Recuerdo el primer regalo que me trajeron los “reyes”, tendría entonces
unos seis años, era una pelota de fútbol roja y reluciente... dormí con ella
hasta que perdió el color. Pero ese regalo no era nada comparable a los que solía
recibir justo un año antes.
Mis padres, por obra de la inmigración interior, se trasladaron de
Aragón a Catalunya en busca de trabajo. Durante las primeras semanas, estuvimos
acogidos pero malviviendo en el altillo de un almacén que nos dejaron unos
familiares. Entre bultos y cortinas que delimitaban nuestro espacio
transcurrieron esos días. Sucedió una mañana algo que me pareció mágico;
colgando de un hilo, a la altura de un ventanuco que daba claridad al altillo,
una pequeña figura de plástico en forma de indio de las praderas, se bamboleaba rompiendo el haz
de luz. Tembloroso, me atreví a cogerlo. Al día siguiente sucedió igual, pero
esta vez era un vaquero con pistolas y todo… Cada mañana, al despertar, buscaba
extasiado ese mágico regalo, así hasta completar toda una tribu de indios y un
buen grupo de vaqueros. Nunca supe de donde provenía ese hilo oscilante con la
pequeña figura atada en el extremo, ni quien obraba ese “milagro”…fue mi madre
quien me explicó, que si a veces sucede algo mágico, es señal de que alguien,
desde el cielo, vela por nosotros.
Ahora, que ya voy “pa viejales”,
no me atrevo a entrometerme en la ilusión de los niños, ni a desbloquear el
sentido de esa magia… dejando de lado la desmesura, sigo creyendo en los “Reyes
Magos”
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