La
vida tiene muchos ritmos, el nuestro es lento. Vivo justo en el costado del
parque del Norte y tardamos largos minutos en recorrer los escasos doscientos
metros hasta llegar a nuestro banco, justo el espacio que algunos solo tardan
escasos segundos en transitar. He oído decir que damos una imagen patética,
pero me he dado cuenta que para la mayoría somos entrañables, gran consuelo
para nuestra longevidad.
Tengo
noventa y dos años, me llamo Hermenegildo Galarreta, “Hermes” para abreviar y mi perro “Foc” catorce, para mí todavía un
precioso Setter Irlandés. Ambos nos levantamos a la misma hora, a ambos nos
cuesta recomponer el esqueleto lo justo y suficiente para ponernos en marcha,
pero lo hacemos cada mañana a no ser que el tiempo nos lo impida. Andamos
juntos como dándonos soporte el uno al otro, al mismo ritmo y sin separarnos ni
un milímetro, no tiene sentido que él vaya con correa. “Foc” se tambalea de
costado y yo hacia delante. Me apoyo en mi bastón para mantener cierto
equilibrio y llegamos, siempre llegamos a nuestro banco.
Cuantas
historias podría contar y seguro que contaré sobre las anécdotas que han
acontecido en este pequeño reducto del reposo, junto al paseo que unos usan
para andar y otros para correr. Nuestro banco goza de la sombra de un robusto olmo;
excelente para el verano, y a la vez inteligente para el invierno porque
permite que los rayos oblicuos del sol lleguen hasta nosotros.
A estas alturas, ya casi todo el mundo sabe cuales son las horas que el banco, no
diré que nos pertenece, pero sí que nos espera. Existe cierto respeto en el
ambiente porque “Foc” y yo desde hace años somos no solo asiduos al parque,
sino que además hemos conformado un símbolo a fuerza de nuestra insistencia en
recorrer esos doscientos metros hasta llegar a él.
En
ocasiones nos hemos encontrado que el banco estaba ocupado, pero sin hablar
solo con nuestra presencia, ha sido suficiente para que esa o esas personas nos
cedieran el espacio para que me pudiera sentar. Entonces “Foc” se deja caer
sobre sus patas traseras y yo apoyo mis dos manos sobre el firme bastón para
observar la vida que discurre a nuestro alrededor.
El
parque del norte es extenso, con arboleda, hierba y un estanque. Tiene un paseo
circundante y justo al lado está la universidad y un centro de alto rendimiento
para deportistas. Interesante lugar para disfrutar y respirar, y a la vez para
entender que la vida es tan hermosa como vital. Un lugar para que fluya la
esperanza. No penséis que soy iluso por lo que acabo de decir, si no hubiera
esperanza ya todo habría acabado. He vivido muchos años y he visto de todo,
pero jamás me he rendido porque los “buenos” somos muchos más, así se sostiene
la vida y cuesta, cuanto cuesta.
Es
curioso, soy un anciano pero mi mirada es transparente y lúcida, no tiene edad.
Mi mente conserva cierta frescura quizás porque la empleo más para observar el
presente que para anclarme en el pasado, lo cual no es óbice para que sea libre
de contar mis “batallitas” que tenerlas las tengo como no podría ser de otra
manera. A veces me pregunto porqué”Foc” y yo seguimos viviendo. No estoy en su
lugar, pero lo conozco tanto que se que el aguantará a mi lado hasta el final,
esa puede ser una razón para existir. Por lo que a mí respecta, sigo en la brega
porque intuyo que para poder despedirme
de mí ya prolongada existencia en esta Tierra, aún falta por completar un
aspecto que considero culminante, y en ello estoy esperando en mi banco a que
esto ocurra.
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