Tiempo atrás, bastante atrás, en una de mis incursiones por esos “Mundos
de Dios”, llegué a posar mis pies en un pequeño pueblo sito en un paraje
montañoso, allende los Pirineos. Como viajero impetuoso, ávido de conocer
escenarios dispares y dado que recibí una buena acogida, estuve tres meses conviviendo
en casa de uno de los vecinos. Resultó que ese vecino, además era el alcalde.
El pueblo se encontraba relativamente aislado de la civilización, si por
civilización se entiende municipios con más elevado número de habitantes. En
aquel pueblo convivían un número aproximado al centenar de personas.
Tuve tiempo de hablar y hablar largo y tendido con ese hombre rudo,
crudo y sincero que era el alcalde. Su edad rondaría la cincuentena de años y
por el aspecto de su piel curtida por el viento y el sol se diría que
aparentaba algunos más.
Es por él que entendí que la inteligencia no tenía nada que ver con los
estudios, y que la solidaridad no estaba reñida con un cargo relevante dentro
de la comunidad. Me decía, que su labor consistía en hablar y estar en contacto
permanente con cada uno de los habitantes de ese pueblo, atendiendo en todo
momento a sus necesidades y problemas. En función de los problemas que recogía,
demandaba subvenciones y ayudas a los estamentos superiores, y en todo momento
ejercía con total y absoluta transparencia.
Me decía: “Si actúas con solidaridad, el pueblo se vuelve solidario”. “Si
te preocupas por los verdaderos problemas y no por las “chorradas”, los problemas
se solucionan”. “Si hace falta aunar esfuerzos, estos se consiguen”. Me decía: “Todos
somos diferentes, ninguno de nosotros es igual a otro, pero hemos aprendido a
convivir”.
¿De que vivía esa gente? podría
ser la pregunta. Pues del ganado, del campo, de los productos relacionados con
los mismos, que hábilmente habían conseguido elaborar en régimen de cooperativa
municipal. Curioso que no hubiera en ese pueblo ningún potentado. Claro
que…existía una amenaza, había interés por parte de elementos ajenos al pueblo,
en crear una estación de esquí, justamente donde solía pastar el ganado.
¿Qué pasó después?... lo dejo a
vuestra imaginación. Personalmente me quedo con lo que aprendí de ese alcalde,
que ya es mucho.
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