DULZURA
Amansada
por el dolor y la tristeza casi no reparé en el nuevo día. Estuve toda la noche
sin dormir, recordando pasajes felices de mi existencia, intentando aceptar mi
situación y dejando que un pequeño hilo de esperanza me atara a la vida. La luz
ya se filtraba por el trapo negro y no muy lejos, el cazador y su mujer ajenos
a mi estado hablaban de sus cosas. Pasaba el tiempo, tenía hambre y ninguna
gana de comer, tenía sed y no me importaba. Seguía en la jaula esperando que
algo pasara. Sonó un timbre en la casa. Alguien abrió una puerta. Una voz joven
y suave había llegado. Empezaron a hablar, pronto me di cuenta que yo era el
motivo de la conversación. Unos pasos avanzaron hacia la jaula.
-
Eva, tu
tío encontró algo para ti, está en la jaula, tapada. Es una sorpresa.
Sorpresa,
yo una sorpresa. Como se puede ser tan mentirosa. No me tapasteis más que para
evitar mi rebeldía.
-
Trata de quitar el trapo con cuidado, ayer estaba muy nerviosa. Todavía no se ha acostumbrado a la
jaula.
Ni nunca
lo haré. Tú, cazador, dijiste que yo era una ardilla adulta y que no soporto la
cautividad, ¿por qué ahora pretendes indicar que no estoy acostumbrada a estar
entre barrotes?, ¿por qué ahora tu voz quiere ser amable?
Unas manos
descorrieron el trapo lentamente. La luz entró con ganas en la jaula, casi
dañando mis ojos e impidiéndome ver a la visitante. Pude estallar en rebeldía,
pude gritar y ponerme histérica de miedo y de rabia. Sin embargo no lo hice y
no sabía bien porqué.
-
OH… es una ardilla, una pequeña ardilla.
Que preciosa, es la primera que veo tan de cerca… Pero que delgada, y parece
estar muy triste.
Aquella
voz suave me llenó de calma. Aquella voz parecía entenderme… “Sí, estoy muy
triste y no sabes cuanto “. La muchacha hizo un ademán instintivo de acercar
sus manos a la jaula.
-
¡No! Eva, no hagas eso. Ten cuidado podría
morderte. Es un animal salvaje aunque parezca pacífico.
Cazador
tienes razón, yo soy salvaje pero tú eres necio. Un animal salvaje sólo ataca
cuando se ve acosado. Ella no me inspira temor… ¿Por qué no pruebas a poner tu
mano?
-
Tío… no me da miedo. Deja que la acaricie, no me morderá.
No a ti no
te morderé. Puedes acariciarme. Necesito tus caricias. Hazlo Eva, hazlo por
favor.
Su mano blanca
y tierna abrió la portezuela de la jaula para introducirse en mi busca. Noté
como la yema de sus dedos resbalaba dulcemente por mi lomo hasta acabar
recorriendo mi cola. Luego tocó con extrema suavidad mi cara y jugó con mis
bigotes. Yo aproveché para cabecear ligeramente contra su mano, levantando su
sonrisa.
-Ves tío, es una ardilla muy simpática. Me
gusta.
— Y tu
también me gustas —. Miré a la muchacha. Sus grandes ojos azules llenos de
bondad. Su cabello castaño, alisado y cayendo sobre sus hombros, con un
gracioso lazo rojo. Su rostro claro, fino, adornado por una sonrisa que parecía
eterna. Sus movimientos suaves, tranquilos, llenos de amabilidad. Sabes Eva, no
me importaría que me tomaras en tus brazos.
-
Tío, quiero cogerla.
-
Eva no lo
hagas, se puede escapar.
Cazador no
hagas que te odie. Tú no tienes ningún derecho sobre mí. Yo era libre cuando tú
me capturaste. El derecho de escaparme es mío y también el de dejarme
acariciar.
Eva, con
mucho cuidado, me rodeó con sus manos para llevarme hacia su pecho. Me sentí
plenamente reconfortada de todos mis sufrimientos, tan solo con la tierna
sensación de su calor. Aquel momento de dulzura consiguió transportarme a los
días en que madre me acogía entre su pelaje, y sirvió para que entendiera que
el amor era una capacidad que también tenían los humanos.