El
criterio resulta indispensable en la búsqueda de una filosofía personal que nos identifique como
individuos irrepetibles. El criterio, que a fin de cuentas no
es sino el resultado de un método de observación y reflexión individual marcado
por la experiencia de la vida, constituye el peldaño indispensable donde
apoyarse para comenzar a buscar un horizonte de pensamiento propio.
Hay que proponerse que la cabeza nos sirva
para algo más que para separar las orejas. Ese proceso agudizará nuestros sentidos, removerá los
conceptos que nos inculcaron durante la adolescencia y juventud, nos despertará
del letargo en que nos hallamos sumidos y nos permitirá ver con otros ojos el
valor irrepetible que portamos en nuestro interior, así como las cosas bellas y
de interés que se mueven a nuestro lado sin que nos percatemos de ello. En
otras palabras: nos habremos forjado un criterio, un método de observación y
análisis.
Pero tener criterio no resulta
gratuito. Hace falta esfuerzo, deseo de lograrlo, anhelo por explicarse
uno a sí mismo con la dosis indispensable de equilibrio y racionalidad. Para
lograrlo hay que leer, debatir, sentirse parte activa y valiosa de la sociedad,
y aportar alguna dosis de valentía. Es necesario fomentar en uno mismo la
autoformación y desarrollar con tenacidad la inteligencia y los dones innatos.
Y estas cosas no siempre resultan sencillas porque te colocas de frente al
inmovilismo. Dejarse llevar por el temor al que dirán, es no tener criterio.
Callar para no molestar es una falta de criterio. Otorgar por miedo a perder
privilegios, y dejarse llevar por una inercia determinada aunque la consideremos injusta, es faltar al
criterio.
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