miércoles, 17 de septiembre de 2014

Novela: "Pueblo de Ramu" (Parte 6)

Nota: Parte 1 (junio)  Partes 2/5 (Septiembre)

... —    Hay una pared en medio y una estantería....

No le dieron más importancia al hecho. Bruno bajó dejando la trampilla abierta, tomó una botella de agua, bebió un poco y se tumbó en el suelo dispuesto a descansar no sin antes recomendar a sus padres que hicieran lo mismo, la noche iba a ser larga y tenían que estar bien despejados.  

Todos quedaron medio adormilados o dormidos del todo. De repente un sonido proveniente del altillo los alertó a todos. Bruno fue el primero en incorporarse y apoyándose en los pasamanos de la escalera miró hacia arriba. La estantería se estaba moviendo y una débil voz salía de ahí:

    Hola…sí, estamos aquí…

Era una voz de mujer y aparentemente anciana. Por puro instinto Bruno subió raudo las escaleras y se aprestó a desplazar la estantería del todo, estaba seguro de que esa voz no representaba peligro alguno. Lo que vio le dejó atónito. Una figura delgada y debilitada apareció dando paso a un espacio ampliamente iluminado gracias a un enorme tragaluz en el techo de la estancia. Contempló a una persona tumbada sobre uno de los dos camastros, Una mesa dos sillas y lo que debía ser un resto de provisiones. Bruno hizo el gesto de tocar a la anciana para ayudarla pero ésta se lo impidió.

    No… no gracias hijo no se si estamos contaminados.

Tamara conocía todos los signos de las epidemias por haberlas tratado en el hospital, no dudó en subir también la escalera y aproximarse. Observó la escena y lo que vio la tranquilizó.

    Señora, le puedo asegurar a simple vista que usted no presenta los síntomas. Soy médico… veo que hay una persona sobre el camastro, ¿puedo examinarla?

    Es mi marido, se que está muy mal…

La anciana hizo a  la vez un suave gesto como diciendo — hágalo — miró a su marido y la dejó pasar. Tamara se colocó una mascarilla y se aproximó al anciano que yacía semiinconsciente sobre el camastro. Lo examinó…
Al poco rato se quitó la mascarilla y se dirigió a la mujer.

    Sí está muy mal, pero no debido a la epidemia. Son síntomas de una grave neumonía… Lamento decirla que en estas condiciones es muy difícil que les pueda ayudar.

    Lo se hija… ya nos habíamos resignado… pero oímos sus voces y entendimos que provenían de personas buenas. No podíamos perder la oportunidad de comunicar quizás ya por última vez.

Se produjo un silencio revelador. Las palabras de la mujer estaban llenas de tristeza. La anciana observó a su marido que parecía inconsciente,  hizo un gesto para que la ayudaran a bajar por la escalera de caracol. Se sentó en el sofá, sonrió con dulzura al observar a Maia que permanecía dormida, y ya más tranquila se dispuso a hablar mientras todos a su alrededor se aprestaban a escucharla.

    Llevamos mucho tiempo aquí en estas condiciones… quizás dos años. Nuestros vecinos, la mayoría marcharon y los que quedaron sabemos que han muerto. Sarreta está desierta, la epidemias ha acabado con todos, puede que aún existan supervivientes pero no están organizados y solo les domina el instinto de supervivencia a costa de lo que sea. Por eso mi marido ideó la forma del altillo, para protegernos. Hace tiempo aún sentíamos gente merodeando  por aquí, pero desde meses que todo está en silencio. Ya no nos quedan provisiones de las muchas que conseguimos almacenar… Al principio aun se podía ir a Sarreta y conseguir cosas, pero después ya no quedó nada. Antes de que nuestros vecinos murieran, nos ayudábamos y todo era un tanto más soportable…ya no confiábamos en ver a nadie más en este Mundo…

La anciana bajó la cabeza, parecía que fuera a deprimirse sumida en un estado de abandono… pero reaccionó como intentando despejar todos sus malos presagios. Miró a la niña, luego a los adultos, sonrió y por primera vez se dejó tocar. Tamara acarició su mejilla y le tomó la mano mientras ella siguió hablando…

    Me llamo Aura y mi marido Legrib… él es maestro de escuela, profesor de filosofía. Yo escribía cuentos para niños… ahora, ¿que sentido tiene todo…?

Sejo de pié en la estancia escuchaba la melancólica voz, guardó unos instantes de respetuoso silencio y se pronunció.

    Aura, todo lo que hacemos tiene sentido… No podemos, no debemos perder la esperanza mientras existan representantes del género humano en este mundo.

La anciana miró a Sejo con cierto atisbo de amargura, pudo callarse y asentir pero prefirió hablar.

    Sabe… ya habíamos perdido la esperanza en el género humano… pero creo que tiene razón. Por alguna misteriosa razón ustedes han llegado hasta aquí… quizás para que podamos cerrar los ojos con esa esperanza que sin duda todos nos merecemos.

Tamara oprimió con algo más de intensidad la mano de Aura, como para demostrarle agradecimiento por sus palabras, sonrió y cruzó su mirada con la suya. Le pareció percibir en el fondo de los ojos de la anciana y en la claridad de su mirada ese atisbo de esperanza que parecía renacer. Mientras tanto, Bruno contemplaba la escena a corta distancia, en silencio pero absorbiendo toda la energía del momento. Estaba con una rodilla en el suelo, a la altura de la anciana y escuchando, el también quiso intervenir.

    Aura, nosotros pensamos ir a Ramu… podrían acompañarnos.

    Ah… Ramu, el sueño de mi marido. El siempre ha creído que es posible vivir allí. Conocemos quien ha intentado llegar, hace tiempo, pero no se si lo lograron… Gracias hijo, muchas gracias por tu intención, pero ahora ya no es posible.

La anciana hizo un claro gesto de resignación, Sejo y Tamara la observaron y la supieron entender al instante. Bruno en cambio insistió fiel a su condición de joven que aun conservaba algo de entusiasmo.  Aura, acarició la nuca del muchacho y le habló con cierta dulzura.

    No estamos en condiciones… por mucha voluntad que pusiéramos jamás lo conseguiríamos, además de presentar un enorme estorbo para vosotros. Mi marido está en las últimas, yo no pienso dejarle solo, jamás lo haré. Hace tiempo que tomamos la determinación que llegaríamos los dos juntos, hasta el final… lo entiendes hijo.

    Puedo entenderlo… pero quizás consiga encontrar un coche, tenemos algo de gasolina, la suficiente para llegar a Ramu, ya no estamos tan lejos.

Tamara puso la mano sobre el hombre de su hijo, realizó una suave presión como para indicarle que no insistiera. Bruno lo entendió, apretó los labios y pareció también resignarse a la voluntad de la anciana. Aura sin embargo no quiso que el desánimo alcanzara al muchacho y se aprestó a revelarle una buena noticia.

    Bruno… Vosotros no estáis aquí por casualidad… Legrib siempre dice que nada de lo que nos ocurre es casual. Son los misteriosos signos de un destino que nos supera a todos… pero sabes, estoy convencida que jamás estamos solos, nunca lo estamos. La muestra más palpable la tenemos hoy aquí… Vosotros vais a seguir, llegareis al lugar que os reserve el destino… y cuando lo consigáis por fin no olvides de mirar en las alforjas, allí seguro que vais a encontrar un pedacito del corazón de Legrig y otro del mío.

Bruno sonrió con ganas tras las palabras de la anciana. Se incorporó levemente justo para alcanzar la mejilla de Aura y depositar un beso que la hizo ruborizar. Ella hizo un gesto que casi había olvidado al sentirse alagada por la galantería de un muchacho esbelto. Recompuso su figura, se incorporó y con pasos vacilantes llegó hasta la puerta acristalada que daba a la terraza. Allí con uno de sus dedos, señaló hacia el exterior.

     Aun no he acabado… Veis aquel cobertizo a pocos metros de aquí. Bajo ese chamizo encontrareis tapado un vehículo. Estoy segura que arrancará porque Legrib lo tenía preparado para huir si entendíamos que fuera necesario… solo hace falta llegar hasta allí, como veis la vegetación lo ha inundado todo.

Recibieron una sensación de alivio, siempre era mejor acercarse en coche que andando al objetivo, por lo menos hasta alcanzar las estribaciones de la montaña donde todo tendría que ser más fácil. Bruno mostró la intención de llegar hasta el coche, la anciana le dio las llaves y le indicó donde podría encontrar unas tijeras de podar para abrirse paso entre las zarzas. Mientras el muchacho se afanaba en cortar la espinosa enredadera, Maia despertó de su siesta y descubrió la imagen de Aura. Al principio se acurrucó desconfiada tras los brazos de su madre pero pronto observó que el clima era propicio para recuperar la sonrisa. La anciana aprovechó para contarles al matrimonio una posible ruta que les acercara a Ramu.

    Vamos a confiar que el coche arranque... Desde aquí, no es necesario atravesar las calles de Sarreta, Tomar ese camino de tierra que veis ahí, seguirlo. Llegará un momento que circulará paralelo a una autopista pero a diferente nivel. En un punto del recorrido estaréis a la misma altura. Solo hará falta romper la valla y desmontar el quitamiedos para acceder a ella. Lebrid tiene todas las herramientas precisas en el maletero del coche. Una vez en la autopista, encontrareis la salida que da a la carretera que lleva a Ramu… Solo os puedo desear toda la suerte del mundo.


El plan facilitaba mucho las cosas, si el vehículo arrancaba no tardarían en marchar. Solo les podría retener la salud de los ancianos y la decisión que tomaran respecto a ellos. Aura estaba dispuesta a facilitarles la salida, ella no tenía ninguna duda de lo que se debía hacer. Hizo sentar al matrimonio en el sofá mientras Maia jugaba en el suelo con una de las mochilas y les habló con absoluta crudeza...

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