Las salidas del nido eran
constantes, habíamos aprendido a ser más cautos en nuestros movimientos,
conocíamos que los posibles peligros
estaban en el suelo pero también
llegaban desde el aire. Cuando sonaba un revoloteo poderoso entre la
maleza y tal como madre nos enseñó, quedábamos quietos y pegados al tronco para
así confundirnos con la corteza del árbol que era de muy parecido color a
nuestro pelaje. Como en primavera los frutos de los árboles y arbustos estaban
en flor, solíamos buscar semillas escondidas por madre y otras ardillas hacía
ya tiempo; lo hacíamos entre las grietas de las piedras, desenterrándolas del
suelo, en los huecos de los árboles. No era fácil conseguirlo, por eso
necesitábamos de otros recursos para alimentarnos, comíamos tallos de
coníferas, alguna corteza tierna de árbol, insectos, orugas, e incluso habíamos
llegado a tomar pequeños huevos de los nidos de pájaros.
La vida resultaba apasionante, cada
día ocurría algo nuevo e inesperado. Aquella mañana junto a madre estábamos
realizando uno de nuestros recorridos habituales por el bosque, de pronto oí
unos pasos secos y potentes; no correspondían a los de ningún animal peligroso,
seguro, porque estos casi son imperceptibles, ellos suelen acercarse muy
sigilosamente de forma que si no los sabes adivinar a tiempo o tu agilidad no
está dispuesta, ya puedes contar que se acabaron tus días en el bosque, eso es
por lo menos lo que dice madre. Aquellos pasos quedaron quietos, yo curiosa me
fui hacia el lugar donde suponía se encontraban. Fuera de los matorrales, en
una franja continuada de tierra, había un animal que solo se apoyaba en dos
patas; estaba erguido, no poseía pelo más que en la cabeza, parte de su piel
estaba cubierta por algo de muy diversos
colores. Me acerqué hasta sus pies carentes de dedos, los toqué. Entonces aquel
animal se agachó y con una de sus manos parecía quererme acariciar. Yo me
retiré un tanto, pero como vi que no me amenazaba volví a acercarme. Sus ojos
miraban sin malicia, daban confianza. Alguno de mis hermanos tímidamente
también se aproximaron; pero entonces madre, desde la espesura pareció
indicarme algo, estaba inquieta. Se introduzco al interior del bosque para
subirse a un árbol. Sabíamos lo que eso significaba, era como una señal de
peligro, pero no entendíamos bien porqué. Como habíamos llegado a comprender
que ella difícilmente se equivocaba, dejamos a aquel animal amable y la
seguimos.
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