lunes, 29 de diciembre de 2014

Novela: "Pueblo de Ramu" (Parte 37)

Nota: Parte 1 (Junio) - Partes 2/10 - (Septiembre) - Partes 11/19 - (Octubre)
 Partes 20/30 - (Noviembre) Parte 31/36 - (Diciembre) 


... Siguiendo un plan previsto, la gente de Ramu optó por salir en gran número  a la carretera con la intención de recibirles. En silencio, con el semblante serio y mostrando poca alegría y algún recelo, se acercaron a los dos vehículos. El oficial que parecía estar al mando de la avanzadilla, saltó del vehículo con aire triunfalista y salvador, vomitando por su boca toda una serie de palabras dictadas:

—  Nos complace verlos sanos y salvos, venimos a salvarlos. Ya estamos aquí, jamás les habíamos olvidado… ¿Quién está al mando aquí, el alcalde, donde está?

Uno de los presentes se dirigió al oficial y le respondió.

—  Aquí no tenemos alcalde señor.

—  ¿Que no tienen alcalde, quien es la autoridad?

—  El pueblo señor.

—  Déjese de "coñas", e indíqueme a la autoridad.

Otra voz se alzó entre los presentes para responder al militar.

—  Señor, llevamos ya mucho tiempo sobreviviendo en condiciones extremas, como usted bien comprenderá. Se ha adoptado un régimen de asambleas para conseguir un orden y mantener el equilibrio necesario… esa es nuestra autoridad.

—  ¿Asambleas?… está bien, elijan a quienes les representen… antes de entrar en el pueblo tenemos orden de hablar con la autoridad… Volvemos en una hora.

    El vehículo ligero y la tanqueta, retrocedieron hasta llegar al grueso del ejército. En ese intervalo de tiempo y tal como ya tenían previsto, unos representantes del pueblo  se prepararon para esperar a la autoridad militar y conocer a través de ella el alcance de sus intenciones.

    Transcurrida la hora un efectivo militar algo más numeroso se acercó. En retaguardia un vehículo ligero con un banderín, indicando que allí debía estar el oficial al mando de la operativa. Se detuvieron nada más llegar al pueblo. El vehículo con el banderín, tras unos segundos de observación se adelantó para colocarse en primera posición. De allí bajó un militar algo orondo y con aspecto de no haber estado nunca en primera línea. Su voz sonó autoritaria, aunque sus palabras intentaban ser amables.

—  Vamos a ver, ¿Quién está al mando aquí?... me han hablado de no se que asamblea… Todos tranquilos eh, venimos a ayudarles.

    Se produjo unos instantes de silencio, hasta que surgió una voz de entre la gente.

—  Le han informado bien, tres de nosotros representaremos al pueblo.

—  Esta bien, está bien… vayamos a la alcaldía para hablar.

—  Permítame que le corrijamos Sr. Oficial… ya no existe la alcaldía, pero sí el edificio donde antaño estaba la alcaldía.

—  Esta bien, está bien… vayamos allí.

    Los tres representantes subieron a uno de los vehículos militares para dirigirse al edificio de logística, secundados por otros dos vehículos a modo de escolta. La tanqueta y otros vehículos con numerosos militares quedaron a la entrada del pueblo. Se observaba una cierta tensión entre ellos porque llevaban en guardia su armamento y no paraban de observar inquietos a todos lados. Desde la tanqueta, un soldado empuñaba una enorme ametralladora apuntando amenazadora hacia el núcleo de personas que allí estaban.

    La pequeña comitiva avanzó por las calles del pueblo cruzándose a su paso con más de una impávida mirada.  El oficial, un teniente coronel, no perdía el tiempo y giraba su vista a un lado y a otro, denotando en su rostro un cierto asombro por lo que estaba viento. 

—  Es obvio que ustedes no son unos salvajes como en Sareman… todo está en orden, bien cuidado…Umm muy bien cuidado… Excelente, ¿como lo han logrado?

— Con la voluntad de todos, Sr. Oficial.

— Teniente Coronel… teniente Coronel. Usted, ¿su nombre?

— Representante del pueblo…

— ¡He dicho su nombre!…

—Si hablo con un oficial al mando de un cuerpo de ejército, usted se dirige a un representante del pueblo.

—  ¿Qué intenta decir?… Explíquese.

—  Como usted comprenderá, aquí las cosas han cambiado. Durante cuatro o cinco años nadie se ha ocupado de nosotros. Ninguna autoridad vigiló por nuestro bienestar, al contrario, todos desaparecieron, ustedes el ejército también.  Ahora no nos dirigimos a una autoridad, sino a una persona y las personas tienen nombre.

—  Ah… bien., entiendo. Teniente Coronel Gregori.

—  Muy largo… mientras estemos aquí, Gregori. Mi nombre es Marcus.

—  Está bien… puedo concederles esa licencia, de momento y siempre en privado.

    Una vez llegaron al centro de logística, bajaron de los vehículos los representantes de Ramu, Gregori, un teniente y tres escoltas, los demás militares quedaron en los vehículos armas en ristre. Justo cuando las ocho personas penetraron en el interior del edificio, una muchacha se acercó sonriendo a uno de los soldados que en actitud de guardia esperaba fuera. Éste quedó prácticamente paralizado por la mirada y la actitud de la muchacha y bajó la guardia del fusil. Justo en ese momento, con armonía y gesto suave, la muchacha depositó una flor de geranio en el cañón de su arma. Uno de los oficiales, al ver el detalle se acercó al punto del incidente. Entonces alguien del pueblo habló.

—  Oficial, dígale a sus hombres que se relajen… somos gente de paz y además del mismo bando… que yo sepa ustedes son o por lo menos fueron nuestro ejército.

—  Lo siento… son las órdenes.

—  Mire a su alrededor… ¿Qué ve?

    El oficial primero mostró un semblante duro, pero no pudo evitar mirar el entorno tal como su interlocutor le había sugerido. Pero no respondió. Entonces la persona que estaba a su lado insistió.

—  No somos delincuentes ni entendemos que seamos un pueblo ocupado. Somos integrantes de su misma nación… ¿Que ve, Sr. Oficial?

— El oficial alzó la mirada, observó los campos cultivados en lo alto de las terrazas del monte, la calle limpia y bien cuidada con flores en los balcones. Los detalles de las parábolas solares en los tejados. Observó a las gentes vestidas con sencillez, sus rostros relajados pero expectantes, y entonces pronunció.

—  Todo parece que está en paz… no veo motivos para estar en guardia.
 ¡Soldados, descansen, pero permanezcan en sus puestos!


    Los soldados relajaron su actitud, bajaron las armas y destensaron sus miembros. Solo entonces pudieron liberar su mirada y darse cuenta en donde estaban. El oficial al mando tras dar las órdenes, giró sus pasos para ponerse a la altura de su interlocutor...

R.P.I. 02/2013/1807 B-387-13

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