martes, 3 de mayo de 2016

Meditaciones: "El monje tibetano"


   Quiero contar una historia de las que se pueden considerar como extraordinarias, y que le sucedió hace un tiempo a un amigo, cuyo nombre no importa.

   El estaba pasando una mala época, se acababa de separar de su mujer y para más INRI no le renovaron el contrato de trabajo, se encontraba en medio de una vorágine de sentimientos que le producían un enorme vacío existencial. Tras semanas de nula actividad y ostracismo decidió reaccionar y no se le ocurrió otra cosa que desplazarse al Nepal en busca de encontrarse a si mismo, decía. 
Tras aterrizar en el aeropuerto de Katmandú y establecerse en un pequeño hotel, decidió sin más dilación iniciar un trekking en solitario de 11 km. hacia Boudhanath, considerado como uno de los lugares sagrados budistas y en donde se encuentra una de las mayores estupas esféricas de Nepal. Le impresionó el ambiente que se respiraba, no sabía el si catalogarlo de religioso, espiritual, de calma, o de templado fervor… la gente rodeaba la gigantesca estupa moviendo los rodillos de oración que no paraban de rotar sobre si mismos…

   Movido por un extraño instinto, según manifestó, tomó la decisión de desplazarse hacia el monasterio budista de Khawalung no lejos de ahí… a mitad del trayecto, se encontró casi de bruces con un monje budista  que estaba descansando en un recodo del camino. El monje se levantó, juntó las manos y al acorde con una ligera inclinación de cabeza pronunció “Námaste”, al paso que le invitaba a degustar un trozo de seitán. Aceptó y se sentaron uno junto al otro sin que mi amigo acertara a pronunciar palabra… entonces el monje en un perfecto castellano le dijo: “Hola”… aquello parecía como una invitación a iniciar una conversación:

    ¿Cómo sabes que yo hablo español?
    Lo sé.

   El monje callaba, tan solo sonreía enigmáticamente inspirando confianza, por lo que mi amigo decidió seguir hablando.

    ¿Eres del monasterio?
    Así es…
    ¿vienes o vas?
    Acaso eso importa…
    Si claro que importa… ese es mi caso… estoy intentando encontrarme a mi mismo.
    … y para eso has venido de tan lejos.
    Bueno… ando algo perdido… no se donde está mi yo.

   El monje calló durante segundos que parecían eternos, dirigiendo su mirada al horizonte… tras esos instantes de recogimiento y silencio, preguntó a mi amigo:

    ¿Puedes identificarte?
    ¿Qué quieres decir?
    Señálate a ti mismo…

   Entonces mi amigo apuntó los dedos de su mano derecha hacia el centro de su pecho, al mismo tiempo que el monje pronunciaba:

    Lo ves…

   El monje se levantó y siguió su camino hacia el monasterio despidiéndose de mi amigo con una frase arto intrigante:

    Quizás nos volvamos a ver… Námaste.


   Dos años después… mi amigo estaba transitando tranquilamente por las Ramblas de Barcelona, cuando se encontró inesperadamente con una figura de rasgos asiáticos que le resultó familiar. Ambos cruzaron las miradas, sonrieron y se detuvieron. Era el monje tibetano que en su día halló en un recodo del camino hacia el monasterio de Khawalung, solo que ahora vestía de occidental sin hábito alguno.

    Que casualidad…
    Tú crees…
    ¿Como es que estás aquí?
    No es la primera vez que vengo… suelo visitar varios centros budistas aquí en Barcelona… por cierto, ¿has encontrado tu yo?

   Entonces mi amigo colocó sus dedos a la altura del centro de su pecho y respondió:

    está aquí, siempre me acompaña.

   El monje, del que no preguntó mi amigo su nombre, sonrió y tras pronunciar: “Námaste” con una ligera inclinación y juntando sus manos, simplemente siguió su camino.


   Esta es la historia… y las conclusiones solo las sabe mi amigo. 


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