Contaba
la esquela, que el prohombre Hieronides García-Grande y de Arriba, había
fallecido a la edad de 90 años, habiendo recibido auxilios espirituales y
confortado con los santos sacramentos y la bendición apostólica, en el cielo
esté.
Hieronides
fue un hombre rico, pudo haberlo sido mucho más de no haber tenido que soltar
un lastre de millones a la Justicia para compensar alguno de sus desmanes.
Hasta sus últimos días en la Tierra intentó tener el control de toda su
fortuna, hasta que el Alzheimer le
arrebató la cordura. Ahora que más da el pasado, el ya está en el Cielo y sus
bienes en la Tierra, es lo que tiene la muerte dichosa.
Hieronides,
nunca dejó de lado la Iglesia, era un buen contribuyente a la misma, iba a Misa
periódicamente, tenía confesor propio y se cuidó muy mucho antes de perder el
control de su propia vida, de que sobre todo fuera ungido, tras el desenlace
fatal, con los santos óleos para ser bien recibido allá arriba en el cielo.
Y
como no podía ser de otra forma, Hieronides llegó a las puertas para ser
recibido por San Pedro:
—
Los sabía, lo sabía,
esto no podía fallar, me siento bien y su ilustrísima está aquí para recibirme…
—
Bien venido seas
Hieronides… pasa, pasa, te mereces el cielo…
—
Gracias, ¿puedo
pasar?
—
Pasa… Pasa…
Hieronides
se había imaginado la figura de San Pedro, como un ser venerable de poblada
barba, vestido con una larga túnica blanca… En cuanto al cielo, una vez
superada una zona velada por blancas nubes y atravesada la puerta, encontró lo
más parecido a un paraíso tropical, tal cual, tal cual se lo había imaginado.
Fue
entonces y antes de entrar en el edén, cuando San Pedro se detuvo para
hablarle:
—
Hieronides, ¿que tal
si dejamos de hacer el payaso?
—
¿payaso?... ¿que
quiere decir su ilustrísima?
—
Mira, a mí me pasó lo
mismo cuando llegué aquí antes que tú,
imaginación pura y dura… que no soy San Pedro ¡coño!... soy “Pacorro”,
tu amigo del alma, al menos eso decías… tu compinche, tu colega…
—
¿Pacorro?
—
¡Que sí coño!..si
quieres te cuento las andanzas de caza… las juergas que nos metíamos y lo que
tu quieras recordar…
Y
fue entonces cuando desapareció todo atisbo imaginado, para encontrarse con la
figura de su amigo, tal cual, tal cual él la recordaba.
—
Entonces… ¿que
diantres hacemos aquí?
—
Para empezar olvídate
de tu cuerpo…ese ya no lo vas a encontrar, de resurrección ná de ná. Eso quiere
decir que ya no volverá a ser como antes, ni riquezas, ni prebendas, ni bienes,
ni fortunas…
—
¿Pero el cielo?
—
Estábamos equivocados
“Tio”…ni cielo, ni infierno…Toda la pasta que te has gastado con la iglesia,
tus rezos, tus confesiones fingidas o no… no sirven de nada, absolutamente de
nada…
—
No entiendo…
—
Ya lo entenderás, ya…
Cuando te encuentres de frente a tu conciencia, algo que no teníamos muy en
cuenta… A esta no la podemos engañar.
—
Pues… si eso es así,
estoy acojonado.
—
No te preocupes
“tio”, no es tan jodido como parece… es solo cuestión de ver las cosas de otra
manera… y reaccionar.
—
¿Reaccionar?
—
Si hombre, esto
continúa…
—
… ¿Continua?
—
Parece ser que es así…
—
Entonces… ¿hacia
donde vamos?
—
Pues por lo visto
depende de cada uno…
—
Sigo sin entender…
—
Es fácil… si tú
quieres seguir con San Pedro y tu Paraíso, nadie te lo va a impedir, pero te
aseguro que eso acaba siendo aburrido… pero existe otra posibilidad.
—
¿Cuál?
—
Enfrentarte a lo que
fue tu vida, ver la película de los hechos más transcendentes y sin tapujos,
mentiras ni supercherías… yo lo he decidido así… tu verás.
—
Y eso… ¿que me va a
suponer?
—
Pues eso si que es
duro… yo he jodido a mucha gente, ¿sabes?...
—
¿Y el castigo?
—
Eso es lo bueno… no
encuentro el castigo por ninguna parte…
—
Pues no entiendo
nada…
Hierónides
y “Pacorro”, siguieron hablando por una senda figurada, donde no había Santos
ni Paraíso alguno… Todo era neutro e inundado de una luz que inspiraba a la
calma… Ambos amigos parece ser, que iban en busca de sus respectivos destinos.
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