En
un lugar que no es cercano, existió una vez un panadero. De noche hacía el pan
y de día lo vendía. Era pan de trigo, agua, levadura y sal. Su negocio no
andaba mal aunque esfuerzo suponía. Cierto día, confundiéndose su piel oscura
con la noche, llegó al obrador un etíope venido de lejanas tierras. Era un sin
papeles en busca de mejor fortuna. El panadero andaba cansado y el etíope le
dijo: “Yo se hacer pan, tú descansas y a
cambio tan solo pido cobijo”. Tan pronto vio el panadero, como el etíope
manejaba la masa, entendió que no le había mentido y se dispuso a descansar.
Al
despertar observó panes como nunca había visto, de excelente textura y tueste
perfecto en el horno de leña. Y así fue como el panadero se dedicó a cobrar mientras
otro hacía el pan. Ocurrió que el negocio no solo mejoró sino que empezó a asombrar. El etíope
le dijo al panadero que buscara Teff, un cereal pequeño con el cual haría unas
tortitas planas e integrales llamadas Injeras. También hizo un pan dulce con
leche y miel. Era tal el éxito de ese pan, que venían de otras comarcas a
comprarlo.
El
etíope tenía cobijo, pero al no tener papeles temía ser descubierto. Tal es así
que se conformaba con trabajar duro toda la noche y en secreto, al fin y al
cabo eso era mejor que todas las penurias pasadas. Y el panadero mientras tanto
descansaba por la noche, era admirado por el pan que los demás creían que él hacía y de paso, se hizo rico.
Hasta
que un día, en el cerebro del etíope empezó a calibrarse una palabra: Justicia,
que por faltar se convirtió en injusticia: “Cierto
que tengo cobijo, pero no soy tonto, trabajo duro, hago el pan y el cobra sin
que yo me vea compensado”.
Protestó
ante el panadero, pero no sirvió de nada. “Tú
me pediste cobijo y yo te lo he dado”
—dijo— “Y te lo agradezco”—contestó
el etíope— “pero yo hago el pan, nada tengo y tú lo tienes todo. Tengo
familia al otro lado del mar y nada les
puedo hacer llegar”. Lleno de soberbia y sin medir el alcance de sus
palabras, el panadero dijo: “O te conformas,
o lo dejas”
Y
el Etíope lo dejó, decidió seguir su camino en busca de mejor fortuna, solo que
había aprendido que su pan tenía éxito. La próxima vez ya no pediría solo
cobijo, podría negociar, pedir papeles y sustento.
Y
como todo cae por su propio peso, ocurrió que el panadero víctima de su
avaricia, ya no encontró quien hiciera los panes de su éxito y el negocio
menguó hasta perder su fortuna. Mientras que el Etíope solo tuvo que demostrar
que los panes de aquel lugar donde todos iban a comprar eran obra suya, y
consiguió su propósito.
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