martes, 27 de febrero de 2018

Novela: "La senda del porvenir" (Prólogo)


   Cabizbajo, dejaba pasar por mi mirada las baldosas de la acera sin percatarme por donde iban mis pasos. Tan solo en mi mente se reflejaban toda una serie de apelativos: “ignorante, desastre, inútil, vago, pardillo”… a lo que habría que añadir unas cuantas lindezas del estilo: “Eres una vergüenza para la familia”, “Nunca llegarás a nada si sigues así”, “No eres más malo porque aun no se ha inventado quien pueda ser más malo que tú”… Todo ello era una mezcolanza donde entraban tanto familia como compañeros de clase.

   Mi adolescencia se estaba arrastrando totalmente distraída por esa acera sin rumbo ni sentido, hacia… el mamporrazo que me acabada de dar contra el soporte rectilíneo y vertical de una farola… y en vez de conmiseración, de cuidado, de respeto; otra vez, la hilaridad de los presentes se cebaba en mi desgracia. Ajuste mis gafas de miope, intenté mantener la compostura y decidí seguir mi camino hacia ninguna parte olvidando el cachondeo que se estaba formando a mí alrededor. Fue entonces, cuando de repente noté una presencia a mi lado, a la vez que una mano agotada y temblorosa se apoyaba en mi hombro. Era una anciana amparada en un soporte con ruedas que le hacía de bastón. Debió de tardar un rato en llegar a mí, pero lo hizo tan solo para decirme: “Hijo, ¿estás bien?”. Ningún reproche, ningún intento de aleccionarme pese a su venerable edad, tan solo esa mínima preocupación por mi estado. La anciana observó el principio de chichón que ya estaba aflorando en mi frente y simplemente sonrió. Yo no pude por menos que hacer lo mismo, sonreír. Intenté corresponder a la amabilidad de la anciana lo mejor que pude: “Gracias señora, no ha sido nada, andaba distraído y…“ Ella siguió con su sosegado andar, casi arrastrando su cuerpo tras aquel apoyo con ruedas, pero lo hizo con la mirada alta y con una imagen que me recordaba la explicación que alguien un día me dio sobre lo que significa la palabra dignidad.


   Y yo, un jovenzuelo de quince años, estaba andando con la mirada abatida por el peso de la desconsideración, al menos eso es lo que pensaba… pero el gesto de esa anciana me insufló algo más que ánimo, no estaba solo. Si una anciana que apenas podía moverse se había preocupado por mí, significaba que yo no era indiferente...  


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