...Y ocurrió
lo que ya estaba intuyendo… un grupo de personas de ambos sexos se instalaron
en lo que debía de ser algún tipo de visión. Ellos formaban parte del paisaje.
Algunos me resultaban más que familiares y su figuración era hermosa digna de
sus mejores años, otros no acababa de identificarlos, pero todos ellos quizás
una docena, representaban algo muy valioso en mi existencia. No había lágrimas,
no había dolor sino solo vínculos de amor… amor, una palabra muy vilipendiada y
que solo la comprenden aquellos que aman. No hubo abrazos ni roces, estos no
son posibles en un contexto donde solo existen emociones, sensaciones, donde lo
sutil es predominante. Noté como una gran fusión de elementos y un enorme
confort al entender lo mucho que había amado y cuando me habían amado.
Estaba tan embargado por la emoción, que sentí la
necesidad de estar solo, de reflexionar sobre lo que habían sido mis últimos
pasos… y llegué a la conclusión que no había nada que temer, pese a mis
errores, sentía que jamás abandoné la dignidad. Y el simple hecho de reconocer
con meridiana claridad en lo que me había equivocado, pues me daba alas para
seguir caminando y corregir o rectificar aquello que consideraba era mejorable.
Aquí la sensación del tiempo y la distancia no
existe, como no existe la gravedad, el peso de la materia. Era la conciencia lo
que te hacía sentir liviano y el efecto resultaba expansivo. Pese a sentirme
arropado, no dejaba de estar solo, solo conmigo mismo…y como si fuera un Déjà
vu, todo lo que estaba experimentando me parecía ya haberlo apreciado en otras
ocasiones de mi existencia...
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