domingo, 1 de julio de 2018

Cuento: "Tristán, que de grumete llegó a ser capitán"

(Parte tercera y última)

...Con lo que tenía ahorrado en un maletín, se compró un viejo bergantín.
Aunque era un barco muy precario, pidió permiso al rey para volver a ser corsario.
Su objetivo era llegar a la isla y coger el tesoro, pensó... es lo que más adoro.
Cerca de la isla, una gran tormenta puso a todos en alerta.
El barco naufragó y solo Tristán sujeto a un tonel a la isla llegó.
Llegó a la cueva, vio el tesoro y muy contento se bañó en oro.
Pero estaba solo... los días pasaron y Tristán entró en un dolo.
Tenía daño, sed, hambre y pensó... el tesoro es un engaño.
Cuando más desesperado estaba, en lontananza, sobre el mar, una enseña de confianza.
Era un barco del rey, eso era mejor que comerse un buey.
Hizo una gran hoguera y dio gracias al cielo porque en el barco no hubiera, una calavera.
Desde el buque el humo divisaron, y una barcaza llegó a tierra. Lo primero que pidió él, fue una hogaza.
Mientras devoraba el pan, entendió que si avisaba del tesoro se equivocaba.
Por avaricia, guardó el secreto y con él subió a bordo para no estar en un aprieto.
Si bien, en los bolsillos de sus pantalones, guardó con celo, el oro de unos cuantos doblones.
Sin barco, sin familia, sin una amada, buscó de nuevo consuelo en la armada.
Lo admitieron... porque sabían que Tristán, sin duda era un buen capitán.
Durante años luchó por el rey con honor... pero no se olvidaba del tesoro.
Con lo ahorrado y los doblones, otra vez, dejó la armada y se olvidó de los galones.
Se compró una fragata, y con cien marineros dobló el Cago de Gata.
Puso rumbo, de nuevo, a la isla del tesoro, tenía un barco, un camarote y además un loro.
Cuando llegó, con tres marineros en una barcaza a tierra bajó.
Se acercaron a la cueva y los marineros, con poco decoro, solo quisieron para ellos el tesoro.
Sacaron las espadas, y se pelearon para sacar tajada.
En la pelea, todos murieron y Tristán al verlo dijo: "Que mala ralea"
Tristán subió a bordo, sin el tesoro, antes que repartir, mejor mudo y además sordo.
Volvió a faenar y hasta ya muy viejo nunca dejó el mar.
Hasta que tras pasar muchos años, ya no pudo navegar y mordiendo una vieja pipa, el tesoro dejó de recordar.
Quemó su mapa y puso sobre el secreto una espesa capa.
Para que pensar en el tesoro, se decía, si eso es algo que ya no puedo alcanzar.
Triste, abatido, solo, deprimido, sin familia, sin afectos, con la piel arrugada, se sumió en un olvido.
Pobre Tristán, que por amar un tesoro... dejó de lado, todo aquello que vale más que el oro.
Y quizás por ser viejo dudó: "Que es mejor, una caricia o llenarse de avaricia".

                                                                                                                            F I N 



                                                     

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