Golpeé
suave y repetidamente el muslo de Eva con mi cabeza. Ella seguía sentada junto
a la charca, taciturna, mirándome con sus preciosos ojos. Estaba pensando que
yo era muy vieja y que pronto mi cuerpo dejaría de andar por la masía. Me
acariciaba suave y cadenciosamente. De pronto, unas lágrimas resbalaron por sus
mejillas hasta caer delicadas y agradables cobre mi cuerpo. Quedaron como gotas
de rocío suspendidas de mis pelos canosos. Ella las enjugó dulcemente al tiempo
que sonreía desde su tristeza. Me tomó con ambas manos para abrazarme junto a
su pecho, luego… volvió a dejare en el suelo.
Comencé a
andar en dirección al bosque. Ella hizo un ademán como para retenerme pero
quedó quieta observándome. Ya en la línea de los primeros árboles miré hacia
atrás. Eva estaba rodeada por el brazo de su padre. Debió observar la escena de
la charca y llegó hasta su hija, comprendiendo que allí nacía una despedida. Me
vieron partir con la idea de que quizás ya no volvería. Aquellos entrañables
seres humanos supieron respetar mi libertad hasta el último momento.
Mis pasos
cansinos se adentraron en el bosque, crucé una zona de maleza y justo al
atravesar un camino noté la presencia de alguien que me acompañaba. No había
visto jamás a aquel hombre y sin embargo lo conocía tanto como a mi viejo
cuerpo de ardilla.
-
¿Me
conoces?
-
Si, si… de alguna manera creo conocerte
-
Eres una
ardilla extraordinariamente vieja.
-
Lo sé, lo normal es que solo vivamos dos
ciclos.
-
¿Y eso?
-
Estamos sometidas a muchos peligros: los
depredadores, la destrucción de nuestros ecosistemas, el hombre…
-
Bueno… es
lógico. Imagínate que todas las ardillas vivierais siete años. Con lo
prolíficos que sois los roedores el mundo estaría saturado de ardillas.
-
Viniendo de ti eso no tiene gracia, sabes
muy bien que el reino animal sabe adaptarse perfectamente a su situación. Si
nacemos tantas es por una necesidad de sobrevivir. A menos peligros menos
proliferación.
-
¿A que se debe pues tu longevidad?
-
Al hombre.
-
Pero no
has dicho que es un peligro…
-
Para mi no lo ha sido. Sabes cual ha sido
mi suerte, no se porqué pierdes el tiempo preguntándome esas cosas… A no ser
que con ello quieras llegar a algún lado.
-
Lo
adivinaste.
-
De
acuerdo. Hablaré desde mi experiencia. La naturaleza está falta de equilibrio,
no es ningún secreto. Los bosques están enfermos, sucios, descuidados. No
existe mucho respeto hacia los animales. Sé que hay leyes entre los hombres
para proteger a las ardillas y sin embargo cada temporada de caza se nos
dispara sin compasión. El ser humano es el factor determinante para que la
naturaleza encuentre su equilibrio. Cuando el hombre sea sabio, la naturaleza
reflejará esa sabiduría.
-
Será
difícil que mis ojos vean esa manifestación de sabiduría.
-
¿Que pretendes?, que dude del ser humano…
pues no lo vas a conseguir. Mientras exista un solo hombre en quien confiar, no
se puede perder la esperanza de una vida mejor para el bosque.
El hombre
quedó en silencio, me acerqué a él. Entonces se agachó para ofrecerme una
sonrisa. Después de posar sus dedos suavemente sobre mi testuz, habló para
despedirse.
-
Gracias,
mí querida ardilla. No te molesto más, continua tu camino. Yo… seguiré con el
mío.
-
Creo… que al final, todos los caminos se
encuentran.
-
Lo sé, lo
sé vieja ardilla…
… Observé como la vieja ardilla penetraba
en la espesura, sin duda buscaba un sitio recogido para dejar que su cuerpo se
abrazara a la tierra. Continué mi paseo por el bosque intentando captar desde
los reinos de la fantasía un nuevo tema que quisiera abrazarse a mi condición
de escritor. Y fue entonces cuando algo me hizo elevar la vista, allá arriba
volando entre las nubes una ardilla había alcanzado el azul. Me guiñó un ojo en
clara alusión de que estaba bien. Ella era feliz, yo también lo soy con su
recuerdo.