Acurrucado, a la sombra de unas hojas,
al pie del árbol que lo acunó,
con pocas plumas y mucho miedo,
un gorrión espera…
Fue una tormenta que lo despertó,
se vio volando aún sin saber,
pero abrió bien las alas
para acompañar al agua en su caer.
Húmedo y gris busca la negrura,
cierra los ojos y espera…
sin saber, si todo acaba ahí.
Un perro negro, pequeño y curioso,
huele la vida y con su pata
la tantea temeroso.
“Musli”, ¿que trajinas?
—dice la voz— y la mano busca.
Entre las hojas verdes y finas,
unas uñas rojas, llamativas,
rompen la negrura y le dan la luz.
El calor se acerca, y el gorrión,
se acoge tras la voz
que a la mano acompaña,
tan suave como un plumaje,
tan cálida como un corazón.
Y el gorrión de pocos días,
ve en la mano a su madre,
y entiende con razón,
que puede llegar el alimento,
el abrigo, el cobijo,
tras unas manos de uñas rojas.
Bien vale una alegría,
abrir el pico, batir las alas
y saciar su hambre con pasión,
llenarse de vida, y luego…
dejarse mecer por el sueño,
y crecer sin miedo,
para que mañana…
bien firme surque el cielo
y volar…y volar…