    

Continué la marcha... pese a que el sendero no ofrecía dificultad alguna noté que seguía jadeando. Cada piedra que desplazaba con las botas y caía hacía abajo emitía un sonido que a mí me parecía un trueno. Eso me hacía mirar hacia atrás pero nadie me seguía. Por fin, recuperé el resuello al entender que en esos momentos nadie iba a por mí.



Seguí andando hacia el valle. Ya con la noche cerrada llegué al refugio de montaña donde tenía mis pertenencias. Todo el mundo estaba recogido en sus literas, de momento.
En apenas dos horas y con la oscuridad marcando el terreno, los montañeros empezarían a salir hacia sus objetivos. Me senté en el porche junto a la puerta, en una esquina y sobre unos troncos. Estaba en la penumbra y orientado justo hacia donde habían venido mis pasos. No estaba tranquilo del todo, temía ver aparecer algo o alguien extraño. Pero el silencio era absoluto, se respiraba calma. Yo me sentía como en una nube, no acababa de creer lo que había ocurrido. Por momentos me pareció como un sueño irreal, cosas de mi imaginación, pero tenía el registro de mi máquina fotográfica…