Pocas veces solemos detenemos ante el valor
de las palabras… quisiera poner en la mente de quien quiera entenderlo, quizás
uno de las más poderosos vocablos y que tanto nos cuesta utilizar por culpa de
nuestro particular ego.
Me refiero al término “Reflexión”…fijaros en
la riqueza de esta magnífica palabra, en su prefijo, cuerpo y sufijo: Usarla,
nos obliga a mirar hacia atrás para recapacitar ante una acción, idea o
pensamiento que ya se hubiera realizado. Una vez en ese punto y ya que hemos
empezado a reflexionar, no es extraño que doblemos o desviemos los motivos;
para si así lo consideramos conveniente, rectificar la acción o el efecto de
nuestras ideas o pensamientos.
Nadie, nadie que yo sepa tiene el extraño
Don de la perfección, lo que nos obliga a equivocarnos constantemente… y si no
fuera por la reflexión no existirían ni las rectificaciones de los errores ni
los avances en el estado emocional del género humano.
Creo que afortunadamente existe otro
elemento algo escondido y que nos cuesta reconocerlo pero que no se puede
obviar, me refiero a la conciencia de los hechos. Algo que la evolución ha
colocado en la mochila de todo ser bendecido por la racionalidad, para
obligarnos a reflexionar.
El leitmotiv de la cuestión suele consistir
en el tiempo que se tarda en hacerlo, existe quien tarda dos minutos y quien no
lo hace nunca… pero no olvidemos que para realizar una inconveniente acción
idea o pensamiento bastan solo segundos y que a veces, los efectos pueden ser
irremediables.
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