miércoles, 4 de abril de 2018

Cuento:"Enara, la pequeña golondrina"

EL PORQUE DE TU NOMBRE (Capítulo)

   Cuando ella nació,  las primeras golondrinas llegaban alegres al viejo pueblo de Vizcaya. No les costó mucho a sus padres decidir cómo llamarla, Enara que en Euskera significa golondrina.
   Enara fue creciendo junto a la hierba fresca, los montes redondos y verdes; y el cielo, que no siempre era azul y radiante y podía cubrirse de nubes grises y compactas que dejaban caer a menudo una lluvia fina y persistente.  Pronto conoció el curso del río, los chopos de la ribera, las fuentes que manaban continuamente agua fresca y transparente, el mugir calmoso de las vacas, el canto de los gorriones. Era curiosa, su mirada llegaba hasta los más inverosímiles rincones, sus manos lo palpaban todo, y sus palabras se llenaban de preguntas que no siempre los mayores sabían responder. Incluso sus padres, a veces, la había tratado como a una niña tonta porque no llegaban a entender su curiosidad. Cierta incomprensión no le importaba, Enara tenía el recurso de su imaginación siempre que le era necesaria, se inundaba de fantasía y solucionaba así sus interrogantes, sobre todo aquello que las personas adultas no le resolvían. Pero existían casos muy particulares donde la imaginación no le servía, era entonces cuando necesitaba de su abuela Estíbaliz, a menudo sentada tranquila en su mecedora, haciendo encaje de bolillos y viendo pasar la vida por su lado sin apenas inmutarse. Nunca le faltaba a la abuela una palabra, una respuesta precisa y puntual hacia las preguntas de Enara, gracias a ella conoció algo que siempre le había inquietado desde que apenas nació, el mundo de las golondrinas.

   Una tarde, Enara dejó sus juegos y se sentó en el porche junto a su abuela. Tenía ganas de hablar con ella y de hacerle unas preguntas que nadie hasta el momento le había sabido responder:
-         Abuela Estíbaliz, ¿Por qué me llamaron Golondrina?
-         Porque con ellas llega la alegría.
-         No es lo que quiero que me digas, ya sé que nací en primavera y que todos se pusieron muy contentos, tanto papa como mama lo han dicho muchas veces. Quiero que me expliques que tengo  que ver yo con las golondrinas.
-         Bien querida Enara, te contaré toda la historia de tu nombre... Antes, la casa era  pequeña: el comedor, la cocina, las dos habitaciones de abajo, el cuarto de baño, la terraza... y para de contar.
-         ¿Y la habitación de arriba?,  Abuela.
-         Ahora te lo explico... Arriba existía el desván. Era un desván trastero que no hacíamos servir para nada.
-         ¿Trastero..?.
-         Si mi niña, que allí nada más habían trastos... y algo más. Anda, no me interrumpas y déjame continuar la historia.
-         Está bien abuela, sigue, escucharé callada.
-         Lo dudo...   Bueno, pues como te decía, aquel desván tenía la misma buhardilla que ahora conservamos, solo que sin ningún cristal sano. El aire, la luz entraban sin oposición. Las vigas estaban deterioradas y mostraban claros signos de carcoma, había mucho polvo. El suelo aparecía con una capa de cemento y muy irregular. Nadie subía, solo yo iba de vez en cuando porque existía algo que me gustaba contemplar.  

-         ¿Qué era abuela?
-         Espera...       Hacia finales de abril, se oía en el desván unos sonidos... ¡frrttt, frrttt! , siempre acompañados de continuos revoloteos. Era un pájaro ágil y esbelto, con unas largas alas negras salpicadas de reflejos azul oscuro, el pecho blanco y una cola afilada y bifurcada. Traspasaba continuamente la ventana rota de la buhardilla para recomponer su viejo nido junto a la viga. Unas veces traía barro, otras pequeñas pajitas, en ocasiones hierba, heno. Yo observaba como ella mezclaba todo lo que traía con su propia saliva, y poco a poco iba consolidando el que sería su próximo hábitat. Luego de tener el nido bien preparado, durante tres semanas aproximadamente, se producía un silencio absoluto, la golondrina no salía apenas del nido.
-         ¿Por qué?
-         Veras mi niña... ocurría que la pequeña ave, había puesto los huevos y los incubaba pacientemente, dándole calor con su cuerpo y su plumaje. Un buen día, el silencio en el desván desaparecía y su lugar era ocupado por un suave y persistente alboroto en el nido. La golondrina sale de su cobijo, vuela y traspasa la ventana de la buhardilla. Se oyen pequeños murmullos... y silencio. Al poco rato regresa ágil y veloz. Del nido surgen tres, cuatro, cinco pequeñas cabezas con el pico exageradamente abierto... pifff, pifff, pifff, empieza un concierto. A partir de entonces se origina una urgente y pertinaz serie de vuelos por parte de la golondrina y su pareja. En cada viaje llevan un insecto que han cazado en el aire, y lo depositan en uno de los picos abiertos. Durante muchos días los papas golondrina no cesarán de volar para que a sus pequeños no les falte la comida.

-         ¿Y todo eso lo veías?
-         Sí... Las golondrinas no se ocupaban de mí, entraban y salían, salían y entraban, era un espectáculo maravilloso.
-         ¿Por qué dices era, abuela?
-         Porque un día esas escenas desaparecieron del desván, y tú tienes parte de culpa; mejor dicho, toda… querida mocosa.
-         ¿Yo?...
-         Sí, tú... Tus padres pensaron que cuando nacieras faltaría espacio y decidieron arreglar el desván.
-         Y las golondrinas... ¿qué pasó con las golondrinas?
-         Nada, no les pasó nada... ellas se fueron.
-         ¿Se fueron?...
-         Sí claro. Cuando llega el mal tiempo marchan muy lejos todas juntas. Fue el otoño antes de nacer tú cuando se iniciaron las obras del desván.
-         ¿Y a donde se van abuela?

-         Esa historia te la contará otro día, ahora se trata de que sepas la razón por la que te llamas Enara... Llegó la primavera y el desván ya estaba arreglado, se convirtió en la habitación de tus padres. Entonces fue cuando llegaste tú  y también la golondrina. No parabas de moverte en el vientre de tu madre, querías salir a conocer el Mundo. Todos esperábamos impacientes a la comadrona para que ayudara en el parto. La mamá se colocaba las manos en la tripa, se quejaba. Tú estabas a punto de salir, y entonces... se oyó un golpe seco en la ventana. Todos vimos como la golondrina quería entrar por la misma ventana de la buhardilla, ahora con un grueso cristal. Volaba en pequeños círculos, inundaba el espacio de alegría. La mamá se relajó al verla, tu padre pronunció: ¡Enara, se llamará Enara!... Vino la comadrona, y nació una niña feúcha y arrugada…


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