Rodeado de un bello entorno
natural, existía un pequeño pueblo que como tal no difería de tantos otros.
Poseía un ayuntamiento, una iglesia, una escuela y varios negocios. Sus
habitantes variaban según la época del año… pudiera parecer mortecino en invierno
o animado en verano, lo cual nos da una idea de que no eran muchos los que allí
habitaban todo el año. Su alcalde, hombre de bien, tenía un pequeño conflicto
interno, ni más ni menos que a quien favorecer, porque en ese pequeño pueblo
existían tres clases de habitantes: los de toda la vida, gente arraigada allí
durante generaciones, los veraneantes habituales a la cita en la mayoría de
fines de semana y en vacaciones, y una nueva generación consistente en familias
jóvenes, con hijos y que habían decidido vivir en el pueblo.
Tal es así que el alcalde decidió
consultar a un ermitaño, hombre sabio que habitaba en la montaña y que por ser
totalmente independiente le aconsejaría bien…El consejo que recibió fue el
siguiente: No separes, integra… recoge lo mejor de todos ellos, la experiencia
de los naturales del lugar, el equilibrio que siempre te darán los segundos
residentes y sobre todo la energía, el dinamismo de los jóvenes puesto que en
ellos se encuentra el futuro de tu pueblo.
Cuanta la historia… que el alcalde
le costó decidir pero lo hizo… y como lo que siguió fue una opción de futuro no
os puedo contar cual fue su decisión.
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