Cuentan que cierta vez,
estando Herodoto de Halicarnaso en un reposo de sus tantos viajes, se le acercó
un joven motivado por conocer a tan excelso historiador.
Herodoto quedó un tanto
perplejo al verle llegar, incluso se mostró algo molesto porque en ese momento
solo quería tranquilidad y sosiego. Como viera que el joven se mostró ante él
de forma educada, accedió a escucharle:
—
Sabes que estoy descansando.
—
Cierto es… y no quisiera importunarle
demasiado.
—
Sea pues, que os preocupa.
—
Nada que no sea conocer mi destino.
—
¿Qué entiendes tú por destino”
—
El devenir…quizás
—
Que simpleza…
—
No os entiendo…
—
Mira joven… “Tu estado de ánimo es tu
destino”
Tras pronunciar estas
palabras Herodoto hizo un amago de retirarse, pero el joven insistió para hacerle
una pregunta más:
—
Sabes que estamos en guerra con los
Persas, soy joven y de familia noble, temo por todo y no se que hacer.
—
Verás muchacho, la vida se presenta ante
ti y no la puedes rechazar… solo te diré una cosa más: “Es mejor, por noble
audacia, correr el riesgo de vernos expuestos a la mitad de los males que
anticipamos, que permanecer en una cobarde apatía por miedo a lo que pudiera
suceder.”
Y Herodoto marchó
definitivamente dejando al joven elucubrando.
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