lunes, 27 de febrero de 2017

Cuento: "Almas en pena"


   Contaba mi abuela, que de niño y por error fui ungido en el bautizo con óleo de difuntos…nadie le dio importancia, solo ella. Antes de que falleciera y siendo yo un adolescente me dijo algo que  en principio no me pareció trascendente, fue una premonición: “Tu los verás…a las almas en pena”.  Mi abuela, buena persona, era además bastante fantasiosa. 

   Pasó el tiempo, quedó atrás la adolescencia y entré de lleno en la vida adulta. Como era de familia pobre, no me quedó más remedio que servir. Y al ser persona diligente fui ascendiendo posiciones hasta ser ayudante de cámara del noble del lugar… En silencio, fui observando como crecía su fortuna, a la vez que era testigo de sus vicios, perversión y carácter depravado.

   Era mucho el mal que aquel noble había generado, hasta el punto que se diría que su conciencia no le permitía dormir bien. Se estaba haciendo mayor y su gran temor era que la muerte le arrebatara todas sus posesiones. Era tal el pavor que tenía a la noche, que me obligaba a quedar en vela para proteger sus turbios sueños. Aquel estado de inquietud, hizo que su salud se fuera quebrando poco a poco hasta quedar muy delgado. Su perturbación se iba acelerando, hasta el punto que cada dos días llegaba a la mansión un cura confesor para aliviarle en sus penas. 

   La mansión era enorme y estaba rodeada de frondosos bosques…Una noche desde mi ventana, adyacente al cuarto del noble, observé algo extraño en la arboleda. El viento paró de golpe, los perros empezaron a aullar y un par de gatos que estaban en el tejado huyeron despavoridos. Me pareció oír en el silencio de la oscuridad como un extraño repicar de suaves campanillas, a la vez que unos lúgubres cantos llegaban a mis oídos. Un poderoso instinto de curiosidad me alertó a la vez que notaba como todo mi cuerpo se estremecía…Coloqué un oído en la puerta de los aposentos de mi señor, y como no escuché alteración alguna, me armé de valor y salí al exterior.

   Lo que pude ver en las lindes de la mansión, no lo olvidaré nunca… Primero noté como un fuerte olor a cera quemada, a la vez que el viento volvía a agitar las hojas de los árboles y erizaba el vello de mis brazos…Dos hileras de seres fantasmales, envueltos en sudarios, cubiertas sus cabezas por capuchas, deambulaban ordenadamente por el bosque arrastrando sus pies desnudos, portando cada uno de ellos una vela encendida y cargando a hombros un ataúd…pero al frente de la comitiva y llevando una cruz entre sus manos, iba un ser corpóreo, de extrema delgadez y perfectamente reconocible, era mi noble señor…

   Tras comprobar, que ninguna mirada se había detenido en mi persona, salí de allí corriendo tanto como podían hacerlo mis pies… Llegué jadeando a la mansión, y lo primero que hice fue acercarme hasta la habitación de mi señor…no estaba en su aposento.

Me refugié entre las sábanas de mi cama temblando de miedo…hasta que me quedé dormido. Una voz quebrada me despertó de golpe, era el noble señor reclamando mi presencia:   ¡Mal nacido, despierta de una vez, despierta…donde estabas cuando yo te necesitaba!...


Dos días más tarde, mi señor caía en brazos de la muerte que tanto temía… y yo marché de ese lugar, lejos, muy lejos de aquel bosque para no volver jamás.    


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