El ojo que todo lo ve,
no está lejos, ni fuera
ni en el olvido.
El ojo que a ti te ve,
de ti lo sabe todo,
pero a mí... no me ve.
Al ojo que a mí me ve,
no lo puedo engañar,
aunque me olvide de él,
y tu... no lo puedes tener.
Mis ojos, tus ojos, tantos ojos,
que miran, y...
no saben ver.
Pero esos ojos no importan,
sino aquel que todo lo ve,
y que no está lejos,
ni tan afuera,
ni conoce el olvido,
y que mira por dentro,
y que escarba
y que quema
y que alivia y que sana,
y que se queda,
aunque nos olvidemos de él.
Ese ojo mira con lupa,
y abre el horizonte,
no entiende de leyes
y nunca está ausente.
Ese ojo, no tiene doctrina,
ni está en las nubes,
ni necesita que se enmarque
en un triángulo altivo.
No juzga, no dicta,
no condena, no hiere,
no ama, no odia,
no desea, no provoca,
solo... ve.
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