Nota: Parte 1 /Junio) - Partes 2/10 (Septiembre) - Parte 11 (Octubre)
— No andas muy equivocado amigo. Allá afuera el caos nos ha
pasado por encima y no queda mucha cosa… pero sí que existen unos pocos supervivientes
y no todos son de fiar.
— Lo sabemos, por eso vigilamos el perímetro lo mejor que
podemos… pero ojala fuera ese el peligro.
— ¿Que quieres decir?
— Tendremos tiempo de hablar… tendremos tiempo de hablar.
Sejo no quiso
ahondar más en la inquietud que traducían las palabras de sus amigos, prefirió
esperar porque indudablemente tendrían mucho tiempo para hablar. Fue entonces cuando Tamara, que escuchaba de
refilón la conversación de los hombres quiso intervenir por algo que consideraba
fundamental.
— Juanma… ¿Qué es de nuestra casa?
— Está bien, en perfecto orden… pero no esta sola, no puede
estarlo.
— Eso… ¿que significa?
— Que… no creo que exista inconveniente en que la podáis
compartir.
— ¿Compartir?… ¿Con quien?
— Tamara… las cosas han cambiado, ahora ya nada es lo mismo.
Somos exactamente 2.008 personas las que habitamos en el pueblo. No podían
existir casas vacías, ahora ya no hay propiedad privada.
— Pero…
— Tamara… no tardareis en entenderlo todo.
— Bueno, bueno… ¿pero quienes son los que están en casa?
— Vuestra casa es grande… Yo y otros muchos insistimos en
guardar las casas durante un tiempo en espera de que aparecieran los
propietarios. Luego fueron llegando mucha gente y tuvimos que organizarnos y
cambiar los planteamientos. Verás… si digo que vuestra casa es grande, es
porque estoy seguro de que se puede compartir.
— ¿y?...
— Carlota es una muchacha preciosa que quería ser abogado. Carlos
es su hermano, estudiaba periodismo, ambos tienen una edad aproximada a la de Bruno…
seguro que se llevarán bien. Los padres son Briel, contable y Laenuma, que
trabajaba como asistente social. Mira, en condiciones normales esa casa ya
estaría habitada por quizás ocho personas. Pero siempre hemos tenido la
impresión de que un día u otro apareceríais, ya habíamos perdido la esperanza…
sin embargo estáis aquí, es lo que realmente importa.
Tamara frunció
un tanto el ceño, no acababa de asimilar la idea. En su momento habían puesto
mucho empeño en acondicionar la casa a su gusto. Si estaban en Nalocebar era
por motivos estrictamente profesionales, Ramu era su lugar donde querían vivir
siempre que pudieran y donde pensaban retirarse cuando llegara su jubilación.
Dirigió una mirada de contrariedad a su marido,
justo en el momento que se podía divisar desde lo alto un sector
importante del pueblo. Nunca hubieran imaginado que pudiera vivir tanta gente,
todo era movimiento… Al instante entendieron que no estaban en disposición de
rechistar, tendrían que adaptarse como sin duda lo debieron de hacer todos los
demás. Se pararon un momento para contemplar la escena allá abajo. Sejo,
mientras miraba como el pueblo estaba lleno de vida en contraste con lo que
acababan de pasar, se dirigió a su amigo Juanma:
— Has dicho 2.008 personas
— Ahora 2.012 con vosotros.
— Como es posible… eso es cinco veces más de lo que antes era
normal.
— Conoces la historia del pueblo tanto como yo… hace casi
siglo ya lo habitaban unas dos mil personas, cuando funcionaba la fábrica
textil, la conservera. Las casas siempre han estado, no se han movido de sitio,
posteriormente se han construido otras, como la vuestra. La mayoría son casas
grandes, otras que estaban abandonadas se han reconstruido y existían un montón
de casas vacías que hemos rehabilitado.
— Santo cielo… y cuantos quedamos de los autóctonos.
— Solo 179… con vosotros.
No tardaron en
llegar a las primeras casas del pueblo, por el camino atravesaron los huertos y
los invernaderos. El agua circulaba canalizada por tubos o estrechas acequias.
La gente que estaba ocupada en sus quehaceres se paró para observarlos. Ningún
conocido entre ellos. Cruzaron saludos, alguno se acercó y entablaron cortas conversaciones. Había cierto asombro
en sus miradas, hacía mucho tiempo que nadie llegaba a Ramu. Siguieron
caminando en dirección al lugar donde debían primero registrarse. Bruno
curioso, quiso saber donde iban.
— Donde vamos, ¿al ayuntamiento?
— Justo allí, aunque ahora no es ayuntamiento sino centro
logístico.
— ¿Y el alcalde?
— Ya no existe esa figura… no hay alcalde ni concejales, todo
ha cambiado Bruno.
Llegaron al
edificio del antiguo ayuntamiento, un enorme caserón de tres plantas. Había
cierto bullicio nada parecido a la apatía de los funcionarios antaño
acostumbrada. Entraron en una oficina y allí se cruzaron con el primer
conocido. Anju, antiguo secretario que ahora ejercía funciones de logística. Se
abrazaron y tras una breve conversación, quedaron en que en el tiempo libre se
reunirían para hablar de todo lo acontecido. Anju se dirigió a un ordenador y
empezó a tomar nota, pero antes Sejo hizo una observación:
— ¿Funcionan los ordenadores?... hemos visto torres eléctricas
desmontadas…
— Para el carro Sejo…
aquí tenemos electricidad. Los programas de los ordenadores funcionan y siguen
siendo útiles.
— Pero…
— Mira esto es la monda… el pueblo ahora parece una fábrica de
inventos. Si me pongo a explicar no acabaría, mejor que os vayáis dando cuenta
por vosotros mismos… Viviréis en vuestra propia casa, allí hay espacio para
vosotros, supongo que estos dos ya os lo han contado.
— Si claro, estamos al corriente Anju.
— Vale… ¿Que lleváis en las mochilas?
— Cosas personales… ropa, medicinas.
— Vale, las medicinas se quedan aquí… mejor dicho las
entregareis en vuestro nuevo destino…
— ¿Destino?
— Si claro… Aquí no hay ociosos todos tenemos algo que hacer. Tú
y Tamara como es obvio en el consejo de salud. Me refiero a la casa de los
Lebi, ellos no están y es allí donde hemos instalado los laboratorios,
enfermería y el equipo médico.
— ¿Qué es ahora, un hospital?
— Los enfermos se tratan en casa… solo los casos muy graves
están allí. Vale… No conozco a la niña, es preciosa. ¿Que tiene tres, cuatro años?
Tenemos una guardería, y un colegio… En las antiguas escuelas, luego os pasáis por allí, ellos os dirán… Bruno, tu
estudiabas Historia ¿no?... y eras, supongo que sigues siento un excelente
montañero… perdonarme si me muestro un tanto acelerado, es que me embarga la
emoción. No pensaba, no pensaba ya veros por aquí.
Anju, apoyó
los codos sobre la mesa y colocó ambas manos sobre sus pocos cabellos. Luego se
frotó los ojos y continuó. Tamara, se dio cuenta de la situación y trató de
ayudarle...
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