Nota: Parte 1 (Junio) - Partes 2/10 - (Septiembre) - Partes 11/19 - (Octubre)
Partes 20/30 - (Noviembre) Parte 31/37 - (Diciembre) Parte 38/39 (Enero)
...
— Briel, Laenuma… De todos los puntos de ese
dichoso oficio, existe uno que nos preocupa en particular. Pretenden
identificarnos. ¿Qué hacemos, ocultamos la identidad o bien mostramos nuestros
datos reales?
Se produjo un
silencio expectante, nadie supo que responder en ese momento. Entonces
decidieron aparcar los temores y las decisiones hasta el último momento, no
tenía sentido amargarse por ello.
TIEMPO DE
REFLEXIÓN
Se tuvo que
obrar con la máxima celeridad. La asamblea encontró unanimidad en entregar las
armas y no quedaba más remedio que acceder a que un escuadrón del ejército supuestamente
les amparara. No vieron problema a que se inspeccionara el pueblo, no tenían
nada que ocultar. El debate surgió como no podía ser de otra forma, en lo que
respecta a las identificaciones. Se temía por la suerte de unas cuantas
personas que podían estar comprometidas por su pasado. Y sobre todo, decidieron
que se opondrían absolutamente a que un comité del gobierno tomara las riendas
del pueblo porque sí. No iban a ceder ni
a claudicar tan fácilmente. No obstante, como no conocían esas normas gubernamentales,
primero deberían escuchar o leerlas antes de tomar decisiones.
Pasados los
dos días de plazo, un simple vehículo militar se adentró en el pueblo en busca
de una respuesta que les fue entregada por escrito. Al poco tiempo, un
escuadrón de veinte hombres al mando del teniente Lorenzus llegaba al pueblo
para instalarse. Les fue habilitado un local en un extremo del pueblo y de inmediato se aposentaron en él. La primera
gestión del teniente Lorenzus, siguiendo las órdenes recibidas fue dirigirse a
la armería para requisar las armas. A partir de ese momento, las patrullas de
vigilancia perimetral correrían a cargo del ejército, si bien se requirió a un
guía del pueblo que les acompañaría en cada patrulla. Fuera de esas
operaciones, el escuadrón militar se mantendría al margen del movimiento propio
del lugar.
El teniente
Lorenzus y su escuadrón una vez cumplidas la primera parte de su misión, se
mostraron cohibidos ante el pueblo. Tenían ordenes explícitas de no inmiscuirse
en los asuntos de Ramu y de evitar confraternizar con la gente. Pero el reto se
les presentó un tanto difícil tras la larga inclusión en los refugios
subterráneos. Además no contaban con la reacción de los habitantes a los que
supuestamente tenían que proteger. Todo sucedió de manera instintiva, cierto
que el escuadrón disponía de víveres que periódicamente se les iba a
suministrar y podían considerarse autosuficientes, pero como abstenerse ante el
ofrecimiento de una fruta madura y olorosa recién cogida del árbol, como rehuir
una sonrisa o una palabra amable, como evitar hablar con aquel que solo desea
entender tus sentimientos, como evitar pasear por un bosque limpio y cuidado y
oír el trino de los pájaros o apreciar el revolotear de los insectos, como
evitar escuchar el murmullo del agua en la riera o sentir su frescor en los
pies desnudos, como evitar al realizar las rondas de teórica vigilancia, sentir
el aroma de las flores en las terrazas o el alivio de la sombra en las
estrechas calles. Sin apenas esfuerzo fueron suavizando su comportamiento
marcial y aceptando el diálogo de las gentes. Acabaron a los pocos días por
relajarse y empezaron a sonreír. El teniente Lorenzus no pudo evitar ese
comportamiento de sus hombres ni abstenerse de sentir lo que ellos apreciaban,
todos ellos necesitaban del calor que tanto tiempo les había faltado, y no solo el de la luz del ardiente sol. En tan solo una semana, la gran preocupación
del teniente Lorenzus consistía en que no fueran pillados infragantes en su
relajación y por tanto relevados de su misión. Todos los integrantes del
escuadrón, no tardaron en desear que el orden del pueblo que debían vigilar no
se alterara.
La actitud de
los soldados no pasó desapercibida entre las gentes de Ramu, siendo objeto de múltiples comentarios. Bruno y
Louise no pudieron abstraerse de los mismos.
— Te has dado cuenta Bruno la cara que ponen
los soldados.
— Como todo el
mundo Louise, están pillados. No tiene comparación vivir en un mundo
subterráneo o hacerlo aquí, en esta especie de paraíso.
— ¿Porqué dices paraíso Bruno?... nos lo hemos
currado.
— Cierto, no
es ninguna casualidad y hemos tenido que trabajar duro, sobre todo vosotros los
que ya llevabais tiempo aquí organizando todo esto, Pero entiendo que esto es…
un paraíso.
— Lo dices con
una cierta vacilación en tu tono de voz… te conozco muy bien. Se que detrás de
tu concepto escondes alguna decepción.
— No andas
equivocada… Lo malo de los paraísos es que son frágiles y propicios a ser
adulterados. Basta que una especie invasora se introduzca para que se altere el
orden y peligre en consecuencia el paraíso.
— ¿Es un
concepto biológico?
— Yo diría que
es una realidad aplastante Louise… Los mismos que se han aplicado en alterar la
naturaleza de este planeta, son los que nos van a querer imponer su orden.
— No vale la
pena romperse más el coco Bruno… ellos ya están aquí. Ahora solo nos queda
resistir.
— Sí, para qué rompérselo… Antes de que las
epidemias liquidaran a la mayoría de la población humana, ya conocíamos que el
polo Norte se había quedado prácticamente sin hielo, que los océanos se habían
elevado desapareciendo en consecuencia muchísimas islas, que la corteza
terrestre se había resquebrajado en múltiples sitios, que a los gobiernos de
este Mundo se les había ido la olla… primero las guerras por el oro negro,
luego las guerras financieras, los países ricos comiendo y depauperando a los
pobres. Continentes enteros desahuciados…
— No sigas Bruno…
— Sí para que
seguir, pero no por eso podemos olvidar lo peor...
— Vale… la biosfera tremendamente alterada… el
sol dándonos caña… Nadie va a arreglarlo ya.
— Louise… Aun
podía suceder, en cierta medida nosotros lo hemos conseguido. Con los cañones
de niebla se ha podido compensar la enorme radiación. La naturaleza es sabia…
si nos dejaran trabajar codo con codo con ella, ¿Quién sabe?
— Mejor no
soñar, ¿no te parece?
— Me parece… pero viendo la cara de alelados de
los soldados, quien te dice a ti que a
esos tipejos de las comisiones gubernamentales se les ilumine el
cerebro.
Llegaron en un
vehículo del ejército. Salieron del mismo como si pisaran un paraje selvático.
Iban vestidos con ropa de campaña color marrón claro y sombrero de conjunto. En
uno de sus bolsillos llevaban gravadas unas siglas y un anagrama que no
supieron identificar. Todo el mundo contempló sus rostros. Al principio, los
técnicos parecían observar solo al suelo como si el entorno no fuera con ellos.
Parecían ir decididos a cumplir su misión y punto, pero no tardaron en sentirse
impactados por el ambiente que les rodeaba. En la mirada de la gente no
encontraron agresividad, pero sí una especie de proyección mental que les
inhibía, era como si recibieran una pregunta: ¿y ahora que nos vais a decir, si
todo esta bien?
Despistados
miraban a uno y otro lado completamente desubicados, buscaban a sus
interlocutores. De pronto vieron a los miembros del ejército asentados en el
pueblo que se acercaban y raudos se refugiaron en sus brazos como buscando el
amparo de lo conocido. Fue el mismo teniente Lorenzus el que se encargó de
presentarles a los que serían sus interlocutores en el pueblo. Manifestaron que tardarían los días que
fueran necesarios para emitir una valoración y que su misión sería el paso
previo a la comisión de orden político que se encargaría de dictar las normas a
seguir...
R.P.I. 02/2013/1807 B-387-13
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