— ... ¿Qué quieres decir papa?
— Que por alguna razón han cerrado el transito por esta
carretera…
— Solo haría falta saber cual es esa razón, ¿No crees?
— Ahora que importa eso… El caso es que ya no podemos
continuar.
Tamara salió
también del coche y mientras los dos hombres divagaban, se dirigió al maletero,
tomó una mochila y la dejó a sus pies.
— ¿Se os ocurre otra idea que continuar a pie?
— Tienes razón mama… buscaremos una senda hacia el pueblo.
Conozco varias por aquí.
Se colocaron
las mochilas, Nobru se encargó de llevar a Maia y después de echar un vistazo
al coche tras decidir dejarlo ahí, se dispusieron a continuar. Anduvieron en
sentido ascendente por la carretera, No habían recorrido ni cincuenta metros
cuando Sejo se paró justo al empezar una curva muy virada:
— Esto es muy extraño… fijaros el lugar donde han volado esa
enorme porción de pared. Por un lado el barranco y por el otro una elevación vertical
de más de cien metros…
— ¿Qué quieres decir papá?
— Es un lugar estratégico… para superar la roca que está en la
carretera habría que escalar y es imposible pasar por ninguno de los dos lados…
— Luego parece claro
que quienes hicieron eso han querido evitar a toda costa que se continúe en esa
dirección… ¿es eso?
— Sí y en esa dirección esta Ramu… no se que pensar hijo.
Tamara siempre
discreta y atenta a todo lo que acontecía, aunque dejando la maniobra a los dos
hombres era la encargada de sacarlos de dudas.
— Pues no tenemos más opción que continuar. Cierto que no
sabemos lo que vamos a encontrar en Ramu, pero si no fuera posible establecerse
allí, siempre queda la posibilidad de protegernos en algún lugar de la montaña.
Sejo se frotó
la nariz en claro signo de pensar que era cierto, no quedaban muchas más
opciones pero…
— Estoy de acuerdo contigo querida… aunque deberíamos extremar
las precauciones, esto no me acaba de gustar.
Ya más
decidido Sejo se aprestó a continuar la marcha, no sin antes indicar a su hijo
que les guiara en busca de una senda que les acercara al pueblo. A poca
distancia de allí se encontraba un recodo en la carretera desde se podía
iniciar un trayecto a través de una cresta no demasiado complicada. Decidieron
no usar las linternas que llevaban. A
pesar de ser noche cerrada, sus pupilas ya estaban lo suficientemente dilatadas
como para permitir ver los obstáculos. Siguieron el trayecto sin demasiadas
complicaciones hasta llegar a una zona boscosa según bajaban de la cresta. En
un momento determinado Bruno se paró al comprobar que la senda se cerraba.
— No lo entiendo, estoy seguro que estamos en buena dirección…
He perdido la senda.
— ¿Cómo que la has perdido? Hasta llegar al bosque era nítida
y clara de seguir.
— Lo sé, lo sé… por eso no encuentro explicación, tendría que
continuar. Quedaros aquí, voy a explorar esta zona.
Bruno dejó la
mochila y a Maia junto a sus padres y se adentró en la espesura. Al rato volvió
con ciertos rasguños en los brazos producto de las ramas espinosas.
— Se lo que ha pasado… La senda continúa tras esa maraña de
zarzas. Es como si algo o alguien se haya encargado de taparla, disimularla.
— Primero la carretera ahora la senda...
— Tienes razón papa… esto me da mala espina.
Tamara con la
niña en brazos se dirigió a los dos hombres, ella no parecía tener tantas
dudas.
— Bruno… ¿Podemos continuar tras las zarzas?
— Podemos, solo hay que abrirse paso pero con cuidado... es un lugar un tanto
complicado porque a ambos lados existen fuertes desniveles.
— Pues a que esperamos…
Los dos
hombres se aprestaron a recoger unas ramas y las usaron como herramientas para
desbrozar la zona. Luego extremando las precauciones salvaron el paso hasta
llegar otra vez a la senda que se marcaba con claridad sobre el terreno.
Continuaron la marcha ascendiendo un pequeño collado y luego volvieron a bajar.
Estaba amaneciendo, el alba clareaba el día anunciando la salida del sol,
entonces decidieron pararon un rato para descansar. Todos conocían la
dificultad de la zona montañosa, era abrupta y peligrosa en ciertos tramos. La
ventaja era que Bruno tenía la experiencia suficiente como para saberse
adentrar por las zonas boscosas y encontrar las sendas que conducían a Ramu.
Esperaban llegar al atardecer, no tenían prisa. Después de tomar un pequeño
refrigerio se aprestaron a continuar la marcha. Al adentrarse en otra parte
boscosa otra vez volvieron a perder la senda y también en un lugar estratégico.
Tardaron un rato en encontrar la manera de recuperar el camino y no sin ciertas
dificultades. Sejo decidió que a partir de ese momento seguirían pero con los
cinco sentidos en danza, algo se escondía tras esos intentos de camuflar las
sendas. Justo al momento de retomar la marcha, Tamara les hizo una señal para
que callaran.
— Escuchad ¿no oís?... son pájaros cantando al amanecer. En
este sitio hay vida: jabalís, pájaros, insectos, vegetación sana. Eso no puede
ser malo.
— Sí… es delicioso observar todo esto, refrescar la mirada,
escuchar sonidos perdidos, pero debemos hacer caso a papá en extremar las
precauciones y no fiarnos.
— De acuerdo, totalmente de acuerdo… pero estoy empezando a
renacer, todo irá bien.
El día iba
avanzando con el sol remontándose en el cielo. Estaban a finales de lo que
podía entenderse que fue la primavera. Tuvieron que protegerse de la fuerte
radiación solar y cuidarse del calor al atravesar zonas despejadas. Desde un
promontorio divisaron ya no muy lejos las torres del tendido eléctrico que
pasaban en línea cerca del pueblo. Estaban alcanzando su objetivo. Al mediodía,
con el sol ya en lo alto, llegaron a la altura de las torres. Esta vez fue
Bruno quien hizo una observación al pasar justo por debajo del cableado.
— Esperad, quedaros quietos y escuchad… ¿no notáis algo
extraño? ¿No os acordáis cuando realizábamos excursiones por esta zona y justo
al pasar por aquí yo decía?...
— Que estaban friendo un huevo por allá arriba… ¿no es eso
Bruno?.
— Pues ahora que se ha acabado la energía… los cables ya no
chisporrotean, es otra sensación, ¿verdad?
— No es solo eso hijo…
mirad aquella otra torre, la han desmontado casi por completo.
Cerca de las
torres circulaba un camino ancho que llevaba a una encrucijada. Desde allí se
podía seguir por ese mismo camino al pueblo, o bien elegir entre un par de
sendas por entre el bosque para llegar.
Cuando alcanzaron la cruz de hierro sobre un pequeño monolito que
marcaba la encrucijada, se pararon para observar el entorno. El camino estaba
cerrado por completo a base de montones de tierra y vegetación, con las sendas
ocurría lo mismo. Por el otro extremo, el camino se cegaba y solo estaba
orientado hasta la base de las torres eléctricas. Hacía mucho calor y antes de tomar una
decisión, Bruno les sugirió que podían
dirigirse a una barraca de viña que el conocía. Estaba ahí mismo, allí estarían
en disposición de descansar y reflexionar sobre los próximos pasos a dar.
Semioculta en
un talud, de tal manera que por arriba no era más que una continuación del
terreno boscoso, aparecía una barraca en forma cilíndrica y ligeramente
redondeada en su techo, sus paredes eran a base de piedras toscas de la zona muy bien dispuestas, escasamente tendría metro y medio de altura
pero su interior estaba fresco y despejado. Antiguamente los labriegos
guardaban allí sus herramientas o bien la usaban para descansar, justo lo que
ellos iban a hacer. Se introdujeron los cuatro, lograron acomodarse pero con
justeza de espacio. Sejo sentado, se apoyó sobre una de las paredes y expuso su
idea...
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