... Se estaban acercando a la zona peligrosa a juzgar por los
destellos que se apreciaban sobre una línea de casas. Pudieron oír ciertos
sonidos, algunos que provenían de gargantas humanas pero sin poder definir el
contenido de las palabras. Ahora debían ser sumamente sigilosos. No tardaron en entender que poco a poco se
iban metiendo en la boca del lobo. Cualquier despiste, cualquier descuido
podrían cerrarles la puerta de salida. Llegó el momento en que ya no se
atrevieron a dar un paso más, si lo hacían corrían el riesgo de ser vistos.
Pegados a la pared a pocos metros de una esquina, escucharon como las voces de
la gente aposentada no muy lejos llegaban ya nítidas. Agudizaron el oído para
intentar averiguar lo que decían. Eran palabras descompuestas, llena de
expresiones bravuconas, hablaban de hazañas violentas, de cacerías humanas.
Drope y Bruno se sentían muy vulnerables, decidieron retroceder hacia un lugar
más seguro y determinar. Entraron en un portal, se aseguraron de que allí no
hubiera movimiento alguno. Comprobaron que la casa estaba vacía, sin signos de
hallarse habitada. Entendieron que si no arriesgaban no podrían llegar a
observar la gente que se encontraba al abrigo de la luz de las hogueras. Desde
una de las ventanas, buscaron un lugar desde el cual pudieran ver sin ser
vistos. Subieron al terrado y comprobaron que podían saltar de casa en casa sin
demasiados riesgos, así podrían acercarse al objetivo. Por fin lograron llegar
al punto idóneo, tras unas chimeneas de obra y en un perfecto ángulo oscuro
desde el que se podía ver nítidamente una plaza cubierta por tres hogueras que partían del interior de unos bidones
metálicos. En la penumbra se vislumbraban quince, quizás veinte personas. Todas
ellas eran del género masculino, unos sentados, otros de pie, todos armados
hasta los dientes. Escuchando atentamente pudieron comprobar que eran una
partida de resistentes. Por lo visto no eran los únicos en Sareman, otros
grupos organizados también debían de encontrarse en otros puntos de la ciudad.
Debían ser habituales las disputas entre ellos porque no paraban de jactarse
del desenlace de ciertos encuentros violentos.
Dejaron transcurrir el tiempo a la espera de tomar la
decisión de retirarse. Estaban a punto de hacerlo, cuando vieron con sorpresa
como otro grupo numeroso de hombres armados se acercaba a la plaza. En un
principio los dos grupos se plantaron uno enfrente de otro, todos de pie como
si se estuvieran retando. Se notaba a la legua que eran enemigos, sin embargo
parecían obrar un pacto a juzgar por su manera de actuar. Observaron como
maniobraban con prudencia y bastante desconfianza, parte de ellos se alejaron
hacia sectores opuestos de la plaza formando una especie de guardia,
vigilándose mutuamente. Un grupo más reducido de los recién llegados se
acercaron a la zona de las hogueras, donde les esperaba una pequeña representación
de los que ya estaban en la plaza. Estaban dialogando, gesticulando de un modo
agresivo pero contenidos. Por las pocas palabras nítidas que llegaban a los
oídos de Bruno y Drope, podían deducir que se estaban reprochando algo sobre
anteriores contiendas. Por fin se sentaron todos en el suelo con aires más
calmados y por los gestos sin duda estaban acordando algo. Hablaban mucho más
bajo y no se les podía entender nada. El resto de los hombres de ambos grupos
permanecían de pie y expectantes sin mover un solo músculo de su cuerpo. Tras
casi una hora de tensión contenida, los hombres de las hogueras se levantaron
al unísono y dirigiéndose a sus respectivos grupos, levantaron al aire sus
armas al tiempo que pronunciaban en un grito aguerrido: ¡Hacia Ramu!... La
contestación no se hizo esperar, los gritos de respuesta se mezclaron
desordenados en el aire de la plaza… ¡Hacia Ramu!
Instintivamente tanto Drope como Bruno se encogieron en la
base de la chimenea, evitando que sus miradas siguieran observando ese conjunto
de amenazas. Amedrentados no tanto por ellos sino por lo que pudiera suceder en
Ramu, se estaban preguntando que hacer sin que palabra alguna saliera de sus
gargantas. Bruno girando la cabeza hacia
su compañero, muy bajito pronunció:
— Dios… estamos en un buen lío.
Drope, intentando mantener la calma, colocó las dos palmas
de sus manos hacia abajo en una pequeña oscilación mientras le respondía.
— Tranquilo Bruno, lo primero es salir de esta ratonera.
— Y si llegan a Ramu antes que nosotros…
— No, eso no es posible. Acaban de pactar un acuerdo… se
tendrán que organizar antes de salir.
— Vale… ¿y que hacemos?
— Son las dos de la madrugada… esos tipos tendrán que
retirarse a dormir. Vamos a esperar hasta que escampen y nos vamos.
— Me temo que la salida va a ser más peligrosa que la entrada…
Vete a saber donde se van a dormir toda esa gente..
— Dormirán…
Primero se retiró el grupo que llegó último a la plaza,
afortunadamente lo hicieron en dirección opuesta por donde debían salir de para
encontrarse con Juanma. Los demás poco a poco fueron dejando la plaza vacía, la
mayoría en una dirección y unos pocos desviándose por las calles adyacentes.
Desgraciadamente iban hacia el sector de salida de esa ratonera donde estaban
metidos.
Mientras esperaban que transcurriera el tiempo prudencial
para escapar, se les ocurrió elucubrar sobre algo que les llamó la atención.
— Te has fijado Bruno… No he visto una sola mujer entre esa
gente.
— Sí, y eso es preocupante porque si aquí no existen mujeres
ni niños es que no hay esperanza.
— No, no la puede haber…solo sobreviven.
— ¿Cómo nosotros?
— Sí… pero con alguna que otra diferencia, ¿no crees?
No podían esperar, si lo hacía se arriesgaban a que las
primeras luces del alba lo complicara todo aún más. Con sumo cuidado porque
hasta el chispear de las hogueras se oía en el silencio de la noche, se
desplazaron por los tejados para encontrar el edificio de salida. Una vez en la
calle se cercioraron de que el terreno estaba despejado y empezaron a andar en
dirección a la ladera. Cuando llegaban al cruce de una calle, primero Drope
cruzaba raudo como si fuera un fantasma,
luego hacía una señal a su compañero y éste le seguía con la misma agilidad y
cuidado. Todo iba bien de momento, la gente de Sareman parecían dormir, quizás
más tranquilos que nunca porque se había instaurado una especie de paz entre
ellos. Afortunadamente no parecía existir un alma entre el entramado de calles.
Se estaban acercando poco a poco al objetivo, quizás fuera uno de los últimos
cruces antes de llegar a las afueras de la ciudad. Drope cruzó primero como
siempre y cuando Bruno se disponía a hacer lo mismo, una sombra salió de un
portal dándose de bruces con él. Iba desarmado con una camisa que debía ser en
su momento blanca, y tirantes sujetando los pantalones. Se echaba mano a la
bragueta con un claro indicio de disponerse a orinar. Parecía bebido o algo
parecido a juzgar por sus movimientos oscilantes. Bruno no reaccionó, se quedó
parado viendo la figura aparecer ante él, por fortuna la oscuridad no permitió
que ese hombre percibiera el pánico en sus ojos. Ante su sorpresa, el individuo
empezó a mear balbuceando y soltando unas risotadas.
— Que tío… ¿vas a la guerra?
Que no te has enterado que hay tregua.
Bruno instintivamente contestó de una manera firme y
decidida.
— Tengo órdenes de vigilar… que te vaya bien la meada.
— Pringao… eres un pringao…
Luego de la misma forma que salió, entró otra vez en el
portal. Bruno, como si nada hubiera pasado, con el fusil a la espalda cruzó
tranquilo la calle. Al llegar al otro extremo, casi se desmaya mientras
intentaba recuperarse del susto apoyado en la pared. Drope con las pulsaciones a tope se acercó a
él.
— Muchacho, por un momento creí haberte perdido.
— Estamos teniendo suerte… mucha suerte. Ese tipo estaba
drogado o borracho, no se ha enterado de nada.
— Yo más bien creo que estaba relajado… si llega a mostrarse
tenso o vigilante, no me atrevo a pensar lo que pudiera haber ocurrido.
No perdieron más el tiempo, ya recuperados del incidente y
amparados en la oscuridad por fin llegaron a las estribaciones de la ladera.
Sin perder un ápice de atención y con el mismo sigilo fueron ascendiendo hasta
llegar por fin a la peña donde les esperaba ya impaciente Juanma.
Tras dar unas breves
explicaciones a su compañero, sin más dilación emprendieron el camino de vuelta
a través de las montañas. Prefirieron hacerlo así para no dejar pistas tanto en
el valle como en el bosque. Apenas descansaron, tras un día entero de forzada
marcha llegaron agotados a las estribaciones de Ramu donde fueron interceptados
por una patrulla armada de refuerzo que enseguida los identificaron. Era una
clara señal de que en el pueblo ya se habían tomado la serie de medidas
precautorias, establecidas en la asamblea general de crisis que se realizó
antes de que ellos partieran hacía Sareman...
R.P.I. 02/2013/1807 B-387-13
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