"NO ES FÁCIL"
Pasó el
otoño, el invierno y llegó otra vez la primavera, fue entonces cuando un
instinto poderoso me hizo volver al bosque. Llegó la hora de abandonar los
lindes de la masía para adentrarse en la arboleda. Sabía por la experiencia
anterior que alguien seguiría mi rastro, o bien yo lo encontraría para que otro
ciclo se iniciara.
Esperaba, dada mi corta pericia, encontrar
al mismo macho de la primavera pasada, pero no fue así. A media altura, sobre
un pino esbelto vi a una ardilla que me observaba. Así, de lejos, es difícil
saber si aquella ardilla era de mi propio género porque exteriormente en nada
nos diferenciamos. Pronto salí de la duda, porque esa ardilla no tardó en
mostrar interés por mí, con los pabellones auditivos bien tiesos y cabeza abajo
se deslizó rauda sobre la rugosa corteza del tronco hasta llegar al suelo. Decidí
coquetear y no mostrar interés, empecé a dar saltos como si quisiera
alejarme, pero él decidió seguir el
juego. Así correteando, brincando, tonteando diría yo, acabamos justo en medio
de un claro en el bosque. De repente, como si fuera una aparición, otra ardilla
llegó hasta nosotros de manera fulgurante, instintivamente me aparté hacia un
lado y no tardé en entender lo que estaba pasando.
La ardilla aparecida se irguió delante de la
que seguía mi juego, juntó sus manos y nerviosa empezó a emitir unos intensos y
agudos sonidos guturales a la vez que elevaba altiva su cola. La respuesta no
se hizo esperar, a corta distancia, apenas a una docena de cuerpos ambas
adoptaron la misma posición, era evidente que se estaban retando. La
estridencia de sus sonidos alertaban a otros animales que escépticos
contemplaron la escena. Pero como aquello, en esa época, debía de ser algo
habitual en el bosque, cada cual siguió su camino. En el ciclo anterior eso no
pasó, todo fue más sencillo, simple y hasta diría que romántico, algo que yo
pude observar que también sucedía con los seres humanos; pero justo ahora, esas
dos ardillas estaban a punto de tener una lidia, he de pensar que para
conquistarme.
Una de ellas avanzó en un corto brinco, la
otra hizo lo mismo. Se detuvieron a muy corta distancia, su nerviosismo no
obstante se iba acelerando. De repente, una
saltó sobre la otra con un impulso poderoso, ambas acabaron enzarzadas,
revolcándose en la tierra y creando una
impresionante polvareda. Era imposible distinguir quien era quien ni detener la
imagen, todo resultaba vertiginoso. De
pronto ambas se separaron y muy cerca una de otra, de frente y mirándose
intensamente se dieron un corto respiro. El primer envite resultó ser nulo.
Luego sucedió otro y otro, en cortas batallas pero muy intensas, hasta que por
fin una de las ardillas salió corriendo como si la persiguiera un zorro. La que
quedó en el claro del bosque, empezó a lamerse y a sacudirse el polvo, la
verdad es que no pude distinguir cual de las dos había vencido.
Solo al cabo de unos instantes supe quien
ganó, fue la primera, con la que andaba coqueteando hasta que llegó el rival.
¿Que piensa una ardilla hembra en esos momentos…? pues muy sencillo: él es fuerte, ha luchado por mí y ha ganado,
me sirve como compañero. Y así, sin ningún contratiempo más iniciamos la
relación que nos llevó a crear un nuevo nido hasta que dí a luz a cuatro
preciosas crías.
No tardó en desaparecer mi ardilla macho,
quizás ya no lo volveré a ver. El cumplió su cometido y yo debía continuar con
el mío. Primero amamantar, y procurar encontrar mi propio sustento sin alejarme
demasiado del nido. Luego enseñarles a descubrir su nuevo mundo, empezando por
las ramas del árbol y luego el bosque con todas sus virtudes y peligros.
Ocurre, que cuando una ardilla, como sucede en mi caso, se familiariza con los
humanos, acaba descubriendo el amor y claro eso lo trasmites a esas pequeñas
criaturas a las que debes instruir. Yo
no puedo ser una ardilla tan fría como las demás, conozco la ternura, la
sutilidad y eso tiene sus inconvenientes.
Uno de esos días, en pleno verano y a punto
de concluir el periodo de instrucción, iba junto a mis ardillas deambulando por
el bosque buscando comida. Estaban preciosas, mostrando un esplendido pelaje
signo de estar bien alimentadas. Me sentía orgullosa de ellas, pronto
serían ya adultas y prestas a
independizarse, mi esfuerzo lo sentía plenamente recompensado. Nada hacía
presagiar que en un día tan brillante pudiera ocurrir algo terrible… De repente
un gato apareció desde el sotobosque y no era un gato como los demás. Conocía a
“Michinu” el gato de la masía, que era de andares parsimoniosos, un comodón,
pero el que nos estaba mirando fijamente con sus ojos casi blancos, finos y
largos bigotes, orejas tiesas y puntiagudas, fuerte y de grueso pelaje de color
gris con ligerezas franjas más oscuras no, no era un gato común. Su cola muy
voluminosa le delataba y su presencia estremecía. Era sin duda un gato salvaje,
de monte, más ágil que el zorro, no tenía duda alguna. Tenso pero quieto como
si fuera una estatua, nos seguía escudriñando con la mirada si pestañear,
estaba presto a saltar sobre nosotras en cualquier momento… Y lo hizo, Dio un
enorme brinco en nuestra dirección, las cinco instintivamente nos separamos
pero antes de que pudiéramos alcanzar los árboles, vi como de un golpe llegaba
a una de mis ardillas, otra de ellas atolondrada se estrelló contra un tronco
quedando tendida. Pude subirme a lo alto de un pino y desde allí ver como alcanzaba
a una tercera. El gato insaciable parecía no tener bastante hasta que por fin
se calmó. Con sus poderosas mandíbulas agarró a dos de ellas totalmente
inanimadas y desapareció entre la espesura del bosque. Esperé prudentemente a que pasara el tiempo suficiente,
con el fin de comprobar que la amenaza había desaparecido y bajé hasta el suelo
del bosque, al rato llegó hasta mí la única de mis ardillas que había
sobrevivido al ataque. Ambas contemplamos a la que aparecía tendida junto a la
base del árbol, no se movía. Con el hocico intenté reanimarla pero fue inútil,
a la velocidad que intentó escapar el golpe fue brutal. Nada podíamos hacer por
ella, decidimos desaparecer de ahí y la dejamos al designio de la ley del
bosque, sabíamos muy bien que ya nunca más volveríamos a ver a las tres.
Eva con su ternura me enseñó lo que es el
amor y yo amaba a mis cuatro ardillas. Me sentía triste y aturdida, pero tenía
que reaccionar, conocía la vida en el bosque y además aún me debía a la última
de mis ardillas, así que continuamos la instrucción tomando muy buena nota del
descuido fatal que habíamos cometido. Nunca pasees despreocupada por el suelo,
allí somos presa fácil de cualquier depredador, nuestro reino está en los
árboles—le decía—…Y llegó al final del verano el día en que la última de mis
ardillas debía independizarse, tenía que ser ágil, atenta y sobre todo
procurarse en el Otoño la debida despensa para pasar el invierno… ese mismo
día, tal como era mi decisión volví a las lindes de la masía para obrar mi
propio nido entre las ramos del ciprés, allí me encontraría de nuevo con Eva
que seguro me estaría esperando.