...
— No me hagas
caso, debe ser eso que dicen… cosas de mujeres. Que conste que Louise me cae
muy bien y tú por supuesto. Luego que puede desear una amiga sino lo mejor para
ambos.
— Gracias por tu
intención… reconozco que me he puesto algo tonto.
— Los dos hemos
patinado un poco… Dejemos el tema y hablemos de esos ingenieros...
Llegaron a la
guardería y dejaron a Maia en ella. Una mujer esbelta de pelo corto y rubio, se
encargó de la niña. Luego siguieron su camino hablando del tema que les
ocupaba.
— Mira por donde
Bruno, ¿no te dice nada esa mujer que ha recogido a Maia?
— Pues…
— Ahí tienes a
una ingeniera de… guardería.
— ¿Qué quieres
decir?
— Que esa mujer
tiene todo el perfil.
— No te
entiendo…
— Mira Bruno,
aunque me haga la tonta, aunque aquí en el pueblo parezca que nos
despreocupemos del tema… todo el mundo
intuye algo.
— Carlota, como
no hables claro, no me entero.
— Mi hermano y
tú les llamáis ingenieros, otros les llaman de otras maneras, pero todos
reconocemos que son diferentes.
— Vale… ahora te
pillo.
— En la comisión
de ética también se encuentran, por supuesto. Ahora estamos trabajando
seriamente en el tema de las proteínas. Sutilmente esos dos “ingenieros” que
nos acompañan, hacen hincapié en que se puede sustituir la proteína animal, con
lo cual evitaríamos ese tipo de sacrificio. En el departamento de biología, ya
llevan tiempo trabajando con los aminoácidos y un tipo de compuesto a base de
frutos secos, legumbres, cereales y soja, además de otros componentes.
— Es cierto… mi
padre ya habló de eso. ¿No se si lo recuerdas?
— Yo sí, el que
parecía que no lo recordabas eres tú.
— Tienes razón…
uno no puede estar en todo.
— Pues ellos si
parecen estar en todo.
— Pero… ¿Quiénes
son ellos Carlota?
— Pues la
verdad, es que no sé si alguien lo ha preguntado. Aquí hemos aprendido a ser
discretos y no indagar sobre el pasado. Lo importante es el ahora.
— Eso es muy
relativo Carlota, yo puedo preguntar sobre su pasado.
— ¿Acaso lo has
hecho?
— Pues la verdad
es que no…
— No lo hacemos
por muchas razones, algunas de ellas dolorosas.
— Sí tienes
razón… hemos aprendido a comportarnos con suma discreción.
— Por eso mismo
Bruno… nadie se atreve a preguntar a tus “ingenieros”.
— Pues creo que
ya ha llegado el día de hacerlo.
— La verdad, es
que a mí eso no me preocupa…
Siguieron
hablando amigablemente, hasta que Bruno dejó a Carlota en su lugar de trabajo,
el antiguo ayuntamiento donde se encontraba ubicado el departamento de ética.
Luego, se dirigió a la armería, tenía que formar parte de una patrulla de
relevo en la línea del bosque sucio, justo donde se produjo la batalla. Al
atardecer, sin ninguna novedad de mención, dejaron el relevo a otra patrulla y
se dirigieron al pueblo a dejar las armas y dar el parte.
Ya marchaba
para el hogar, cuando se encontró con su madre que un tanto apresurada se
dirigía a la guardería a recoger a la pequeña Maia.
— Dónde vas tan
deprisa mamá.
— Mira, me alegro de encontrarte… ¿tienes algo
que hacer hijo?
— No, justo
acabo de llegar de una patrulla.
— Pues me haces
un favor si vas a recoger a tu hermana, tengo algo urgente que hacer.
— No te
preocupes lo haré.
Cuando Bruno
llegó a la guardería solo quedaba su hermana allí, los demás niños ya habían
sido recogidos. La encontró sentada en el aula, sonriendo y jugando con la
misma mujer rubia que había visto por la mañana. Recordó la conversación con
Carlota, sobre los ingenieros y la insinuación de que esa mujer rubia y esbelta
daba todo el perfil. Era una oportunidad excelente para hablar con ella.
— Siento la
tardanza… ha surgido un imprevisto.
— No te
preocupes solo han sido unos minutos.
— Me llamo
Bruno, soy el hermano de Maia…
— Lo sé…
Maia alegre y
saltarina, se apresuró a recoger su pequeña mochila y se mostró dispuesta a
acompañar a su hermano. Mientras, Bruno dirigió su mirada a los ojos claros,
francos y penetrantes de la mujer y se sintió un tanto intimidado. Mirándola al
rostro todo indicaba que era un tipo de persona que no escondía nada pero que
sin embargo se mostraba insondable. Había algo en ella que infundía un profundo
respeto y que encogía el alma. No obstante, se aventuró a mostrar su descaro
para preguntarle sin tapujos.
— No recuerdo tu
nombre.
— Me llamo
Vanessa…
— Tienes todo el
aspecto de ser extranjera… ¿De donde eres?
— Tiene
importancia eso…
— No en estos
tiempos, pero esta es un tipo de pregunta que solía ser muy usual antaño.
— Entiendo…
digamos que vengo de muy lejos.
— ¿Tan lejos que
no se puede decir…?
— Ahora no.
Vanesa sonrió
al tiempo que con la mirada prácticamente desarbolaba a Bruno. Entendió raudo
que no era conveniente continuar por el camino de la indiscreción. En esa
mirada Bruno encontró un montón de mensajes, pareció como si hubieran
radiografiado su mente y con meridiana claridad, le dieran a entender que era
cierto lo que él pudiera sospechar pero que no procedía de momento hacerlo
notorio y público. Devolvió la sonrisa a Vanesa para mostrarle que
había recibido el mensaje, cogió por la mano a su hermana y salió del aula con
la sensación de haber recibido una magistral lección en tan solo unos segundos.
Ya en el
camino al hogar, como quien no dice nada, la pequeña Maia se puso a hablar
despreocupadamente con su hermano.
— Vanesa es muy
buena y muy guapa, nos quiere mucho y nos cuenta muchas historias bonitas.
— Ah si… anda,
cuéntame una.
— Vale, te
contaré la historia de nuestra casita.
— La de Ramu…
— No… la de una
casita mucho más grande, en donde cabemos todos.
Bruno intuyó
rápidamente cual podría ser esa casita, y no dudó en seguir el hilo del cuento.
— ¿Acaso esa
casita es redonda?
— Claro… ¿Cómo
lo sabes?
— Porque soy tu
hermano grandote… anda sigue.
— Vale… sigo… la
casita redonda, que es muy grande está muy estropeada y se tiene que arreglar.
— ¿Y que vamos
ha hacer?
— Lo mismo que
cuando se rompe una casa pequeña… salir de ella mientras la arreglan…
— Eso me parece
muy bien… ¿pero adonde iremos mientras la arreglan?
— Es que tu no
sabes Bruno que en el cielo hay otras casas tan grandes como la nuestra…
Y la pequeña
Maia siguió de la mano de su hermano, dando saltitos y distrayéndose con
cualquier cosa, ahora un charco, luego un bichito, después una flor. Bruno
simplemente estaba anonadado por sendos impactos directos a su sentido real de
las cosas. Por obra de Vanesa y de la pequeña Maia, perdía sentido el aquí y
ahora y la objetividad como algo exclusivo en su vida. Entendió que era
permitido soñar y mostrar ese sueño con suma sencillez, tal como le estaba
enseñando Maia..
R.P.I. 02/2013/1807 B-387-13
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