lunes, 16 de noviembre de 2015

RELATO de un Pueblo de Bien

   Rodeado de un bello entorno natural, existía un pequeño pueblo que como tal no difería de tantos otros. Poseía un ayuntamiento, una iglesia, una escuela y varios negocios. Sus habitantes variaban según la época del año… pudiera parecer mortecino en invierno o animado en verano, lo cual nos da una idea de que no eran muchos los que allí habitaban todo el año. Su alcalde, hombre de bien, tenía un pequeño conflicto interno, ni más ni menos que a quien favorecer, porque en ese pequeño pueblo existían tres clases de habitantes: los de toda la vida, gente arraigada allí durante generaciones, los veraneantes habituales a la cita en la mayoría de fines de semana y en vacaciones, y una nueva generación consistente en familias jóvenes, con hijos y que habían decidido vivir en el pueblo.

   Tal es así que el alcalde decidió consultar a un ermitaño, hombre sabio que habitaba en la montaña y que por ser totalmente independiente le aconsejaría bien…El consejo que recibió fue el siguiente: No separes, integra… recoge lo mejor de todos ellos, la experiencia de los naturales del lugar, el equilibrio que siempre te darán los segundos residentes y sobre todo la energía, el dinamismo de los jóvenes puesto que en ellos se encuentra el futuro de tu pueblo.

Cuanta la historia… que el alcalde le costó decidir pero lo hizo… y como lo que siguió fue una opción de futuro no os puedo contar cual fue su decisión.


lunes, 9 de noviembre de 2015

Cuento: "Memorias de una ardilla· - La charca

    El sur nos traía su viento cálido, solo con ligeras variaciones en el tiempo la primavera llegaba fiel a su cita en el bosque. En el término de mi séptimo ciclo de existencia, el  sol se reflejaba en el color de las flores y su luz iluminaba el verde de los árboles. Mis ya cansados sentidos se abrían al espectáculo, suplía con imaginación e idea la pérdida de algunas facultades. Nunca dejé de maravillarme ante el nacimiento de un nuevo proceso vital para el bosque. Mi cuerpo agotado pero la mente ágil por las ideas frescas. Ni de vieja me olvidaba de aprender, con ese ánimo fluían mis pasos por la querida masía. Cerca de los setos, en una oquedad entre la hierba, las últimas lluvias formaron una pequeña y limpia charca, allí me paré para contemplarme en el espejo de sus cristalinas aguas.

    Mis ojos continuaban brillando, quizás más que nunca. Los bigotes seguían estirados al igual que los pinceles de mis pabellones auditivos, si bien su color blanco se diferenciaba al oscuro de mi juventud. Gran parte de mi pelaje se mostraba canoso y lacio. La piel arrugada por tantos y tantos gestos repetidos a lo largo de los años. El cuerpo graso, muestra de su defensa al frío del pasado invierno y  muy lejos de la agilidad de antaño. La cola se mantenía digna y estirada adornada por mechones blancos. Las uñas de mis manos largas, curvadas y duras, apenas aptas para sostenerme firme en las lentas ascensiones hasta el nido del ciprés. ¿Quién era esa anciana que aparecía en el espejo de las aguas? ¿Que había detrás de ese venerable cuerpo? Al borde de la charca mi mirada quedó absorta en esa imagen. Mis ojos penetraron en esos ojos que se reflejaban en el agua para que me llevaran a los queridos recuerdos de mis vivencias. Nada ingrato llegaba a mi mente, ni rencores, ni odios, ni temores, solo la agradable sensación de haber aprendido a lo largo de siete entrañables años. Ahora deseaba descansar, dejarme fluir en la calma de mi ánimo. Me encontraba bien conmigo misma. Una broza cayó sobre el agua de la charca disolviendo la imagen, instintivamente alcé los ojos para dejarlos quietos en la persona que respetuosamente se acercaba.

    Era una preciosa muchacha de veinte lozanos años. Su nombre Eva. Se sentó a mi lado en el borde de la charca para mirar como las ondas en el agua deformaban nuestras figuras. Su mano acarició mi contorno. Nunca me cansaría de la ternura de su tacto ni de la calidez de su presencia. Ella me entendía mejor que nadie… Como me acuerdo de su media sonrisa de complicidad siempre que yo marchaba al bosque para cumplir con mi vida de ardilla… Que hermosa sensación la de saber que te quieren respetando siempre tu propia libertad.  Nos amábamos, yo desde mi cuerpo de ardilla, ella desde su forma de mujer. El amor que hermosa sensación capaz de saltar las barreras de las edades, de las especies, de los mundos infinitos. Eva y yo siempre estaríamos unidas más allá del tiempo y de la distancia, más allá de la vida. El amor no es más que el reconocimiento de que los demás son como tu esencialmente  la misma cosa.

   Eva, sabes que ésta va a ser mi última primavera en la masía. Los días de mi cuerpo llegan a su fin. Sé que es difícil para los que quedan comprender que uno a de marchar. Sé que quedaré en tu recuerdo mientras  vivas y no dudo que será un grato  recuerdo. No quiero que dejes de caminar junto a tu ternura, actúa según lo que sientes; crece, crece desde tu corazón. Yo, he de marchar…