martes, 16 de junio de 2015

Cuento: "Memorias de una ardilla" -Piel de diversos colores - Capítulo


    Las salidas del nido eran constantes, habíamos aprendido a ser más cautos en nuestros movimientos, conocíamos que los posibles peligros  estaban en el suelo pero también  llegaban desde el aire. Cuando sonaba un revoloteo poderoso entre la maleza y tal como madre nos enseñó, quedábamos quietos y pegados al tronco para así confundirnos con la corteza del árbol que era de muy parecido color a nuestro pelaje. Como en primavera los frutos de los árboles y arbustos estaban en flor, solíamos buscar semillas escondidas por madre y otras ardillas hacía ya tiempo; lo hacíamos entre las grietas de las piedras, desenterrándolas del suelo, en los huecos de los árboles. No era fácil conseguirlo, por eso necesitábamos de otros recursos para alimentarnos, comíamos tallos de coníferas, alguna corteza tierna de árbol, insectos, orugas, e incluso habíamos llegado a tomar pequeños huevos de los nidos de pájaros.

    La vida resultaba apasionante, cada día ocurría algo nuevo e inesperado. Aquella mañana junto a madre estábamos realizando uno de nuestros recorridos habituales por el bosque, de pronto oí unos pasos secos y potentes; no correspondían a los de ningún animal peligroso, seguro, porque estos casi son imperceptibles, ellos suelen acercarse muy sigilosamente de forma que si no los sabes adivinar a tiempo o tu agilidad no está dispuesta, ya puedes contar que se acabaron tus días en el bosque, eso es por lo menos lo que dice madre. Aquellos pasos quedaron quietos, yo curiosa me fui hacia el lugar donde suponía se encontraban. Fuera de los matorrales, en una franja continuada de tierra, había un animal que solo se apoyaba en dos patas; estaba erguido, no poseía pelo más que en la cabeza, parte de su piel estaba cubierta por algo de muy  diversos colores. Me acerqué hasta sus pies carentes de dedos, los toqué. Entonces aquel animal se agachó y con una de sus manos parecía quererme acariciar. Yo me retiré un tanto, pero como vi que no me amenazaba volví a acercarme. Sus ojos miraban sin malicia, daban confianza. Alguno de mis hermanos tímidamente también se aproximaron; pero entonces madre, desde la espesura pareció indicarme algo, estaba inquieta. Se introduzco al interior del bosque para subirse a un árbol. Sabíamos lo que eso significaba, era como una señal de peligro, pero no entendíamos bien porqué. Como habíamos llegado a comprender que ella difícilmente se equivocaba, dejamos a aquel animal amable y la seguimos.


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