Te asomas a mi ventana
con las
sombras del día.
Todo está oscuro,
el
silencio se hace eco
y agobia
mis sentidos.
Mi mente se anubla
de
pensamientos consentidos.
Te encajas en mi rostro
con una
mueca lejana
que aleja
de mi vera
la
sonrisa ufana.
Tu peso en mis hombros
afloja la
mirada
hasta que
cae al suelo
perdida y
arrastrada…
Me derrumbo en la vereda
por la
que van mis pasos
y dejo
que se escape
una
lágrima furtiva.
De mí ánimo nace un suspiro
que
anuncia el desahogo
y
entonces me acuerdo de ti
añorada
alegría, sin la cual
no
existiría, esta melancolía.
Sois las dos caras de una moneda
y con
ella pago…
el peaje,
de mi vereda.
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