La tarde era fresca
y transparente, apetecía andar. Los colores, después de la tormenta del día
anterior resaltaban por doquier invitándome a usar mi cámara. Pensé en las
buenas instantáneas que podría sacar sobre la puesta de sol. Caminaba sin prisas, tranquilo, respirando el
ambiente, la soledad; escuchando al viento, el
leve crujido de las ramas, observando el inquieto oteo de las marmotas.
Sobre la altura de un pico el sol a punto de esconderse aun irradiaba luz sobre el valle. Mientras tanto el cielo
poco a poco se iba inundando de tonos intensos de color carmesí.
Aproveché el
momento para sacar un sinfín de fotos.
Satisfecho dejé atrás el collado donde me encontraba y dirigí mis pasos hacia el valle. La luz solar
iba tocando a su fin y aunque el conocimiento del camino, el día despejado y la
tenue claridad de la luna me iban a ayudar, no era cuestión de perder demasiado
tiempo. Mis pasos se agilizaron un tanto, pero no lo suficiente como para que
perdiera ese particular estado de meditación que me producía caminar en
soledad. Me sentía parte integrante del paisaje, con mis cinco sentidos
expandidos de tal manera que podía percibir como me fusionaba en el entorno.
Lejos de sentir temor, podía identificar cada ruido, cada variación de
desnivel, cada olor, cada movimiento de un animal, aunque estuvieran lejos como
los rebecos buscando su refugio. No había un alma humana por donde me
encontraba, solo la naturaleza y yo.
Crucé un arroyo
cuya corriente provenía de un pequeño Ibón. Iba descendiendo por un roquedal,
camino de otro Ibón mucho más grande. Estaba a punto de retomar el sendero que
bajaba en diagonal entre pinos y piedras sueltas, cuando una extraña sensación
me hizo detener.
No era exactamente
un zumbido porque no percibía ruido alguno. Era algo similar a una carga
eléctrica en el ambiente, como ocurre justo en medio de una tormenta... pero no
había nube alguna en el cielo. Me quedé quieto, agudizando mis sentidos, casi
ni respirando. Ladee la vista lentamente en todas direcciones. No observé nada
extraño. Lo que fuera estaba más arriba, sobre el ibón pequeño.
Por encima del
escarpado roquedal había una depresión del terreno con una ligera hondonada.
Allí estaba el pequeño lago que se alimentaba del deshielo de la montaña. Conocía
el lugar, era especialmente hermoso; por encima y superando la depresión del
terreno, te encontrabas en un balcón sobre la cadena montañosa justo en la base
de un majestuoso pico.
Vino a mi memoria
una leyenda: “Dicen que en las noches de San Juan, si subías a un determinado
Ibón, podían encontrarte con el espíritu de una joven mora danzando sobre las
aguas del lago. Ella se quedó allí cuando se perdió entre las montañas, huyendo
de las luchas entre moros y cristianos. Pero no todo el mundo la podía ver, la
visión solo estaba al alcance de unas pocas personas”. Curiosamente estábamos a
finales del mes de Junio, quizás esa extraña sensación que tenía obedeciera a
la magia de la mora que estaba danzando allá arriba.
Decidí subir... no
existe nada mejor para salir de dudas que ver con tus propios ojos. Mientras lo
hacía notaba cada vez más cerca esa sensación. Observé como el vello de mi
cuerpo se erizaba; en la muñeca portaba un reloj que a la vez tenía una función
de brújula. La manecilla indicadora se volvía loca girando descontrolada.
Evidentemente estaba padeciendo efectos magnéticos... que demonios pasaba.
Ya estaba llegando
al final del promontorio desde donde podía dominar el terreno. Los últimos
metros los subía con sigilo procurando no desprender piedra alguna, ignoraba lo
que me iba a encontrar. La luz escaseaba, pero mis ojos estaban lo
suficientemente dilatados como para poder observar a una cierta distancia.
Asomé la cabeza… y mi boca, los ojos y las manos se abrieron en una expresión
de asombro. Quieto y mudo exhalé un profundo suspiro. No era de alivio ni de
susto, el suspiro representaba la viva expresión de lo incomprensible. No
sentía miedo ni amenaza, estaba tranquilo extrañamente tranquilo. Era como si
aquel objeto y yo estuviéramos en el sitio correcto; pero sin embargo tenía
claro que no podía anunciar mi presencia, debía seguir allí, observando.
El aparato aún emitía
ese zumbido casi imperceptible pero se fue disipando poco a poco hasta
desaparecer. Se encontraba aposentado sobre unos apoyos muy cerca de la orilla
y a no más de cincuenta metros de mi vista. En un principio no aprecié a nadie a su alrededor, pero
fijándome acerté a adivinar presencias humanas cerca del objeto. Se movían
con parsimonia. Eran tres… a juzgar por sus gestos parecían tenerlo todo
controlado, no se sentían amenazados. Pese a lo extraño de la situación seguía percibiendo
la sensación de calma, pero aun así procuré mantener la cautela. Uno de ellos
portaba un objeto no muy largo y estrecho, parecía tomar muestras del terreno.
Otro en la orilla también daba la impresión de que hiciera algo parecido con el
agua. El tercero observaba el entorno y con algo que tenía en las manos
tanteaba el aire. Evidentemente parecían estar allí con alguna misión. En la distancia
y por la poca luz, no acertaba a vislumbrar sus rostros ni marca alguna en el
aparato. Un aparato de forma circular, cuatro o cinco metros de alto y cerca de
veinte de ancho. No emitía luz alguna y su color se asemejaba al gris. Me era
imposible ver más detalles. Entonces se me ocurrió usar la máquina fotográfica.
Pensaba que con una exposición larga podría recoger alguna imagen. Tan solo me
preocupaba el inevitable “clik” de la apertura del obturador sobre el silencio
del lugar, quizás ellos me escucharan.
Me decidí a hacerlo,
monté el minúsculo trípode adecuadamente, encuadré el objeto y disparé. Fruncí
el ceño como esperando la respuesta de ser sorprendido. Tras unos segundos el
“clik”… y ellos no manifestaron por sus gestos haber captado el sonido. Eso me
animó a hacer más exposiciones. Cuando llevaba tres o cuatro la tarjeta gráfica
me avisó que estaba llena. Despacio la saqué de la máquina para guardarla en
uno de mis bolsillos. Podía haberme dado por satisfecho sin embargo recordé que
tenía otra ya empezada que me podía servir. La coloqué y me dispuse ha hacer
más fotos. Fueron unas cuantas más. En un momento determinado, la persona que
parecía recoger muestras del aire se giró en mi dirección como si me hubiera
observado. En un impulso recogí la máquina y agaché la cabeza. Instintivamente
y de un tirón recogí el trípode y la máquina para colocarme debajo de la roca. No estaba seguro de
que me hubieran visto pero lo más
prudente era salir pitando de allí. Bajé lo más rápido que pude procurando no
tropezar. Unos metros más abajo me detuve para recuperar el aliento. Preocupado
miré hacia arriba pero no observé señal alguna de que me siguieran. En esos instantes
de quietud tuve tiempo para recapacitar: “que
extraño — me dije — justo antes de llegar allá arriba la brújula andaba loca y
sin embargo, el mecanismo de la máquina fotográfica no se vio alterado cuando
realizaba las exposiciones. Cuando subía mi vello estaba erizado pero no cuando
hice las fotos… y esa extraña sensación
de percibir un zumbido sin oírlo.” Lo
que fuera era de índole magnético y sin duda ellos lo controlaban a su antojo.
Continué la marcha... pese a que el sendero no ofrecía dificultad alguna noté que
seguía jadeando. Cada piedra que desplazaba con las botas y caía hacía abajo
emitía un sonido que a mí me parecía un trueno. Eso me hacía mirar hacia atrás pero
nadie me seguía. Por fin, recuperé el resuello al entender que en esos momentos
nadie iba a por mí.
Seguí andando hacia el valle. Ya con la noche cerrada llegué al refugio de montaña donde tenía mis pertenencias. Todo el mundo estaba recogido en sus literas, de momento.
En apenas dos horas y con la oscuridad marcando el terreno, los montañeros
empezarían a salir hacia sus objetivos. Me senté en el porche junto a la puerta,
en una esquina y sobre unos troncos. Estaba en la penumbra y orientado justo
hacia donde habían venido mis pasos. No estaba tranquilo del todo, temía ver
aparecer algo o alguien extraño. Pero el silencio era absoluto, se respiraba
calma. Yo me sentía como en una nube, no acababa de creer lo que había ocurrido.
Por momentos me pareció como un sueño irreal, cosas de mi imaginación, pero
tenía el registro de mi máquina fotográfica…
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