...Tras hora y media de pedaleo, se quitaron algo el sudor en una fuente cercana. Antes de ir a su casa Carlos quiso enseñarle algo a su nuevo compañero. Durante el breve trayecto, Bruno aprovechó para interesarse por las demás fuentes de energía de las que disponían. Suponía que el sol era una de ellas por las numerosas pantallas parabólicas existentes, Carlos le comentó que eso era cierto, pero que a la vez esa era una fuente de preocupación.
— ¿Que quieres
decir?
— Tenemos dos
problemas, uno es el sol propiamente dicho… Su radiación es muy fuerte, eso va
bien por una parte porque genera más calor, pero por otra notamos y mucho las
tormentas solares. Algo va mal allí arriba.
— ¿Y el otro
problema?
— Viene de mucho
más abajo… Es un motivo de debate en las asambleas. Estamos aislados, solo
aislados. Todos sabemos que de un momento a otro nos localizarán, y el brillo
de las parábolas no ayuda.
— ¿Asambleas…
quién nos va a localizar?…Carlos, de verdad que no te pillo.
— Crees acaso
que todo lo que ha pasado en estos últimos tiempos ha sido casual… No tío, nos
tienen atrapados como conejos en una madriguera.
— ¿Qué intentas
decir?
— Que por mucho
que por las noches cerremos las ventanas para no emitir signos de luz, tarde o
temprano ellos vendrán.
— Ellos,
¿quienes son ellos?
— Quienes van a
ser… los que han generado el caos.
— Entonces
pensáis como mi padre. El siempre dice que todo ha sido orquestado, que nada es
casual y que mentes muy peligrosas están detrás de todo esto.
— Pues tu padre
no va nada desencaminado… Pero mira tío, aquí hemos aprendido a vivir al día, a
sobrevivir. De que vale preocuparse por lo que pudiera venir. De que sirve
elucubrar por la posibilidad de que nos conviertan en esclavos otra vez.
Llevaban mucho tiempo destruyendo la vida de forma sutil, pero esta vez se les
ha ido la mano porque han liquidado a una gran parte de la humanidad… En fin
Bruno, que mientras podamos y nos dejen, Ramu será nuestro mundo y seremos
consecuentes con él, mimaremos a este pueblo y viviremos como siempre hemos
deseado, en paz.
— ¿Es por eso el
símbolo que figura en la bandera azul de allá arriba?
— El mapa mundi…
sí una utopía. El deseo de extender al globo esta forma de vivir.
— Escucha
Carlos… ¿Y de donde salen todas esas ideas?
— De comunicar
libremente lo que hemos vivido, lo que sentimos, del sufrimiento que hemos
experimentado. Salen las conexiones, las evidencias aplastan las suposiciones.
Todos sabemos donde estamos, lo que puede pasar.
— Pues yo
siempre he pensado que todo lo que ha ocurrido es porque estamos poco evolucionados, que somos muy
“borricos” y que no damos más de sí.
— Algo de razón
tienes… pero no estás de todo en lo cierto. En Ramu pretendemos demostrar que
se puede vivir de otra manera, de forma libre, sin ataduras y colaborando todos
con todos en un fin común, existir en paz y en comunión con la naturaleza, con
la vida.
— Pues allá
afuera no existe nada de todo esto.
— Evidente…
sabemos que la naturaleza está gravemente tocada… sabemos que existe el caos,
pero quien sabe si también alguna otra isla como Ramu donde se sobrevive… y lo
que es peor, tenemos conocimientos de que existen lugares siniestros donde
deben de estar preparando el punto final a su proyecto, la guinda de este
tétrico pastel.
— Si estás en lo
cierto es un mal royo, muy mal royo
— Tío… es lo que
hay.
Carlos se
detuvo ante el viejo molino reconstruido. Le enseñó como habían logrado
reorientar el cauce de la riera para volver a producir la energía necesaria con
el fin de obrar su cometido. Y allí mismo en una vieja masía junto al molino
también quiso mostrarle una curiosidad. Media docena de vacas, cabras, ovejas,
gallinas…
— Ya… no
recuerdo haber visto nunca en esta parte del pueblo tanto animal.
— Bueno de aquí
salen leche y proteínas… pero no es eso lo que quiero que veas. ¿Ves ese pozo?
— Huele mal.
— Es práctico y
no tan imaginativo pues es un recurso que ya se empleaba… Los excrementos de
los animales los prensan ahí, y de paso
que consiguen abono para las plantas, también les sirve para cocinar.
— No te
entiendo…
— ¿Ves ese tubo
que sale del pozo y se orienta hacia esa ventana?
— ¡gas!
— Lo has
pillado.
De paso a su
hogar Bruno no salía de su asombro, la “isla” de Ramu parecía ser un prodigio
de supervivencia donde todos ponían de su parte para conseguir ese propósito.
Se sentía en paz pero a la vez un tanto preocupado, del caos de Nalocebar
habían entrado en el sueño de Ramu, del que cualquier día podrían despertar por
obra de quien sabe que clase de pesadilla.
TRES SEMANAS DESPUÉS
La familia
residente en el nuevo Ramu no tardó en adaptarse a su ritmo de vida. Tamara en
la casa de salud, atendía todos los días el servicio médico, mientras Sejo en
el laboratorio maniobraba con diferentes compuestos para obtener medicinas
principalmente. Bruno ejercía de profesor de historia en la escuela para los menores.
Le orientaron para que su cometido fuera libre y centrado en la evolución
histórica reciente de su Mundo, sin obviar el remoto pasado. En las diferentes
reuniones del claustro, incidían en la necesidad de que los alumnos fueran
educados en desarrollar sus propios potenciales, para prepararse y adaptarse a
su sistema comunitario. Ahora estaban en
Ramu y era ahí donde debían centrarse todos los esfuerzos. Especular con lo que
pudiera pasar en un próximo futuro carecía de sentido. Todo lo que los muchachos
pudieran captar, les serviría para resistir las andanadas del devenir. Maia
disfrutaba de la relación con los otros niños en la guardería. Al principio se
encontró algo extraña, pero el efecto duró poco y no tardó en dar rienda suelta
a su alegría natural. Bruno además de sus clases de historia, colaboraba en el
ordenamiento y cuidado forestal, también tenía pendiente ejercer de vigilante
del perímetro de seguridad del pueblo. El primer día de servicio se dirigió a
la armería donde recibieron instrucciones, allí coincidió con Louise uno de los
miembros de la patrulla. Era una
muchacha de piel pálida, corta estatura y largo cabello rubio que llevaba
recogido en dos trenzas. Ramu era un hervidero de dinamismo, donde había pocos
momentos para el ocio, la gente se relacionaba mientras se ocupaba de sus
cometidos, quizás por esa razón él nunca se había fijado en esa muchacha.
— ¿Es tu primera
patrulla?
— Sí, es la
primera… Sabes, no había reparado en ti y mira que es difícil no percatarse de
que existes.
— ¿Eso es un
cumplido?
— Bueno… quiero
decir que evidentemente eres extranjera, no se ven muchos personajes rubios y
pecosos por aquí.
— Me temo que lo
has estropeado…
— OH... lo
siento, quise decir que…
— Déjalo,
déjalo… nací en la otra parte del mundo, si te interesa.
— Claro que me
interesa… perdona, no quise ser impertinente.
— No lo has
sido, simplemente te has colado… Yo si que he reparado en ti, habéis sido los
últimos en llegar. Debe haber sido duro por allí fuera…
— Lo fue, créeme
que lo fue… ¿Y que haces tú aquí?
— Lo mismo que
tú, sobrevivir… y vigilar el contorno del pueblo.
— Quise decir…
— Siempre
quieres decir… pero te cortas. Anda vamos, hoy tenemos que subir al monte
Calvo.
Ágil como una
ardilla y con una sonrisa pícara, Louise se orientó hacia la senda dejando a
Bruno parado y con la boca abierta. Mientras observaba su grácil y dinámica
figura separándose de él, reaccionó para ponerse a la altura de sus compañeros
de patrulla. Tenían como misión comprobar si existían huellas extrañas o
cualquier tipo de incidencia en un sector perimetral del pueblo. Luego subirían
al monte calvo de casi 3.000
metros de altura y desde allí con los prismáticos
otearían el horizonte para tratar de discernir signos que denotaran que algo
nuevo estaba pasando allá afuera. Una vez en la cima, se agacharon, tenían
prohibido recortar su silueta sobre el fondo del cielo, ellos también podían
ser observados. Bruno se colocó al lado de Louise...
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