sábado, 6 de febrero de 2016

Cuento: "Memorias de una ardilla" - Capítulo.

"NO ES FÁCIL"

Pasó el otoño, el invierno y llegó otra vez la primavera, fue entonces cuando un instinto poderoso me hizo volver al bosque. Llegó la hora de abandonar los lindes de la masía para adentrarse en la arboleda. Sabía por la experiencia anterior que alguien seguiría mi rastro, o bien yo lo encontraría para que otro ciclo se iniciara.

   Esperaba, dada mi corta pericia, encontrar al mismo macho de la primavera pasada, pero no fue así. A media altura, sobre un pino esbelto vi a una ardilla que me observaba. Así, de lejos, es difícil saber si aquella ardilla era de mi propio género porque exteriormente en nada nos diferenciamos. Pronto salí de la duda, porque esa ardilla no tardó en mostrar interés por mí, con los pabellones auditivos bien tiesos y cabeza abajo se deslizó rauda sobre la rugosa corteza del tronco hasta llegar al suelo. Decidí coquetear y no mostrar interés, empecé a dar saltos como si quisiera alejarme,  pero él decidió seguir el juego. Así correteando, brincando, tonteando diría yo, acabamos justo en medio de un claro en el bosque. De repente, como si fuera una aparición, otra ardilla llegó hasta nosotros de manera fulgurante, instintivamente me aparté hacia un lado y no tardé en entender lo que estaba pasando.

   La ardilla aparecida se irguió delante de la que seguía mi juego, juntó sus manos y nerviosa empezó a emitir unos intensos y agudos sonidos guturales a la vez que elevaba altiva su cola. La respuesta no se hizo esperar, a corta distancia, apenas a una docena de cuerpos ambas adoptaron la misma posición, era evidente que se estaban retando. La estridencia de sus sonidos alertaban a otros animales que escépticos contemplaron la escena. Pero como aquello, en esa época, debía de ser algo habitual en el bosque, cada cual siguió su camino. En el ciclo anterior eso no pasó, todo fue más sencillo, simple y hasta diría que romántico, algo que yo pude observar que también sucedía con los seres humanos; pero justo ahora, esas dos ardillas estaban a punto de tener una lidia, he de pensar que para conquistarme.

   Una de ellas avanzó en un corto brinco, la otra hizo lo mismo. Se detuvieron a muy corta distancia, su nerviosismo no obstante se iba acelerando. De repente, una  saltó sobre la otra con un impulso poderoso, ambas acabaron enzarzadas, revolcándose  en la tierra y creando una impresionante polvareda. Era imposible distinguir quien era quien ni detener la imagen, todo resultaba vertiginoso.  De pronto ambas se separaron y muy cerca una de otra, de frente y mirándose intensamente se dieron un corto respiro. El primer envite resultó ser nulo. Luego sucedió otro y otro, en cortas batallas pero muy intensas, hasta que por fin una de las ardillas salió corriendo como si la persiguiera un zorro. La que quedó en el claro del bosque, empezó a lamerse y a sacudirse el polvo, la verdad es que no pude distinguir cual de las dos había vencido.
 
     Solo al cabo de unos instantes supe quien ganó, fue la primera, con la que andaba coqueteando hasta que llegó el rival. ¿Que piensa una ardilla hembra en esos momentos…? pues muy sencillo:   él es fuerte, ha luchado por mí y ha ganado, me sirve como compañero. Y así, sin ningún contratiempo más iniciamos la relación que nos llevó a crear un nuevo nido hasta que dí a luz a cuatro preciosas crías.

   No tardó en desaparecer mi ardilla macho, quizás ya no lo volveré a ver. El cumplió su cometido y yo debía continuar con el mío. Primero amamantar, y procurar encontrar mi propio sustento sin alejarme demasiado del nido. Luego enseñarles a descubrir su nuevo mundo, empezando por las ramas del árbol y luego el bosque con todas sus virtudes y peligros. Ocurre, que cuando una ardilla, como sucede en mi caso, se familiariza con los humanos, acaba descubriendo el amor y claro eso lo trasmites a esas pequeñas criaturas a las  que debes instruir. Yo no puedo ser una ardilla tan fría como las demás, conozco la ternura, la sutilidad y eso tiene sus inconvenientes.

   Uno de esos días, en pleno verano y a punto de concluir el periodo de instrucción, iba junto a mis ardillas deambulando por el bosque buscando comida. Estaban preciosas, mostrando un esplendido pelaje signo de estar bien alimentadas. Me sentía orgullosa de ellas, pronto serían  ya adultas y prestas a independizarse, mi esfuerzo lo sentía plenamente recompensado. Nada hacía presagiar que en un día tan brillante pudiera ocurrir algo terrible… De repente un gato apareció desde el sotobosque y no era un gato como los demás. Conocía a “Michinu” el gato de la masía, que era de andares parsimoniosos, un comodón, pero el que nos estaba mirando fijamente con sus ojos casi blancos, finos y largos bigotes, orejas tiesas y puntiagudas, fuerte y de grueso pelaje de color gris con ligerezas franjas más oscuras no, no era un gato común. Su cola muy voluminosa le delataba y su presencia estremecía. Era sin duda un gato salvaje, de monte, más ágil que el zorro, no tenía duda alguna. Tenso pero quieto como si fuera una estatua, nos seguía escudriñando con la mirada si pestañear, estaba presto a saltar sobre nosotras en cualquier momento… Y lo hizo, Dio un enorme brinco en nuestra dirección, las cinco instintivamente nos separamos pero antes de que pudiéramos alcanzar los árboles, vi como de un golpe llegaba a una de mis ardillas, otra de ellas atolondrada se estrelló contra un tronco quedando tendida. Pude subirme a lo alto de un pino y desde allí ver como alcanzaba a una tercera. El gato insaciable parecía no tener bastante hasta que por fin se calmó. Con sus poderosas mandíbulas agarró a dos de ellas totalmente inanimadas y desapareció entre la espesura del bosque. Esperé  prudentemente a que pasara el tiempo suficiente, con el fin de comprobar que la amenaza había desaparecido y bajé hasta el suelo del bosque, al rato llegó hasta mí la única de mis ardillas que había sobrevivido al ataque. Ambas contemplamos a la que aparecía tendida junto a la base del árbol, no se movía. Con el hocico intenté reanimarla pero fue inútil, a la velocidad que intentó escapar el golpe fue brutal. Nada podíamos hacer por ella, decidimos desaparecer de ahí y la dejamos al designio de la ley del bosque, sabíamos muy bien que ya nunca más volveríamos a ver a las tres.


   Eva con su ternura me enseñó lo que es el amor y yo amaba a mis cuatro ardillas. Me sentía triste y aturdida, pero tenía que reaccionar, conocía la vida en el bosque y además aún me debía a la última de mis ardillas, así que continuamos la instrucción tomando muy buena nota del descuido fatal que habíamos cometido. Nunca pasees despreocupada por el suelo, allí somos presa fácil de cualquier depredador, nuestro reino está en los árboles—le decía—…Y llegó al final del verano el día en que la última de mis ardillas debía independizarse, tenía que ser ágil, atenta y sobre todo procurarse en el Otoño la debida despensa para pasar el invierno… ese mismo día, tal como era mi decisión volví a las lindes de la masía para obrar mi propio nido entre las ramos del ciprés, allí me encontraría de nuevo con Eva que seguro me estaría esperando.  


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