Cuenta la leyenda… que en un lejano reino,
existían dos doncellas muy peculiares. Una de ellas era esbelta, radiante, de
un físico agraciado por lo escultural, elegante y de enorme atractivo para las
miradas ajenas… La otra mujer era algo deforme, su físico era anti-estético y su
sola presencia provocaba que fuera repelida por las gentes. Podría decirse que en
función de su apariencia, una de ellas era feliz y la otra todo lo contrario,
más está afirmación resultaba no ser del todo cierta; en realidad, ninguna de
las dos era feliz.
Tal es así, que cierto día
ambas se encontraron, quizás no por casualidad, en un recóndito lugar de un
bosque cercano, justo donde habitaba una misteriosa hechicera.
La enigmática mujer que en
ese bosque existía, captó de inmediato el problema y quiso tratar a ambas
doncellas al unísono.
—
Sé
cual es vuestro problema…la soledad que provoca cierta infelicidad. ¿estoy en
lo cierto?
Las dos mujeres respondieron a la vez
confirmando esa apreciación, la hechicera no se equivocaba… y les preguntó:
—
¿Cuál
es la razón de vuestra soledad e infelicidad?
“Porque soy preciosa” —dijo una—, “porque soy horrible” — dijo la otra—
La curandera solicitó a
ambas que se extendieran en sus razones…
La más agraciada por su
físico expuso: “Todos me miran, todos se
acercan, todos quieren… mi cuerpo, pero
nadie entiende quien soy”. La otra doncella expuso: “Me rehúyen, me rechazan, me anulan… por mi cuerpo, pero nadie entiende
quien soy”.
La hechicera les propuso
algo que estaba en su mano conseguir… que sus respectivas personalidades
intercambiaran el cuerpo y volvieran al entrar la luna llena.
Llegado el momento, y tal
como estaba pactado, ambas doncellas volvieron al recóndito lugar en el bosque
donde habitaba la hechicera, al recibirlas pronunció:
—
Y
bien… ¿ha cambiado algo en vuestras vidas?
“Todos me miran, todos se acercan, todos quieren…mi cuerpo, pero nadie entiende quien soy”,
dijo una de ellas. “Todos me rehuyen, me
rechazan, me anulan… por mi cuerpo, pero nadie entiende quien soy”, dijo la otra.
Mas entonces queda
demostrado que vuestra infelicidad, la soledad interior que os embarga no es
culpa de vuestros respectivos cuerpos.
Por lo tanto… ¿que hemos de hacer? —dijeron ambas—
“Entender que la verdadera
belleza, aquella que da la felicidad y destierra la soledad, no se encuentra en
vuestro físico".
No hay comentarios:
Publicar un comentario