Nota: Parte 1 (junio) Partes 2/5 (Septiembre)
... — Hay una pared en medio y una estantería....
No le dieron
más importancia al hecho. Bruno bajó dejando la trampilla abierta, tomó una
botella de agua, bebió un poco y se tumbó en el suelo dispuesto a descansar no
sin antes recomendar a sus padres que hicieran lo mismo, la noche iba a ser
larga y tenían que estar bien despejados.
Todos quedaron
medio adormilados o dormidos del todo. De repente un sonido proveniente del
altillo los alertó a todos. Bruno fue el primero en incorporarse y apoyándose
en los pasamanos de la escalera miró hacia arriba. La estantería se estaba
moviendo y una débil voz salía de ahí:
— Hola…sí, estamos aquí…
Era una voz de
mujer y aparentemente anciana. Por puro instinto Bruno subió raudo las
escaleras y se aprestó a desplazar la estantería del todo, estaba seguro de que
esa voz no representaba peligro alguno. Lo que vio le dejó atónito. Una figura
delgada y debilitada apareció dando paso a un espacio ampliamente iluminado
gracias a un enorme tragaluz en el techo de la estancia. Contempló a una
persona tumbada sobre uno de los dos camastros, Una mesa dos sillas y lo que
debía ser un resto de provisiones. Bruno hizo el gesto de tocar a la anciana
para ayudarla pero ésta se lo impidió.
— No… no gracias hijo no se si estamos contaminados.
Tamara conocía
todos los signos de las epidemias por haberlas tratado en el hospital, no dudó
en subir también la escalera y aproximarse. Observó la escena y lo que vio la
tranquilizó.
— Señora, le puedo asegurar a simple vista que usted no
presenta los síntomas. Soy médico… veo que hay una persona sobre el camastro,
¿puedo examinarla?
— Es mi marido, se que está muy mal…
La anciana
hizo a la vez un suave gesto como
diciendo — hágalo — miró a su marido y la dejó pasar. Tamara se colocó una
mascarilla y se aproximó al anciano que yacía semiinconsciente sobre el
camastro. Lo examinó…
Al poco rato
se quitó la mascarilla y se dirigió a la mujer.
— Sí está muy mal, pero no debido a la epidemia. Son síntomas
de una grave neumonía… Lamento decirla que en estas condiciones es muy difícil
que les pueda ayudar.
— Lo se hija… ya nos habíamos resignado… pero oímos sus voces
y entendimos que provenían de personas buenas. No podíamos perder la
oportunidad de comunicar quizás ya por última vez.
Se produjo un
silencio revelador. Las palabras de la mujer estaban llenas de tristeza. La
anciana observó a su marido que parecía inconsciente, hizo un gesto para que la ayudaran a bajar
por la escalera de caracol. Se sentó en el sofá, sonrió con dulzura al observar
a Maia que permanecía dormida, y ya más tranquila se dispuso a hablar mientras
todos a su alrededor se aprestaban a escucharla.
— Llevamos mucho tiempo aquí en estas condiciones… quizás dos
años. Nuestros vecinos, la mayoría marcharon y los que quedaron sabemos que han
muerto. Sarreta está desierta, la epidemias ha acabado con todos, puede que aún
existan supervivientes pero no están organizados y solo les domina el instinto
de supervivencia a costa de lo que sea. Por eso mi marido ideó la forma del
altillo, para protegernos. Hace tiempo aún sentíamos gente merodeando por aquí, pero desde meses que todo está en
silencio. Ya no nos quedan provisiones de las muchas que conseguimos almacenar…
Al principio aun se podía ir a Sarreta y conseguir cosas, pero después ya no
quedó nada. Antes de que nuestros vecinos murieran, nos ayudábamos y todo era
un tanto más soportable…ya no confiábamos en ver a nadie más en este Mundo…
La anciana
bajó la cabeza, parecía que fuera a deprimirse sumida en un estado de abandono…
pero reaccionó como intentando despejar todos sus malos presagios. Miró a la
niña, luego a los adultos, sonrió y por primera vez se dejó tocar. Tamara
acarició su mejilla y le tomó la mano mientras ella siguió hablando…
— Me llamo Aura y mi marido Legrib… él es maestro de escuela,
profesor de filosofía. Yo escribía cuentos para niños… ahora, ¿que sentido
tiene todo…?
Sejo de pié en
la estancia escuchaba la melancólica voz, guardó unos instantes de respetuoso
silencio y se pronunció.
— Aura, todo lo que hacemos tiene sentido… No podemos, no
debemos perder la esperanza mientras existan representantes del género humano
en este mundo.
La anciana
miró a Sejo con cierto atisbo de amargura, pudo callarse y asentir pero
prefirió hablar.
— Sabe… ya habíamos perdido la esperanza en el género humano…
pero creo que tiene razón. Por alguna misteriosa razón ustedes han llegado
hasta aquí… quizás para que podamos cerrar los ojos con esa esperanza que sin
duda todos nos merecemos.
Tamara oprimió
con algo más de intensidad la mano de Aura, como para demostrarle
agradecimiento por sus palabras, sonrió y cruzó su mirada con la suya. Le
pareció percibir en el fondo de los ojos de la anciana y en la claridad de su
mirada ese atisbo de esperanza que parecía renacer. Mientras tanto, Bruno
contemplaba la escena a corta distancia, en silencio pero absorbiendo toda la
energía del momento. Estaba con una rodilla en el suelo, a la altura de la
anciana y escuchando, el también quiso intervenir.
— Aura, nosotros pensamos ir a Ramu… podrían acompañarnos.
— Ah… Ramu, el sueño de mi marido. El siempre ha creído que es
posible vivir allí. Conocemos quien ha intentado llegar, hace tiempo, pero no
se si lo lograron… Gracias hijo, muchas gracias por tu intención, pero ahora ya
no es posible.
La anciana
hizo un claro gesto de resignación, Sejo y Tamara la observaron y la supieron
entender al instante. Bruno en cambio insistió fiel a su condición de joven que
aun conservaba algo de entusiasmo. Aura,
acarició la nuca del muchacho y le habló con cierta dulzura.
— No estamos en condiciones… por mucha voluntad que pusiéramos
jamás lo conseguiríamos, además de presentar un enorme estorbo para vosotros. Mi marido está en las
últimas, yo no pienso dejarle solo, jamás lo haré. Hace tiempo que tomamos la
determinación que llegaríamos los dos juntos, hasta el final… lo entiendes
hijo.
— Puedo entenderlo… pero quizás consiga encontrar un coche,
tenemos algo de gasolina, la suficiente para llegar a Ramu, ya no estamos tan
lejos.
Tamara puso la
mano sobre el hombre de su hijo, realizó una suave presión como para indicarle
que no insistiera. Bruno lo entendió, apretó los labios y pareció también
resignarse a la voluntad de la anciana. Aura sin embargo no quiso que el
desánimo alcanzara al muchacho y se aprestó a revelarle una buena noticia.
— Bruno… Vosotros no estáis aquí por casualidad… Legrib
siempre dice que nada de lo que nos ocurre es casual. Son los misteriosos
signos de un destino que nos supera a todos… pero sabes, estoy convencida que
jamás estamos solos, nunca lo estamos. La muestra más palpable la tenemos hoy
aquí… Vosotros vais a seguir, llegareis al lugar que os reserve el destino… y
cuando lo consigáis por fin no olvides de mirar en las alforjas, allí seguro
que vais a encontrar un pedacito del corazón de Legrig y otro del mío.
Bruno sonrió
con ganas tras las palabras de la anciana. Se incorporó levemente justo para
alcanzar la mejilla de Aura y depositar un beso que la hizo ruborizar. Ella
hizo un gesto que casi había olvidado al sentirse alagada por la galantería de
un muchacho esbelto. Recompuso su figura, se incorporó y con pasos vacilantes
llegó hasta la puerta acristalada que daba a la terraza. Allí con uno de sus
dedos, señaló hacia el exterior.
— Aun no
he acabado… Veis aquel cobertizo a pocos metros de aquí. Bajo ese chamizo
encontrareis tapado un vehículo. Estoy segura que arrancará porque Legrib lo
tenía preparado para huir si entendíamos que fuera necesario… solo hace falta
llegar hasta allí, como veis la vegetación lo ha inundado todo.
Recibieron una
sensación de alivio, siempre era mejor acercarse en coche que andando al
objetivo, por lo menos hasta alcanzar las estribaciones de la montaña donde
todo tendría que ser más fácil. Bruno mostró la intención de llegar hasta el
coche, la anciana le dio las llaves y le indicó donde podría encontrar unas
tijeras de podar para abrirse paso entre las zarzas. Mientras el muchacho se
afanaba en cortar la espinosa enredadera, Maia despertó de su siesta y
descubrió la imagen de Aura. Al principio se acurrucó desconfiada tras los brazos
de su madre pero pronto observó que el clima era propicio para recuperar la
sonrisa. La anciana aprovechó para contarles al matrimonio una posible ruta que
les acercara a Ramu.
— Vamos a confiar que el coche arranque... Desde aquí, no es
necesario atravesar las calles de Sarreta, Tomar ese camino de tierra que veis
ahí, seguirlo. Llegará un momento que circulará paralelo a una autopista pero a
diferente nivel. En un punto del recorrido estaréis a la misma altura. Solo
hará falta romper la valla y desmontar el quitamiedos para acceder a ella.
Lebrid tiene todas las herramientas precisas en el maletero del coche. Una vez
en la autopista, encontrareis la salida que da a la carretera que lleva a Ramu…
Solo os puedo desear toda la suerte del mundo.
El plan facilitaba
mucho las cosas, si el vehículo arrancaba no tardarían en marchar. Solo les podría
retener la salud de los ancianos y la decisión que tomaran respecto a ellos.
Aura estaba dispuesta a facilitarles la salida, ella no tenía ninguna duda de
lo que se debía hacer. Hizo sentar al matrimonio en el sofá mientras Maia
jugaba en el suelo con una de las mochilas y les habló con absoluta crudeza...
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