sábado, 28 de febrero de 2015

Novela: "Meditaciones al alba" (Parte 53)

Nota: Parte 1 (Junio) - Partes 2/10  (Septiembre) - Partes 11/19  (Octubre)
 Partes 20/30  (Noviembre) - Partes 31/37 (Diciembre) - Partes 38/46 (Enero) - Partes 47/52 (Febrero)-

...   No tardó el oficial en recibir órdenes estrictas, al instante mandó desplegar a sus hombres en una doble hilera y enfrente de la gente del pueblo. Serían en total unos cincuenta, por delante y en actitud desafiante, la primera hilera sacaron a relucir las porras; detrás la segunda hilera mostraban sus fusiles, no sabiéndose si era para proteger a los que tendrían que actuar, o para disparar. El oficial al mando, entró un instante en el vehículo, tomó la radio seguramente para dar a entender a sus superiores que estaban preparados, escuchó y acto seguido cambió su gorra por un casco y tras realizar un gesto como para asegurarse de que llevaba la pistola en el cinto, se puso al frente de la doble hilera de soldados, para dirigirse a la gente.

— ¿Quién manda aquí, donde está el alcalde?… ¡que salga el responsable de este desmán!

    Sin que nadie se levantara y manteniendo la serenidad, una voz surgió de entre la multitud interrumpiendo el sobrecogedor silencio.

— Sr. Oficial, está usted muy mal informado, aquí solo manda el pueblo… además, sus palabras no son fieles a la realidad, estamos en orden, no existe el desmán.

    El oficial estiró el cuello para buscar al responsable de esa voz, y no la encontró.

—  Quien ha hablado, ¿Dónde está?... ¡que salga aquí ahora mismo!

    Nadie se movió, nadie salió al encuentro del oficial. Todos se mantuvieron en silencio, en bloque, firmes en su puesto, sentados, como si quisieran expresar que efectivamente aquella voz era la voz del pueblo, confirmando que existía una sola voluntad en el sentir de dos mil personas… El oficial dudó, los soldados se movían nerviosos, más por el clima que estaban respirando, que por la predisposición a una orden para la cual estaban perfectamente preparados.  Volvió a entrar en el vehículo de mando, tomó otra vez la radio, habló unos instantes y escuchó otro instante, luego en actitud airada lanzó el micro al asiento y totalmente enrabietado se puso al frente de sus hombres.

—  ¡Está bien… estoy harto de esta actitud estúpida. Les doy cinco minutos, cinco minutos... si no quieren entrar en los autocares por las buenas, será por las malas… si prefieren entrar como borregos en vez de cómo personas… allá ustedes!

    Nadie se inmutó, la gente continuó sentada. Era como si un poderoso imán mantuviera al pueblo, firme y compacto en una actitud única. Ni siquiera los niños también allí presentes hablaban ni revoloteaban. El clima era realmente estremecedor. El teniente Lorenzus y sus hombres se limitaban a mantener su posición en un extremo, justo entre los recién llegados y las primeras filas de hombres y mujeres. Su actitud era totalmente pasiva pero expectante y los soldados que le acompañaban parecían embriagados por las sensaciones que estaban recibiendo. Miraban al pueblo de soslayo y luego a sus camaradas recién llegados y luego al teniente Lorenzus, como jugando a una lotería en la que no sabían que número les iba a tocar.

    El oficial al mando, estaba plantado, con las piernas separadas y mirando al reloj continuamente. También miraba desafiante a las primeras filas, esperando que la aguja  marcara el límite establecido para actuar. Tan solo un minuto era lo que quedaba, cuando se produjo una acción totalmente inesperada para la mayoría de los allí presentes. De repente se produjo un movimiento en el extremo donde estaba el teniente Lorenzus, éste mandó a sus hombres que se posicionaran en medio, dando la espalda al pueblo y justo en frente de las dos hileras de soldados. Mandó ponerse en guardia y se adelantó para colocarse a tan solo un par de metros del oficial. Éste no tardó en reaccionar.

—  ¡Pero que cojones está haciendo teniente!…

— ¡Mi trabajo señor!...!

— ¡Soy su superior y tengo órdenes de actuar… quítese de en medio!

— ¡No pienso hacerlo señor…yo también tengo mis órdenes!

— ¡Pero que demonios está pasando aquí…!

    Totalmente fuera de sí, el oficial al mando volvió sus pasos y desmontando la formación atravesó las dos hileras de soldados para dirigirse a su vehículo. Estuvo unos instantes hablando y volvió a su posición.

—  Está bien teniente… supongo que tiene su radio cerca, es el reglamento.

—  La tengo señor.

    Uno de los soldados de Lorenzus, el que llevaba la radio, atendiendo al gesto del oficial superior, se posicionó junto a su teniente… No tardó en emitirse una señal en la radio, el soldado miró a su inmediato superior y a la vez al oficial al mando, mostrando su nerviosismo y toda la tensión del momento. Lorenzus le hizo un gesto con la mano para que esperara. El oficial totalmente irritado ordenó.

—  ¡Atienda la radio soldado, ¿a que espera?!

    El soldado miró al teniente y con la mano temblorosa se dispuso a descolgar el micrófono… la tensión subía, el teniente Lorenzus mantenía la calma, al igual que el pueblo que asistía a la escena expectante. Entonces en un gesto firme y decidido, el teniente Lorenzus tomó el micro lo dejó caer al suelo y lo destrozó de un pisotón.

— ¡Pero que hace teniente, ¿se ha vuelto loco?


—  No se si estoy loco o no, pero cumplo ordenes señor… se me ordenó proteger a este pueblo y eso estoy haciendo. No voy a permitir que haya heridos, ninguno. O se hacen las cosas de otra manera o pongo en juego mi vida y la de mis hombres en el empeño de las órdenes recibidas...

R.P.I. 02/2013/1807 B-387-13

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