Un día, pensando en la célebre frase que
recogió Platón de la boca de Sócrates: “Solo sé que no se nada”, se me ocurrió
la idea gráfico—metafórica de la sabiduría. Cierto, muy cierto que el hombre
sabio es el más ignorante de todos, de ahí que no le quede más remedio que
reflejar su humildad tanto en su obra como en sus actos.
Imaginemos un punto de partida, donde el ser humano con
criterio propio e ideas autónomas empieza a tener conocimiento y a preguntarse:
¿Dónde estoy, de donde vengo, a donde voy?
Esto sería el inicio de la sabiduría, el vértice de una infinita y
abierta proyección cónica. A medida que vamos avanzando desde ese vértice, se
va ampliando nuestro conocimiento. Seguimos avanzando y el conocimiento continua
ensanchándose, tal es así que llega un momento que la fuente del conocimiento
se hace inalcanzable porque la proyección resulta infinita. Es ahí cuando el
hombre sabio se detiene y reconoce su ignorancia, a pesar de lo mucho que ha
avanzado.
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