Parte(1) Junio - Partes (2-3-4, Septiembre)
...— Nada… que podemos ir.
Bruno cogió
con presteza su mochila, tomó a Maia en brazos y abrió la marcha hacia el refugio. Doblaron la
esquina de la casa elegida y entraron por la puerta de atrás. Justo al abrirla
y observar el polvo del suelo donde se podrían apreciar sus propias huellas, se
dirigió a ellos:
— No creéis que sería mejor evitar dejar marcas.
— Yo no me preocuparía por ello hijo.
— Tu padre tiene razón, nos lo estamos jugando todo a una
carta y no tiene porque salirnos mal.
— Es cierto lo que dice tu madre. Mejor no pensar en el caso
de que alguien nos encontrara aquí.
— Esta bien, entremos. La parte de arriba creo que es lo mejor
para la ocasión.
Subieron hasta
la planta superior. Se encontraron con una sala relativamente amplia que daba a
una pequeña terraza. Un sofá cubierto por una polvorienta sábana que Bruno no dudó en retirar, una estantería con libros
bien ordenados por supuesto impregnados de polvo, una pequeña mesa y cuatro
sillas. También había un par de cuadros con motivos navieros colgados de la
pared y una escalera de caracol en uno de los lados. Tamara dio unas cuantas palmadas al sofá para
eliminar restos de polvo y junto a niña se acomodaron en él. Maia empezó a dar
botes en el sofá mostrando cierta alegría a la vez que se dirigía a su madre:
— Vamos a vivir aquí mamá… yo no quiero más cuentos como los
que dice Bruno.
— No pequeña, esta casa nos la dejan solo para hoy, después de
esta noche nos iremos a Ramu, esa es y será nuestra casa.
— Ramu… ¡que bien!
La realidad
era que Maia solo conocía a Ramu de bebé, no podía acordarse mucho de ese
pueblo pues hacía casi tres años que sus padres no lo pisaban. Bruno, en ese
tiempo, le hubiera gustado escaparse y encontrar allí su refugio particular
desde donde partir a recorrer las alturas de las anexas montañas tal cual hizo
en toda su juventud, pero conforme pintaban las cosas en Nalocebar, decidió
permanecer en todo momento junto a su familia.
Maia pronto se
quedó dormida, Tamara abrió una de las mochilas para preparar algo de comida y
Sejo por puro instinto se dedicó a ojear con sumo respeto los libros de la
estantería. Bruno mientras tanto empezó a tantear el espacio cual si fuera un
león enjaulado. Hizo un gesto como para salir a la terraza que su padre se
aprestó a evitar:
— No hijo, ¡por dios! ni se te ocurra salir al exterior.
— No pensaba hacerlo papá, solo quería observar si había algo
en la terraza.
Sejo tomó uno
de los libros y lo abrió:
— Que curioso, “Ensayo sobre la ceguera de la civilización”…
Fijaros en esos otros libros, casi todos son de filosofía o Historia y algunos sobre metafísica….
Bruno estaba
dando buena cuenta de unas galletas sentado en el suelo y apoyado sobre la
pared. Engulló rápido una parte de ellas y se aprestó a contestar la reflexión
de su padre:
— Lo cierto es que este sitio tiene buen royo, no son malas las
vibraciones que se respiran aquí.
— ¿Qué habrá sido de esta pobre gente?
— Eso nunca lo sabremos papa… pero todo tiene pinta de que no
eran malos tipos.
— Cuanta buena gente ha desaparecido por culpa de… ¡maldita
sea!
— Algo sabrás papá, porque es justo eso lo que has estado
investigando durante tanto tiempo.
— Conocemos perfectamente el alcance de las epidemias… Tú sabes
muy bien a que me refiero.
— Ya… la teoría conspirativa, ¿es eso? Yo lo veo de una forma
más simple. Somos muy burros papi, incapaces de evolucionar.
— Algo de eso es cierto aunque existe algo más… pero dejemos ese tema hijo ahora
solo hemos de pensar en llegar a Ramu e intentar sobrevivir.
Tamara a corta
distancia quiso intervenir conociendo la inquietud de su marido.
— Sí eso es lo único que nos debe ocupar. El mañana ya vendrá
y con el pasado… ya nada podemos hacer.
— Tienes razón bonita… pero ya sabes que ese es un tema que me
enciende y eso tiene que ver con el pasado y por supuesto con el futuro que nos
espera…
— Lo se, lo se…
Sejo adoptó
una expresión seria de indudable preocupación. Bruno pasó olímpicamente del tema
y lo olvidó pronto. De repente, como impulsado por un resorte el joven se
levantó y empezó a observar la escalera de caracol con cierta inquietud:
— Que raro… ¿Sabéis?, he estado en las otras tres casas. Todas
son iguales, mejor dicho parecen iguales, porque ninguna de ellas tiene esta
escalera de caracol dispuesta en un lateral.
— ¿Qué quieres decir hijo?
— Esto lleva al altillo en el vértice del tejado… Voy a subir.
Tamara se
incorporó del sofá y se aprestó a mirar arriba, hacia la trampilla al final de
la escalera de caracol.
— ¿Crees que es prudente hijo?
— Si encuentro alguna sorpresa os lo haré saber. No os
preocupéis.
Decidido se
aprestó a subir por ella y llegó hasta la trampilla. Curiosamente no tenía
ningún cierre por lo que cabía suponer que con un simple empujón accedería al
altillo:
— Diablos esto tendría que abrirse… es, es como si hubieran
colocado algo encima.
Sejo puso cara
de extrañeza, Tamara cogió el hilo del dilema enseguida.
— Pues ya me diréis como eso es posible...
— Tienes razón mamá… como no sea que accidentalmente algo haya
caído sobre la trampilla.
Ya más
confiado, Bruno hizo un esfuerzo con el hombro y la trampilla cedió. Enseguida
pudo observar el obstáculo que no era más que una enorme alfombra enrollada. Se
asomó al altillo y quedó asombrado:
— Esto está muy limpio, apenas existe polvo.
Sejo desde
abajo opinó sobre la circunstancia:
— No tendría porque extrañarnos, es un lugar cerrado donde no
es fácil que se acumule suciedad, y la alfombra posiblemente se haya caído.
— Hay algo más papá…
Mientras Maia
seguía dormida en el sofá, el matrimonio no pudo evitar al unísono el mismo
gesto de expectación ante las observaciones de su hijo. No hablaron esperaron a
que acabara de pronunciarse...
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