... Dos individuos
de muy mal aspecto se plantaron ante ellos. Vestían harapos y llevaban unas
barbas espesas y muy desaliñadas. Uno de ellos se abalanzo sobre Sejo y lo
sujetó con fuerza; el otro quiso hacer lo mismo con Bruno, pero este reaccionó
rápido. Realizó una vertiginosa finta y se lanzó de un salto hacia la parte
trasera del coche, sabía lo que estaba haciendo. Antes de que el otro individuo
pudiera llegar hasta él, Bruno ya había cogido el revolver que tenía bien
dispuesto en uno de los bolsillos de su mochila. Raudo le apuntó con el arma y
lo hizo parar en seco a tan solo un par de metros. Con la otra mano lo hizo
alejar del coche hasta ponerlo a la altura de donde se encontraba su padre. Con
horror comprobó como Sejo tenía un cuchillo que le estaba amenazando el cuello.
El hombre que portaba el arma sonreía malignamente mientras su compañero con
los brazos caídos le miraba sin saber que hacer. Tras unos instantes de tensión
alguien se encargó de romper el silencio.
— Deja el revolver muchacho si no quieres que rebane el cuello
a tu padre… ¿es tu padre verdad?
Bruno seguía
apuntando y dando la espalda a su madre y hermana procurando protegerlas. Tenía
la adrenalina a tope circulando por sus venas. Conocía esa sensación de cuando
escalaba en situaciones límite y tenía que tomar decisiones en décimas de
segundo. Sin dudar y mostrando el máximo de entereza contestó al individuo.
— Antes de que le hayas cortado el cuello ya tendrás un tiro
en la cabeza. Tú veras...
El hombre
dudó… pero no pensaba arredrarse. Le contestó.
— Tendré el tiro en la cabeza pero quizás ya sea tarde para tu
padre.
Bruno entendió
que solo quedaba una opción, no podía arriesgarse a disparar. Intentó dialogar
y llegar a un acuerdo.
— Está bien, está bien… ¿Qué es lo que queréis?
— Todo.
— Todo… ¿Qué es todo?
— Todo lo que lleváis… y el coche también.
— Vale, vale… ¿Cómo lo hacemos?
— … Eso no es todo, también quiero tu revolver.
— No eso no, ni hablar, lo necesito para dispararte si no
sueltas a mi padre… ¡maltita sea!
— Estas nervioso eh… ¿Quién hay dentro del coche? , je je je…
Aquella risa
sarcástica hizo hervir la sangre del muchacho. Sejo nervioso y asustado miraba
a su hijo que no dejaba de apuntar a los dos individuos. Tamara dentro del
coche abrazaba a su hija que ya se había despertado. La niña observaba la
escena con la expresión de no entender nada. Las ventanillas estaban
descendidas y el aire circulaba entre ellas con un aroma de tragedia. Tamara
miró fijamente a la nuca de su hijo… tuvo una idea instintiva y solo deseaba
que él la captara. Durante una décima de segundo Bruno se giró para mirar a su
madre, observó sus ojos muy abiertos y expresivos. Volvió la mirada
para no dejar de vigilar a los dos malhechores. Entonces Tamara lanzó el osito
de peluche de la niña por la ventana contraria a donde todos se encontraban. El
osito cayó sobre la maleza haciendo crujir unas ramas y en ese mismo instante
acompasando el ruido sonó un disparo… El individuo cayó desplomado a los pies
de Sejo con un balazo en la frente, el otro salió corriendo como si le
persiguiera el diablo… Todo fue rápido, en un instante la escena había cambiado
por completo. Sejo no perdió el tiempo pidió a su hijo que le ayudara y entre
ambos apartaron el cadáver del lugar por donde tenían que pasar, al mismo
tiempo Tamara acudió a recuperar el osito de peluche de su hija. Acabaron de
quitar la porción del quitamiedos, entraron en el coche y traspasaron la
alambrada para alcanzar la autopista.
Durante largos
minutos siguieron sin pronunciar palabra alguna. La autopista se encontraba
llena de partes de maleza que habían salido quebrando el asfalto. Llevaban solo
las luces cortas de posición para no alertar y tan pronto como se hubieron
alejado del lugar ralentizaron la marcha con la intención de amortiguar el
ruido del motor. Solo al cabo de bastante rato Bruno reaccionó parando el coche
para cubrirse la cara con ambas manos, estaba sollozando. Sus padres optaron
por dejar que se desahogara.
— Dios… Dios…
— Hijo… no quedaba otra opción.
— Lo se, lo se, pero…
— ¿Quieres que conduzca yo?
— No papa, estoy bien… puedo hacerlo.
— De acuerdo Bruno, como quieras.
Siguieron
circulando sin problemas, esquivando los trozos descompuestos del asfalto. Al
cabo de unos diez kilómetros un desvío que indicaba: Ramu 53 km . Esa era la ruta hacia
la esperanza. Un clima de sosiego les alcanzó, sabían que estaban cerca y por
lo tanto con menos riesgo de sufrir más amenazas. Tomaron la carretera repleta
de curvas y en sentido ascendente. Se notaba que hacía mucho tiempo que no era
transitada porque la vegetación lateral se había adueñado de parte de la
carretera. Todavía era de noche, serían las cuatro de la madrugada. Cuando ya llevaban una treintena larga de
kilómetros, en una de las curvas Nobru paró el coche al percibir una, dos y
hasta tres sombras. Lo hizo porque enseguida advirtió que eran varios jabalíes.
Aquello era un buen síntoma, en aquel lugar la vida todavía no había sido
esquilmada. Se sintieron aliviados, casi fuera de peligro. Bruno aprovechó ese
momento para respirar, salir del coche y quitarse toda la tensión que llevaba
dentro. Quiso embriagarse de silencio, mirar las estrellas y percibir la
naturaleza que todavía se mostraba intacta. Sabía que en cuando llegaran al
collado ya solo quedaba bajar y encontrar el desvío hacia Ramu, enclavado en un
paraje angosto y cerrado, junto a una vaguada rodeada de elevación montañosa y
prácticamente imperceptible desde el aire.
Sejo salió también para apoyarse en un lateral del coche junto a su
hijo. Tamara dejó a la niña durmiendo en el asiento abrió la portezuela y se
colocó junto a ellos. Los tres observaron el cielo radiante de estrellas, Sejo
colocó su brazo sobre los hombros de Bruno y le miró procurando no mostrar
ningún tipo de reproche para decirle:
— ¿Y esa pistola hijo?
— La encontré hace tiempo en el maletero de un coche
abandonado. Intuía que algún día la podríamos necesitar… Lo que jamás me
imaginaba era que llegaría a matar con ella.
— Se como te sientes hijo… Lo único que puedo decirte es que
si yo hubiera estado en tu lugar tampoco hubiera dudado.
Tamara también
cubrió con la mirada a su hijo, le sonrió. Luego le dio un beso y dijo:
— Es lamentable lo que ha ocurrido, pero solo entiendo que
todos estamos vivos gracias a ti. El tiempo nos ayudará a olvidar… y ahora
debemos seguir adelante, todavía no estamos a salvo ni mucho menos.
Volvieron a
entrar en el coche y continuaron la marcha. Llegaron al collado donde vieron la
antigua caseta de los guardias forestales en claro estado de abandono. Iniciaron la bajada hacia el desvío. No
habían recorrido ni un par de kilómetros cuando se encontraron con un
impresionante bloque de granito que
bloqueaba por completo la carretera. Bajaron del coche para comprobar. Sejo fue
el primero en advertirlo.
— Fijaros… esto no es natural.
Toda esta enorme porción de roca ha sido volada...
No hay comentarios:
Publicar un comentario