...
— Bendito sea el
cielo… nos dijeron que erais vosotros. Lo habéis tenido que pasar muy mal, pero
ahora eso no importa, creerme ya no importa nada. Hemos aprendido a vivir día a
día…sin pensar en otra cosa que sobrevivir. El destino o lo que sea nos ha
reunido en vuestra casa, solo espero que nos llevemos bien.
— No hay razón
para lo contrario Laenuma…
— Eso está bien…
Nos iremos conociendo poco a poco. Mirad creo que lo primero es distribuirnos
por la casa. ¿Cómo lo hacemos?
— Vosotros ya
llevéis algún tiempo aquí. Tengo entendido que desde un principio os dijeron
que posiblemente tendrías que compartir la casa… ¿Qué habéis pensado?
Con esa
pregunta Tamara no quiso mostrarse autoritaria prefiriendo ceder la iniciativa
a Laenuma, que ya estaba preparada para la respuesta.
— Verás Tamara,
durante muchos años he sido asistenta social, eso me ha facilitado conocer
difíciles situaciones de relación. Vamos a convivir en un espacio ocho
personas, dos familias que antes no se conocían. En un entorno totalmente
cambiado para vosotros. Nada es igual a lo que conocías aquí, nada. Para
nosotros va a ser todo más fácil porque ya hemos asimilado la situación.
— ¿Que quieres
decir Laenuma?
— Que la
decisión es vuestra, nosotros nos adaptaremos y el tiempo y la relación nos
pondrá a todos en el lugar adecuado.
— La casa es
espaciosa… entiendo, entiendo que nada tiene que ver con el pasado. Que no os
puedo considerar como invitados, sino que estamos obligados a compartir un
espacio.
Sejo y Briel
así como los hijos, escuchaban a las dos mujeres sin intervenir. Era como si
todos comprendieran que era fundamental que ellas se entendieran porque iban a
ser el pilar que sostendría la organización del hogar. No obstante Sejo se decidió a dar una
opinión.
— Veréis,
entiendo que es cuestión de ubicarse de nuevo. Como la situación ha cambiado va
a ser necesaria una redistribución de los espacios. Desconozco como estáis
organizados ahora, pero la casa tiene dos niveles bien diferenciados una
familia podría vivir arriba y la otra abajo, compartiendo espacios comunes como
cocina y comedor.
Por unos
momentos pareció que las dudas se cernieran sobre el lugar, las dos mujeres se
observaron sin decidirse. Bruno miró a Carlos y luego a Carlota, entre los tres
jóvenes pareció iniciarse una complicidad, era como si estuvieran pensando al
unísono lo mismo… “Estos viejos, como se complican la vida” Carlos se decidió a intervenir.
— Todo es más
sencillo… tres habitaciones y un altillo espacioso. Yo puedo compartir mi habitación
con Bruno si a el le parece, las otras dos para los matrimonios y a Carlota la
enviamos al altillo.
Carlota
realizó un gesto de disimulado disgusto, porque estaba claro que sería ella la
que tendría que desplazarle y ceder su habitación.
— Ya te vale, me
echas de de la habitación… pero no pasa nada. A mi ya me esta bien, el altillo
es mío. Trasladaré mis cosas arriba… Ah, y yo creo que lo mejor es compartirlo
todo sin divisiones.
Por obra de
muchachos, el clima se distendió por completo. Carlota rompió la reunión y se
aprestó a tomar sus cosas y trasladarlas de lugar. Carlos tomó a Bruno por el
hombro y le acompañó a la habitación que compartirían. Briel realizó un gesto
con ambas manos en modo expresivo, como diciendo, “ya está todo decidido” Los dos adultos se trasladaron a la terraza
para hablar mientras las dos mujeres empezaron a dialogar sobre la organización
del hogar.
— Deberemos de
comprar comida, ahora somos ocho. ¿Cómo lo hacéis? Nosotros no tenemos nada de
dinero…
— No te
preocupes por eso Tamara, mientras tengamos recursos suficientes a nadie le va
a faltar nada.
— No te
entiendo…
— Ahora somos
una comunidad donde no existe el dinero ni nada que se le parezca… Contribuimos
y recibimos, eso es todo. Lo comprenderás si me acompañas al banco de
alimentos… Allí tomaremos lo que necesitemos, sin más.
— ¿Sin más?
— Justo… Solo se
toma nota de la entrega, aquí cada uno tiene su función en esta comunidad,
nadie está ocioso esa es nuestra contribución. Ahora se trata de sobrevivir
razonablemente, sin especular, No abusamos, no ambicionamos… hemos aprendido a
hacerlo.
— ¿Seguro que
nadie… abusa?
— Si alguien lo
hiciera se notaría inmediatamente, y si fuera reincidente se obraría en
consecuencia.
— ¿Qué quieres
decir?
— Aquí las
normas están basadas en el respeto mutuo y en la colaboración. Quien no actúa
así sobra en la comunidad…
— ¿Sobra?...
— Sí, sobra…
pero tranquila ya hace tiempo que eso no pasa. Anda vamos acompáñame a buscar
comida.
Tamara notó
como Laenuma desviaba un tema que sin duda le resultaba incómodo, prefirió no
insistir y centrarse en acompañarla. Mientras tanto, Bruno colocó sus pocas
pertenencias en la habitación tras recuperar algunas otras que quedaron antaño
en la casa, Carlos le acompañó en el cometido mientras aprovechaba para proponerle varias iniciativas.
— Creo que te
han destinado a la escuela, hoy no te preocupes, mañana pasa por ahí y ellos ya
te dirán. Me han dicho que eres un buen deportista…
— ¿Como sabes
todo eso?
— Aquí las
noticias vuelan, no existen filtros. Somos una comunidad consolidada por las
circunstancias. Todos sabemos que dependemos unos de los otros, estamos
sobreviviendo, lo tenemos claro.
— Ya…
— Escucha, ¿Qué
tal le das a la bici?... es un buen procedimiento para mantener la forma.
— ¿A la
bici?... pero si está la carretera
cortada.
— No hombre no,
si no te vas a mover del sitio.
— Verás Carlos,
es que no te pillo…
— Normal… Mira,
aquí no se desperdicia ni un ápice de energía. Hacemos ejercicio y de paso
generamos electricidad… Anda ven y lo verás por ti mismo, aún tenemos tiempo
antes de comer.
Carlos llamó a
su hermana por si quería acompañarlos, ésta se excusó porque estaba
acondicionando su nueva habitación. Los dos muchachos salieron a la calle con
gesto dinámico y decidido. Se dirigieron a una de las naves de la antigua
fábrica textil. Bruno se asombró al oír
ruido de motores. Pasaron a una sala y empezó a comprender. Dispuestas en
batería, una treintena de bicicletas estáticas; de éstas, veintiséis estaban
siendo accionadas, quedaban cuatro libres. Carlos le invitó a subirse en una de
ellas. Estaban ante una central energética a propulsión humana que alimentaba
un generador. Carlos explicó a su nuevo amigo que existían una docena de
centrales de ese tipo en el pueblo, que a turnos o de manera voluntaria siempre
estaban accionadas. Le contó que luego le enseñaría la mini central que tenían
instalada en el garaje de su propia casa, para reforzar la instalación
eléctrica...
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