martes, 24 de febrero de 2015

Novela: "Pueblo de Ramu" (Parte 52)

Nota: Parte 1 (Junio) - Partes 2/10  (Septiembre) - Partes 11/19  (Octubre)
 Partes 20/30  (Noviembre) - Partes 31/37 (Diciembre) - Partes 38/46 (Enero) - Partes 47/51 (Febrero)-

...    Mientras iba tras esa idea, alguien en la calle le avisó de que en una hora había asamblea, el tema por lo visto era importante. Aparcó el motivo de ir a ver a Vanessa y se dirigió a su casa junto a Louise para esperar el momento.

    Se había recibido un oficio del supuesto gobierno nacional. En él se indicaba que ante la falta de respuesta por parte de los responsables, se tomaba la decisión de elaborar una lista de personas que deberían abandonar el pueblo. El motivo era trabajar en la recuperación de la nación sin determinar un destino concreto. Se observaba que habían seguido la pauta de incluir en el listado a todos los hombres y mujeres comprendidos entre 20 y  50 años, dejando al parecer de los implicados la posibilidad de que los hijos menores de esa edad quedaran en el pueblo al cuidado de familiares o acompañaran a sus padres en la expedición hacia un lugar desconocido. Eso significaba desmantelar el pueblo y dejarlo en manos de las personas de mayor edad. Habían calculado que cerca de 1.200 personas tendrían que marchar. Pero algo no acababa de cuadrar en ese planteamiento porque en el listado también se incluían a personas que sobrepasaban de largo los 50 años, entre ellas el padre de Bruno y otras cuyo pasado era ciertamente comprometido. No dejaban la opción de discutirlo sino que simplemente se conminaba a la población de que en una fecha determinada estuvieran preparados para la marcha, no siendo preciso que llevaran bagaje alguno porque el gobierno se encargaría de proporcionarles todo lo necesario. Tan solo se les permitiría llevar el contenido de una pequeña maleta por persona.

    Quedaba solo una semana para la fecha, la reacción de la gente fue fulminante, ni hablar de seguir esas instrucciones, se negaron en redondo a que ninguna persona saliera del pueblo en contra de su voluntad, y así lo hicieron saber.    

    En el pueblo se extendía como un contagio una extraña fuerza, las miradas de los lugareños al cruzarse eran de firmeza, confianza y serenidad. Apenas hablaban de la fecha en la que supuestamente iban a ser desalojados, todos lo tenían claro y se apoyaban unos a otros, no iban a claudicar. Se sentían dentro de un enorme bloque de voluntades que no iba a ser fácil de derrumbar. Bruno, Louise y la familia de Carlos, por si hubiera algún tipo de duda, se preocuparon de arropar a Sejo y Tamara en todo momento.

    El Teniente Lorenzus fue el primero en conocer las órdenes y previendo algún tipo de alboroto mandó reforzar la vigilancia pero claudicó al tercer día, no tenía sentido mantenerse en guardia cuando todo el mundo estaba en calma. No podía evitar sentirse algo desconcertado, por su experiencia el teniente Lorenzus entendía que todo tipo de rebelión implicaba un cierto grado de violencia; sin embargo, ni un mal gesto ante ellos, ni un descaro, ni expresión de rabia contenida, más bien al contrario el pueblo seguía desbordando amabilidad y atención. Si bien los soldados habían sido relevados un par de veces, el teniente Lorenzus había continuado en su puesto. La razón era que siendo el enlace directo con sus mandos, era necesario que acumulara experiencia del lugar para saber maniobrar adecuadamente en consecuencia a las órdenes recibidas, esa misma experiencia le dictaba que él también tenía que mantener la calma. Aunque no le cuadrara del todo su reacción podía entender la actitud del pueblo, lo que quizás no entendieran los mandos, era todo lo que el teniente Lorenzus estaba experimentando en Ramu.

    Llegó el día señalado para la evacuación que se haría en dos fases. Los mismos soldados residentes en Ramu avisaron de que llegaba la importante comitiva para realizar la primera de ellas. Al frente vehículos militares y luego una larga fila de quince autocares tanto civiles como del ejército. El teniente Lorenzus dudaba, se encontraba como en el ojo de un huracán, sin saber si tras la serenidad podía arreciar la tormenta. Mandó a todos sus soldados que se dispusieran a estar en guardia, pero manteniendo la calma y sobre todo que estuvieran atentos a sus órdenes. Los desplegó a la entrada del pueblo y desde su puesto esperó acontecimientos para reaccionar.

    Los vehículos se detuvieron justo a la entrada, de uno de ellos saltó un oficial que asombrado no vio a nadie, solo a los soldados de guardia en el pueblo. Hizo un gesto dirigido al teniente Lorenzus, como diciendo: — ¿Qué pasa?, el teniente Lorenzus simplemente se encogió de hombros. El silencio era absoluto, ni tan siquiera los animales mostraban su presencia. No tardaron los soldados en captar un clima denso, como si fuera una extraña y sorda vibración que poco a poco se iba intensificando hasta ponerles la piel de gallina. No sentían miedo sino algo todavía más poderoso y que no entendían.

    Un suave rumor fue llegando desde las primeras calles El oficial al mando, ordenó a sus hombres que se pusieran en guardia. El teniente Lorenzus algo más calmado ordenó también lo mismo. Justo a la entrada del pueblo había una explanada y una amplia curva en la carretera. Los vehículos se habían detenido a unos treinta metros de ahí. Despacio, muy despacio, sin hablar, sin apenas hacer ruido con sus pies, centenares de personas llegaron a la altura de los militares. No tardó en entender el Teniente Lorenzus lo que estaba pasando, todo el pueblo sin obviar niños y ancianos, se estaba presentando sin la maleta, con las manos desnudas y con la firme voluntad de que nadie iba a salir de ahí. Con una extrema calma se sentaron ocupando todos los espacios disponibles frente a los vehículos y esperaron. 


    El oficial al mando totalmente desconcertado se dirigió al Teniente Lorenzus, estuvieron hablando unos segundos. Por los gestos podía traducirse abiertamente que el oficial no sabía que hacer y el teniente simplemente se encogía de hombros como si aquello no fuera con él. Raudo, el oficial se dirigió a su vehículo y efectuó una llamada a sus superiores. Mientras tanto, la calma y el absoluto silencio eran reyes del lugar, traduciéndose en un espeso clima que estremecía a todos los allí presentes...

R.P.I. 02/2013/1807 B-387-13

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