"BAJO LA PIEDRA INCLINADA"
Seguimos nuestro
itinerario sin perder de vista a madre. Los rayos de sol producían cortinas de
luz que le daban al bosque un tono fantástico de sombras y gigantes. El suelo
era irregular y escondía muchos tesoros que todavía no sabía encontrar. En la
base de un tronco, entre sus raíces, vi un pequeño agujero con la tierra
removida a su alrededor. Pensé que quizás allí hubiera algo de interés.
Introduje una de mis manos en el hueco, y palpé un pequeño cuerpo, blando y
peludo. Curiosa, husmeé con el hocico e intenté fijarme con mis ojos en la
oscuridad del agujero, mientras mis bigotes tanteaban sus bordes. Aquel cuerpo
que parecía dormido despertó con irritación. Su hocico era puntiagudo y al
igual que yo poseía bigotes, tenía una cola larga y fina. El pavor se reflejaba
en sus ojos, adoptaba una actitud defensiva mostrando sus minúsculos y afilados
dientes, a la vez que emitía un estridente sonido. Sin duda pretendía
asustarme, pero fui yo quien decidió dejar de lado aquella minucia de ser y
ocuparme de otras cosas más importantes. Aquel incidente me dio seguridad y
fuerza, si ese bicho me temía, representaba que yo era poderosa en el bosque.
Había perdido el miedo,
casi podía prescindir de madre. Me introduje en unos matorrales sin importarme
que ni ella ni mis hermanos estuvieran a mi lado. Se apreciaban huellas y un
pequeño camino entre las ramas bajas y espinosas. Bajo una piedra inclinada,
encontré un montón de hierba seca y aplastada. Ascendí curiosa la pequeña
depresión del terreno para ver que se escondía allí. Un animal algo más grande
que yo, pardo y moteado de pequeñas manchas marrones, con patas cortas, grandes
orejas y una larga cola listada a franjas claras y oscuras, dormía acurrucado.
Entre las patas y junto a su vientre, yacían dos pequeños. No me dio tiempo a
observar mucho rato, porque de manera inesperada, como si desde sus sueños
aquel animal hubiera advertido mi presencia, despertó furioso, enseñándome sus
amenazadores dientes a la vez que un sonido estremecedor salía de su garganta.
Mis patas traseras actuaron como un resorte y eché a correr tanto como pude.
Saltando en continuos zigzags conseguí salir de los matorrales sintiendo muy
cerca la amenazadora presencia del animal. Ya en terreno abierto, posiblemente
me hubiera alcanzado si no hubiera mediado la presencia de madre, ella surgió
de no se sabe donde interfiriéndose y desviando su atención. Yo quedé libre de
la amenaza, pero aquel animal seguía detrás de ella. Ambos se perdieron en la
espesura. Mis hermanos vieron toda la escena, quedamos muy impresionados por el
silencio doloroso que llegó a continuación, sentimos como la sangre se nos
helaba. Fue preciso reaccionar, y optamos por llegar al nido, era el lugar más
seguro que conocíamos.
La soledad y el
desamparo se apoderaron de nosotras, no sabíamos que hacer. Nos faltaba
aprender muchas cosas y temíamos que madre ya nunca pudiera enseñarnos. Tristes
y silenciosas esperábamos dentro del nido quien sabe si el final de todo, justo
cuando habíamos iniciado los primeros pasos por nuestro mundo. De pronto oímos
un ruido, alguien trepaba por el tronco. Nuestros instintos estaban dominados
por el miedo y no apreciábamos si lo que subía era la muerte o la vida. La duda
nos hizo quedar quietos mientras una figura entraba por la abertura… Era madre,
quien llegaba alterada y jadeante. En su huida había perdido su hermosa cola a
manos de la jineta, y no perdió la vida porque ésta al ver que se alejaba
demasiado prefirió volver junto a sus crías abandonadas. Inmediatamente nos
trasladamos a otra zona del bosque donde existía un nido muy parecido al que
nacimos, madre lo decidió para evitar que la jineta nos sorprendiera al haber
detectado nuestro primer refugio. Aquella angustiosa experiencia sirvió para
entender que la vida en el bosque distaba mucho de ser un juego, y que yo lejos de ser poderosa no era más que una ardilla.