Tiempo atrás…bastante tiempo, Yo era habitual en un determinado
refugio de montaña de los Pirineos. Cierto día asistí a una curiosa
conversación entre el guarda encargado de ese refugio y un experto montañero:
Miguel, que así se llamaba, inquiría a Ramón, el guarda, sobre
cierta incógnita que le carcomía los sesos, según él:
—
Vamos a ver Ramón, ¿porqué demonios
nadie está interesado por ese pico, que por cierto no aparece en el mapa senda
alguna para llegar hasta allí?
—
¿De que pico hablas?
—
De ese que se observa a lo lejos y que
tan siquiera tiene nombre.
—
Ya… ¿es ese el que me señalas?
—
Sí ese…
—
Es insignificante, apenas llega a los
dos mil metros… además está demasiado lejos y llegar hasta allí cuesta un
“riñón”
—
¿Qué quieres decir?
—
Nadie va hasta allí para pegarse un
palizón y subir a un pico insignificante.
—
¿De que palizón hablas?
—
Mira… primero has de bajar hasta el
bosque, cruzarlo, superar un pedregal hasta llegar al barranco, atravesarlo lo
más seguro que con agua, o bien escalar las paredes y andar por ellas como
puedas. Después de todo ello tienes una buena caminata por otro pedregal pero
esta vez no son pequeñas las rocas… y después de toda esa paliza escalar esa
mierda de pico… no vale la pena.
—
Puede ser… pero yo voy.
—
¿Que estás diciendo Miguel?
—
Pues que estoy harto de los caminos
trillados… me seduce la idea de llegar hasta allí.
—
Allá tú si quieres ir… pero te aconsejo
que no vayas solo.
—
No necesito a nadie.
—
Miguel… tú conoces las normas mejor que
nadie.
—
Pienso ir sí o sí… ¿Qué prefieres, que
vaya por libre sin decir nada, o que te avise de que voy?
—
Conoces bien mi respuesta… pero ándate
con ojo. Si un montañero inexperto decidiera ir, lo más probable es que se
perdiera, o peor aún, que le sucediera una desgracia.
—
¿Acaso yo soy ese tipo de montañero?
—
Sabes bien que no… por eso me haré el
loco. Pero si antes de que acabe el segundo día no estás aquí, llamo al
servicio de rescate.
—
Eres un exagerado Ramón.
Yo había decidido descansar unos días en ese refugio, por esa misma
razón no perdí de vista a Miguel y pude observar como de madrugada se levantaba
de la litera y preparaba sus bártulos para la marcha. Sin duda que iba tras la
senda que le llevara a ese “mísero” pico.
Pasó un día y ya noté a Ramón el guarda un tanto preocupado, hasta que
a la siguiente mañana sobre el medio día apareció Miguel. No me perdí la
conversación entre él y el guarda:
—
¿Lo conseguiste Miguel?
—
Pues claro, que pensabas…
—
Vale…cuenta.
—
Cierto es que vale más la experiencia de
llegar que subir a ese pico…por cierto, pienso llamar a la Editorial Alpina
para que incluyan en sus mapas el trayecto para llegar hasta allí, esa será mi
senda.
—
Serás un buen montañero pero eres un
iluso…
—
No se de que vas Ramón…
—
Mira Miguel, las sendas no son de nadie,
aparecen y desaparecen según los que transitan por ellas. Existen innumerables
sendas de pastores por estos parajes que han desaparecido por falta de uso…mientras
que tu senda no será tal hasta que la trillen unos cuantos centenares de botas.
—
¿Y con eso que quieres decir?
—
No se… piénsalo.
Y entonces tras pronunciar
esas palabras Ramón se dirigió a sus quehaceres, dejando al pobre Miguel más
cortado que un pan de kilo a rodajas.
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