Contaba mi abuela, que de niño y por error
fui ungido en el bautizo con óleo de difuntos…nadie le dio importancia, solo
ella. Antes de que falleciera y siendo yo un adolescente me dijo algo que en principio no me pareció trascendente, fue
una premonición: “Tu los verás…a las almas en pena”. Mi abuela, buena persona, era además bastante
fantasiosa.
Pasó el tiempo, quedó atrás la adolescencia
y entré de lleno en la vida adulta. Como era de familia pobre, no me quedó más
remedio que servir. Y al ser persona diligente fui ascendiendo posiciones hasta
ser ayudante de cámara del noble del lugar… En silencio, fui observando como
crecía su fortuna, a la vez que era testigo de sus vicios, perversión y
carácter depravado.
Era mucho el mal que aquel noble había
generado, hasta el punto que se diría que su conciencia no le permitía dormir
bien. Se estaba haciendo mayor y su gran temor era que la muerte le arrebatara
todas sus posesiones. Era tal el pavor que tenía a la noche, que me obligaba a
quedar en vela para proteger sus turbios sueños. Aquel estado de inquietud,
hizo que su salud se fuera quebrando poco a poco hasta quedar muy delgado. Su
perturbación se iba acelerando, hasta el punto que cada dos días llegaba a
la mansión un cura confesor para aliviarle en sus penas.
La mansión era enorme y estaba rodeada de
frondosos bosques…Una noche desde mi ventana, adyacente al cuarto del noble,
observé algo extraño en la arboleda. El viento paró de golpe, los perros
empezaron a aullar y un par de gatos que estaban en el tejado huyeron
despavoridos. Me pareció oír en el silencio de la oscuridad como un extraño
repicar de suaves campanillas, a la vez que unos lúgubres cantos llegaban a mis
oídos. Un poderoso instinto de curiosidad me alertó a la vez que notaba como
todo mi cuerpo se estremecía…Coloqué un oído en la puerta de los aposentos de
mi señor, y como no escuché alteración alguna, me armé de valor y salí al
exterior.
Lo que pude ver en las lindes de la mansión,
no lo olvidaré nunca… Primero noté como un fuerte olor a cera quemada, a la vez
que el viento volvía a agitar las hojas de los árboles y erizaba el vello de
mis brazos…Dos hileras de seres fantasmales, envueltos en sudarios, cubiertas
sus cabezas por capuchas, deambulaban ordenadamente por el bosque arrastrando
sus pies desnudos, portando cada uno de ellos una vela encendida y cargando a
hombros un ataúd…pero al frente de la comitiva y llevando una cruz entre sus
manos, iba un ser corpóreo, de extrema delgadez y perfectamente reconocible,
era mi noble señor…
Tras comprobar, que ninguna mirada se había
detenido en mi persona, salí de allí corriendo tanto como podían hacerlo mis
pies… Llegué jadeando a la mansión, y lo primero que hice fue acercarme hasta la
habitación de mi señor…no estaba en su aposento.
Me
refugié entre las sábanas de mi cama temblando de miedo…hasta que me quedé
dormido. Una voz quebrada me despertó de golpe, era el noble señor reclamando
mi presencia: ¡Mal nacido, despierta de
una vez, despierta…donde estabas cuando yo te necesitaba!...
Dos
días más tarde, mi señor caía en brazos de la muerte que tanto temía… y yo
marché de ese lugar, lejos, muy lejos de aquel bosque para no volver
jamás.