Puedo contar una anécdota al respecto. Hace años tuve ocasión de viajar
al sur de Marruecos, al llegar a la ciudad de Uarzazate contratamos a un guía
para que nos condujera a las dunas del desierto. Resultó ser un anciano
Berebere que hablaba un perfecto castellano. Tomamos el todo terreno y nos
dirigimos a lo que representa ser la puerta del Sahara, una extensa planicie
donde no era capaz de brotar hierba alguna. En un momento determinado paramos
el vehículo para bajar de él y contemplar lo que no me atrevo a decir paisaje.
No había viento, nada se movía y parecía allí gobernar lo absoluto. Entonces se
me ocurrió lanzar la siguiente frase: “Que silencio”, a lo que el anciano
berebere me contesto: “Eso es una fábula, el silencio no existe”
Al
llegar a las dunas reflexioné al respecto, sí quizás el anciano tenga razón, El
Universo es todo vibración. Tan pronto como pude quise conocer el origen de la
palabra “silencio” que proviene del latín “Silere” (estar callado). Y entonces
lo entendí.
Luego el silencio es algo personal o mental y por supuesto una gran
ayuda para la reflexión, para la creación, para la relajación. Estar en
silencio es algo que favorece el conocerse a uno mismo. El silencio nos acerca
al sentir de los demás, a la naturaleza en global, nos permite escuchar,
observar. Claro, que entiendo es fácil caer en la tentación de pensar que simplemente el
silencio es un antónimo de algo que nos ocupa constantemente, el ruido.
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