TRES MESES DESPUÉS
...
Los días
transcurrían rápidos, fluían armónicos por obra de la actividad. Bruno y toda
su familia ya estaban perfectamente adaptados al tipo de vida que existía en
Ramu. La convivencia en el hogar tampoco
presentaba problema alguno entre las dos familias que lo ocupaban, cada uno
entraba y salía en función de sus quehaceres, se respetaban espacios y se
colaboraba en su mantenimiento. Nadie tenía una función definida, pero se
dejaba hacer al que como por ejemplo Laenuma, hacía que lo culinario fuera un
arte y una virtud. Lo más destacado de
la convivencia en Ramu era la sensación de familiaridad que se respiraba en sus
calles, mucho más intensa que el tiempo en que su hábitat no excedía de trescientas personas.
... En Ramu
también existía un tiempo para el ocio, los viejos solían distribuirse por los
tres locales sociales donde solían jugar a las cartas o a las fichas, tiempo que
aprovechaban para realizar tertulias espontáneas. Bruno pudo observar que en
esas conversaciones, habían borrado la nostalgia y se hablaba poco o nada del
pasado y apenas figuraban los proyectos futuros. Sin embargo, existía una
contradicción pues había gente en Ramu que solían tocar varios instrumentos, y
en sus notas lanzadas al aire si que se notaba una cierta nostalgia quien sabe
si de un pasado más venturoso. Los no
tan viejos y gran parte de los jóvenes se divertían organizando juegos de
pelota ya fuera en el frontón o en la pista polideportiva. Le llamó la atención
la falta de agresividad que desarrollaban, era como si no tuvieran estímulo por
ganar, simplemente jugaban y ya está, vamos que no competían. Daba toda la
sensación de que la gente de Ramu guardaran toda su energía, su firmeza y
voluntad para el arte de sobrevivir y cuidar su sistema organizativo. El
presente allí era lo único que contaba. Se ocupaban y para nada parecían
preocuparse por el devenir. Otro aspecto que le llamaba la atención, era el
físico de unos cuantos habitantes de Ramu, bien formados, enjutos, de estatura más
bien alta y con una expresión de excelsa serenidad en sus rostros. Se
diferenciaban del resto porque solían ser mujeres y hombres de pocas palabras y
activos, pero obrando a un ritmo muy peculiar, sin acelerarse y muy centrados
en sus actos. Si apenas ciento y pico de los habitantes del lugar eran
autóctonos, se preguntaba Bruno de donde serían el resto. Había podido hablar
con gente e indagar algo. Muchos provenían de lugares cercanos de la periferia,
algunos habían vivido en ciudades
próximas como Sareman o Sarreta, incluso habló con un par de personas cuyo
antiguo hogar estaba en Nalocebar. Sin embargo existía un tipo de gente, no
sabía si catalogarla como extraña, que sin perder la amabilidad renunciaba a
hablar de su pasado y procedencia.
Bruno había
entablado dos buenas amistades, una con Carlos su compañero de habitación, la
otra correspondía a Louise con la cual ya había iniciado un cierto escarceo
amoroso. Se encontraba bien con ella, se divertía con sus expresiones, sus
salidas lingüísticas y se contagiaba de su simpatía. Con Carlos tenía mucho
tiempo para hablar, era su colega, su confidente y con quien más podía
conversar de sus más íntimas preocupaciones. Los tres compartían su afición por
la montaña y la escalada, En más de una ocasión llegaron a coincidir en alguna
patrulla de vigilancia, o con el oportuno permiso organizaban salidas a alguna
de las cumbres cercanas. Nadie podía salir del sector sin comunicarlo, y estaba
terminantemente prohibido alejarse de un determinado radio de acción. Eran las
reglas que se habían establecido y que todo el mundo se había obligado
respetar. Los tres amigos se llevaban muy bien y se correspondían, Carlos sabía
como desaparecer si la ocasión terciaba, para respetar la intimidad entre Bruno
y Louise y cuando era el momento de lanzarse conjuntamente a algún tipo de
aventura.
Un día
decidieron subir a uno de los picos, desde el cual podía divisarse por un lado
el valle de Ramu y por la otra una gran extensión de terreno en dirección a la
ciudad de Sareman. Lo harían por una de
las caras verticales en un ejercicio de escalada no muy exigente y lo
suficientemente atractivo para disfrutar del vértigo que representaba unos
doscientos metros en caída libre. El día era brillante, con un sol rabioso que
emitía una fuerte radiación. La luminosidad excelente y embargada de una
extraña sensación, parecía como una especie del canto del cisne que en aparente
armonía no dejaba de anunciar un final. Quizás por eso y para borrar el estigma
de los pensamientos negativos, le gustaba disfrutar del riesgo que representaba
la escalada, eran momentos en que la concentración en cada paso ascendente era
máxima, y en donde sí se podía pensar en el futuro que no era ni más ni menos
que alcanzar el objetivo de la cumbre.
Los tres integrantes
de la cordada se compenetraban muy bien. Louise la más experta y aguerrida
solía abrir vía, le seguía Bruno y Carlos el más inexperto iba tras el esfuerzo
de sus dos compañeros. En ningún momento perdían el buen humor, subían sin prisa y aprovechaban los puntos de reunión
para respirar la calma. Luego volvían tras su objetivo.
— Vamos Louise,
mueve tu lindo culito que ya estamos casi arriba.
— Deja de decir
tonterías y reúne la cuerda si no quieres que Carlos se quede ahí colgado.
— Vale, reúno…
Venga Carlos un poco más y ya está.
— Por donde me
metéis tíos…
— Díselo a esa
ardilla, como es tan ligerita pasa de zonas fáciles…
En no mucho tiempo, los tres habían logrado alcanzar el punto final de la escalada.
Agruparon todo el material y tras ello ya solo quedaban unos metros de cresta
hasta alcanzar el punto culminante del pico. Una vez allí decidieron descansar,
tomar algún alimento y cumplir con su misión de observar el entorno. Ya no
existía la contaminación en el aire, toda la porquería acumulada tras más de un
siglo de desorden ambiental, estaba depositada en las cicatrices del subsuelo o
había dejado huella produciendo unos enormes boquetes espaciales provocados por
la desaparición de gran parte de la capa de ozono.
Bruno se sentó
mirando en dirección al valle de Ramu en actitud meditativa, Louise se acercó a
él, se ajustó a su costado dejándose rodear por uno de sus brazos y buscó apoyar la cabeza
en el hombro de su compañero. Mientras Carlos de pié observaba con los prismáticos la
basta extensión de territorio que les separaba de Sareman, ambos jóvenes iniciaron una conversación:
— Que piensas
Bruno…
— En la paradoja
de la felicidad…
— No te pillo…
— ¿Es justo
sentirse feliz, cuando el Mundo esta quebrado de miseria, de destrucción y
muerte?
— Creo que sí,
que es justo… La felicidad es algo muy personal, íntimo. Si tú no te sientes
causante de esta hecatombe, porqué no puedes permitirte estos momentos de
felicidad.
— Porque si miro
al valle de Ramu, soy feliz… pero si giro mi vista hacia el otro lado, no puedo
por menos de sentirme responsable. En esta desgracia todos tenemos nuestra
parte de culpa, todos, nadie se libra…
— Lo peor que
puedes hacer es torturarte con esos pensamientos…
— Pero no puedo
evitarlo… sabes, antes de llegar al pueblo yo tuve que matar a un hombre.
— Eso no me lo
habías dicho…
— No… porque ese
hecho tiene que ver con lo que te acabo de decir, no podemos desprendernos del
pasado por mucho que lo intentemos. Es absurdo lo que estamos viviendo,
existimos sin esperanza, no buscamos horizontes, toda esta felicidad es
ficticia… Mira el valle, parece radiante de vida. Pero observa como el bosque,
a medida que se va extendiendo va perdiendo el brillo, se apaga el tono, el
color. Más allá del valle de Ramu existe otra realidad y tarde o temprano nos
atrapará...
R.P.I. 02/2013/1807 B-387-13
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