lunes, 25 de agosto de 2014

Cuento: Capítulo . Rumor - "Memorias de una ardilla"

No sabíamos por qué madre nunca nos llevaba en una determinada dirección del bosque. Conocíamos las copas de muchos árboles, habíamos penetrado en peligrosas zonas de matorrales, sabíamos del río que fluía en la hondonada, atravesamos infinidad de sendas. Aquella zona no parecía distinta y sin embargo jamás la habíamos hollado. Aprendimos a observar el juego del pájaro reyezuelo en los zarzales y el temible vuelo bajo del cernícalo. Nos reíamos de la musaraña y quedábamos inmóviles ante la proximidad de la comadreja. Vimos al hombre, a la víbora, al cielo y hasta el mismo sol, a la luna que plateaba la noche; acaso podíamos encontrar algo distinto en aquella zona del bosque, el cuervo y su pareja la sobrevolaban, entre sus árboles se escuchaban signos de vida. Nada allí parecía diferente, salvo el rumor que de tanto en tanto surgía entre la espesura de ese sector misterioso.  Empezaba débil, se intensificaba hasta hacerse vibrante y luego desaparecía tal como vino. A veces los rumores eran seguidos, otras distantes uno de otro. Era imposible precisar un tiempo, un ciclo, el rumor resultaba tan intrigante como una noche sin sombras. 

Mis hermanos, prudentes, se conformaban con seguir a madre y no se complicaban la existencia; yo en cambio había nacido inquieta, curiosa, deseaba conocerlo todo. Porqué el misterio tenía que frenar mi afán de descubrir. Sin que madre lo supiera guié mis pasos hacia la zona del bosque que me intrigaba. Al entrar quedé quieta, observando. Con los pinceles de mis orejas altos rastreaba los sonidos, palpaba el aire estirando los bigotes, mientras mis ojos redondos enfocaban el entorno. Me guiaba por el rumor, orientaba mis pasos hacia él. Cuando más me acercaba menos parecían cantar los gorriones, pero el mirlo continuaba saltando desde su cobijo en los arbustos y las arañas tejían igual sus trampas a los insectos. Estaba cerca, cada vez más cerca. Ahora el rumor, cuando llegaba, se había convertido en un zumbido rápido y cortante que hería el espacio, pasaba y luego desaparecía.

Llegué a un punto donde terminaba la hierba, la hojarasca, las pequeñas ramas y los brotes. Un camino ancho, frío y gris rompía la espesura. Estaba formado por minúsculas piedras aprisionadas sobre el suelo. Quedé quieta en el margen sin atreverme a pisarlo, luego anduve por su borde. Apenas di unos pasos cuando pude ver a un sapo totalmente aplastado sobre la superficie gris, estaba tan plano como una hoja. ¿Quién podría haber hecho aquello? Decidí entrar en aquel lugar, justo entonces, percibí de repente un ruido progresivo, constante. Me giré sorprendida en la dirección del sonido, algo monstruoso avanzaba recto y veloz hacia mí. Sus patas eran cortas y rodantes, el cuerpo voluminoso y ancho, con unos ojos rectangulares y frontales que miraban fijos. Muy asustada intenté apartarme del camino cruzándolo antes de que llegara la amenaza, pero al alcanzar el otro extremo una enorme pared de piedra me impidió el paso. Quise escapar hacia el otro lado y cuando ya estaba en la mitad del camino gris, el monstruo se abalanzó sobre mí. Un instinto poderoso hizo que me quedara quieta y agachada mientras era engullida por él en la cumbre de su sonido. Como por un milagro reaccioné justo cuando el furor desapareció del lugar sin detenerse, me encontraba ilesa. No paré de correr hasta dejar atrás aquella zona maldita del bosque, y juré que nunca más volvería.

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