Cierto día, me contaron una historia que no dejó de sorprenderme.
Sucedió en la Grecia antigua, concretamente en Dodona, el mayor centro cultural
y religioso de la región de Epiro. Allí acudió Philos, llevado de su amor a los
seres humanos a consultar el oráculo de la Diosa Dione… estaba preocupado por
su hermano Miso que era todo lo contrario que él. Si Philos amaba, Miso odiaba.
El oráculo escuchó atentamente las
palabras de Philos, tras ello se pronunció:
—
Es justo
que te preocupes por tu hermano, pero debes entender que si él no existiera
a ti te faltaría el sentido que ahora te embarga”
Philos no acabó de entender al
oráculo y volvió a indagar en él:
—
Dices que
es justo que me preocupe… y sin embargo aceptas que seamos diferentes… yo no he venido a escuchar esas
palabras, sino a ver como me podrías ayudar a combatir el odio de mi hermano.
Tras una breve pausa… el oráculo se
pronunció:
—
He
escuchado Philos, que de tus labios salía la palabra combatir…el odio no se
combate.
Philos, guardó silencio durante unos
instantes, los justos para volver a inquirir al oráculo:
—
Entonces,
si no puedo combatir el odio de mi hermano, dame la solución.
Esta vez no hubo pausa del oráculo:
— Si quieres una solución, existe
el Tropo
Tan preocupado estaba Philos por el amor que profesaba a su hermano, al
ver que solo era correspondido con odio, que no quiso saber más, aceptaba el
Tropo, aún sin saber exactamente en que consistía, confiaba ciegamente en el
oráculo.
Y así fue, por designio de la Diosa Dione, reina en la Tierra y consorte
de Zeus, que se obró el tropo, pasando la personalidad de Philos a Miso y justo
a la inversa… Ambos regresaron a sus respectivos Lares y obraron tal cual el
designio de la Diosa. Philos aún arraigado en el amor, tuvo en sí el sentido
del odio…Algo parecido ocurrió con Miso que teniendo como soporte el odio,
conoció el amor.
Pasó el debido tiempo, para entender si se obró o no el ansiado cambio
que deseaba Philos en el carácter de su hermano Miso… pero algo o todo no debió
de funcionar, porque Philos debió marchar urgentemente a Dodona para volver a
encontrarse con el oráculo de la Diosa Dione.
—
Lamento
decirte que el designio no funciona.
Sin que surgiera el más mínimo rictus
de sorpresa en el rostro del oráculo, este respondió:
— Desde el primer momento esto era sabido.
—
Entonces… ¿por
qué sugeriste la solución del tropo?
—
Porque era
necesario que tú lo entendieras.
El oráculo, entonces habló:
—
Sabemos lo
mucho que te ha costado odiar al género humano… aún pudiéndolo hacer no lo has
sabido soportar… ¿cierto?
—
Cierto es…
—
En cuanto
a tu hermano Miso…sabemos de lo mucho que ha tenido de aguantar, al conocer el
amor se ha despertado en él la amargura del odio que lleva dentro… ¿cierto?
—
Cierto es,
está lleno de remordimientos… y no creo que ello sea la solución.
Tras una pausa que pareció un siglo…Philos
deseó que el oráculo se pronunciara definitivamente.
—
Es la Diosa
Dione quien habla por mis labios…no existe solución para tu hermano Miso, ambos
volveréis a vuestro anterior estado… Te sugiero mantengas el silencio y escuches…No
procede molestar a los Dioses, porque ellos pueden alterar el orden de las
cosas… y tú has provocado que así sea… Desde que sucedió el tropo, se han instaurado
dos semillas, en tu corazón la del odio y en el de tu hermano la del amor…A
partir de ahora ambos tendréis que vivir sabiendo que en cualquier momento, esa
semilla puede hacerse fructífera…es todo.
Y Philos marchó algo contrariado tras
la segunda visita al oráculo…sin saber con certeza si había obrado bien o mal.
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