Nota: Parte 1 (Junio) - Partes 2/9 (Septiembre)
... - He visto estas barracas un montón de veces pero jamás había
entrado en una… Bien, si os parece, esta será nuestra base, no podemos bajar
hasta el pueblo sin antes ver lo que ocurre ahí.
— Es buena idea papá… iré yo.
— Espera hijo, espera, no hay prisa. Calma… primero comamos
algo y descansemos. La caminata ha sido larga y dificultosa. Creo que lo mejor
es hacerlo de noche y con ropa oscura. Pueden vernos bajar por cualquiera de
las sendas, acuérdate como desde casa veíamos a los excursionistas.
— De acuerdo, pero dejarme que eche un vistazo por aquí cerca.
— No… hemos visto lo suficiente, ahora descansemos.
Dejaron pasar
las horas hasta que la noche se cernió sobre ellos. Bruno no esperó más, empezó
a prepararse para salir en dirección al pueblo. Pero esta vez Sejo tenía otra
idea y se lo impidió.
— No hijo, esta vez seré yo el que vaya a explorar. Tú quédate
aquí con tu madre y tu hermana.
— Pero papa… ¿no es mejor que…?
— No, iré yo.
— Está bien, pero llévate la pistola.
— No la necesito… y espero que tú no la tengas que necesitar.
No os preocupéis, volveré a media noche.
Sejo buscó
entre las pertenencias de su mochila ropa oscura, se manchó la cara con tierra
y hierba y salió en pos del pueblo, lo cual le llevaría cerca de una hora. Tras la maraña de hierbas acumuladas que tapaban una de las sendas logró
encontrar el camino que ya conocía. Prefirió dar un rodeo adentrándose en un
bosque de encinas y robles y fue
descendiendo de nivel para acercarse al pueblo. De vez en cuando se
paraba a escuchar posibles sonidos, todo parecía en silencio, solo el ulular
armónico y cadencioso de la lechuza se destacaba entre la aparente calma.
Por fin llegó a un punto desde donde
teóricamente se podían divisar las primeras casas de Ramu. Todo estaba muy
oscuro y no vio luz alguna que delatara vida o movimiento. Decidió seguir
bajando. Justo en un cruce de caminos, en un promontorio y en la vertical del
pueblo vio algo que le asombró, era una pequeña bandera ondeando levemente al compás
de la brisa. Se acercó a ella extremando las precauciones, a un par de metros
de distancia pudo apreciar lo que parecía un color azul de fondo y en su
centro… tuvo que agudizar la mirada para entender que aquel símbolo era un
mapamundi. Aquello le alertó en grado sumo, máxime cuando encontró huellas
recientes de pisadas sobre el camino. Fijó la mirada en dirección al pueblo,
esperando ver alguna señal que delatara la existencia de personas allí abajo.
Justo entonces escuchó el maullido lejano de un gato y no solo eso, sino que
además le pareció percibir ciertas líneas de luz muy tenues que posiblemente
dejaban escapar las rendijas de alguna ventana. No se atrevió a seguir bajando,
prefirió desandar el camino y llegar hasta su familia.
Medio adormilados,
unos sonidos alertaron tanto a Bruno como a su madre. Tamara puso la mano sobre
el hombro de su hijo para decirle:
— No te
preocupes es él, conozco el ritmo de sus
pasos.
Algo jadeante, Sejo entró por la abertura de
la barraca, vio a la niña durmiendo a su mujer medio incorporada y a Bruno de
rodillas con intención de recibirle. Se sentó disponiéndose a contarles todo lo
que había observado. Escucharon atentamente las palabras de Sejo y fue Bruno el
primero que se dispuso a hacer una reflexión.
-
Un mapamundi, ¿estás seguro?
-
Juraría que
sí, la bandera no estaba totalmente desplegada pero toda la apariencia es de
que aquello lo era.
-
El mundo sobre
una bandera azul… en Ramu. Y las pisadas y la rendija de luz junto al maullar
de un gato. Yo no lo pensaría más papa, deberíamos bajar.
-
Calma hijo,
calma. Necesitamos más detalles para entender que no existe peligro allá abajo.
Esperaremos a la luz del día y buscaremos un lugar adecuado para observar al
pueblo en la distancia.
-
Me parece una
buena idea.
-
Pues entonces
descansemos, aún le quedan horas a la noche.
Descansaron lo
justo hasta el amanecer, había cierta impaciencia en los dos hombres por
averiguar qué ocurría allá abajo en el pueblo. Decidieron que se
acercarían dejando a Maia junto a su madre
en la barraca. Antes prometieron a Tamara que no arriesgarían su posición, solo
querían ver desde un lugar estratégico que conocían el movimiento del pueblo.
Se olvidaron
de las sendas y se adentraron en el bosque hasta llegar a una roca que tenía su
propio nombre, el caracol, por su forma redonda y girada. Subieron a ella y se
tumbaron procurando no perfilar su figura en el fondo azul del cielo. Aunque se
encontraban algo desplazados del centro del pueblo, desde su posición podían
divisar una parte importante de él. Lo primero que observaron les dejó
anonadados, en la periferia huertos bien cuidados y con gente trabajando en
ellos. Eran las estrechas franjas en la ladera de la montaña, antaño
abandonadas y presas de la vegetación. Vieron también algo que parecían
invernaderos y varias balsas de agua que no estaban registradas en su memoria.
Luego dirigieron su mirada al sector este del pueblo, el más próximo a su
posición, y observaron mucho movimiento. Hacía tres años que no pisaban Ramu,
producto de las vicisitudes que tuvieron que atravesar en Nalocebar. En
invierno estaba escasamente habitado y en verano como mucho serían unas
quinientas personas, ahora seguro que había muchas más. Quedaron en silencio
para apreciar sonidos y escucharon los que emitían las aves de corral, ladridos
de perro y voces humanas distendidas que el viento acercaba a sus oídos.
— Papá, no entiendo nada. ¿Qué demonios pasa allá abajo?, no
parece el Ramu que conocemos.
— No, no parece lo mismo. Han pasado tres años… muchas cosas han
debido de cambiar… Es como si se hubiera dado un salto en el tiempo pero hacia
un siglo pasado.
— ¿Por qué lo dices?
— Antaño todas esas franjas estaban cultivadas, la gente vivía
de eso, luego se abandonaron y ahora…
— Pero estamos en el año que estamos y las casas son las que
conocemos. ¿Ves? Esa es la de Crisan, el carpintero, y aquella otra la de
Tásiro.
— Es cierto… Que curioso, no hay antenas.
— ¿Qué?
— No hay antenas de T.V. sobre ningún tejado.
— Es verdad, no había reparado en eso… Tampoco veo movimiento
de vehículos.
— Como que no… Mira ese.
— Parece un motocarro… pero no emite ruido alguno.
— Y sobre aquel tejado…
¿no es una especie de antena parabólica?
— Puede ser. Hay más… fíjate.
— … Me fijo que todas están orientadas hacia el cielo, en
posición de recorrido solar.
— Creo que ya hemos visto suficiente papá, ¿que hacemos?
— De momento volver junto ellas. Luego decidiremos.
Los dos
hombres bajaron de la roca procurando no quedar a la vista del pueblo. Se
adentraron en el bosque para dirigirse hacia la barraca. Habían recorrido la
mitad del camino, cuando oyeron pasos y voces que provenían de una de las
sendas. Se agacharon y quedaron a la expectativa. Bruno alzó la cabeza por
entre unas ramas para observar a cierta distancia. Lo que vio le alertó
sobremanera. Volvió a agacharse para pronunciar muy bajo.
— Son cuatro hombres y van armados.
— Dios mío van en dirección a la cruz donde está la barraca.
¿Qué hacemos hijo?...